
Ante la pérdida de su hábitat, el Gobierno de Kenia está reubicando jirafas en una operación destinada a garantizar su supervivencia a pesar de los numerosos riesgos que entraña.
Guiada con cuidado por guardabosques, una jirafa con los ojos vendados se tambalea al subir al vehículo que la llevará lejos de un entorno cada vez más hostil, rumbo a un nuevo hogar en el Valle del Rift, en el este de Kenia.
Según los conservacionistas, este tipo de reubicaciones representa el último recurso cuando la actividad humana o el cambio climático ponen en riesgo la supervivencia de la fauna silvestre o su convivencia pacífica con los humanos.
Las complejas operaciones, supervisadas por el Servicio de Vida Silvestre de Kenia (KWS, por sus siglas en inglés), se han vuelto cada vez más frecuentes en el este del país africano.
Cientos de jirafas, cebras y antílopes han sido retirados de Kedong Ranch, en la ribera del lago Naivasha, un popular destino turístico.
Con el paso de los años, este territorio ha sido vendido y subdividido en parcelas para proyectos inmobiliarios, lo que impide que los animales pasten o utilicen el corredor natural entre el monte Longonot y Hells Gate.
«Varados y estresados»
«Los animales comenzaron a sufrir. Estaban varados, estresados», explica Patrick Wambugu, del KWS, en referencia a las cercas que bloquean la ruta natural de las jirafas.
El equipo de Wambugu reubicó a cinco ejemplares en una operación que movilizó a decenas de personas, varias camionetas e incluso un helicóptero, que sobrevoló las planicies para rastrear a los animales antes de sedarlos con dardos tranquilizantes.
Dominic Mijele, un veterinario de KWS que participó en la operación, detalla que la jirafa es el animal más difícil de trasladar y que implica «numerosos» riesgos.
Esta criatura de largas extremidades puede sufrir caídas fatales al ser sedada y, pese a su apariencia apacible, es capaz de propinar fuertes patadas a quienes intentan asistirla.
También son sensibles a la anestesia y no pueden permanecer sedadas por mucho tiempo debido a su particular anatomía, que incluye una gran distancia entre el corazón y el cerebro, explica Mijele.
Por ello, los guardabosques deben inmovilizar físicamente al animal antes de vendarle los ojos y proceder a su traslado.
Una vez asegurados en la camioneta, los animales deben ser trasladados unos 30 kilómetros desde el rancho hasta su nuevo hogar en la reserva privada Oserengoni.
Allí, un veterinario los monitorea durante una semana, aunque, por lo general, establecen su territorio en apenas dos días.
«Esperamos que en los próximos años la población se multiplique y puedan prosperar en este lugar», comenta Mijele.
Creciente destrucción ambiental
Operaciones similares se llevan a cabo casi todos los meses en Kenia, según Mijele, principalmente como respuesta a la creciente destrucción ambiental.
Además, los conflictos entre humanos y fauna silvestre van en aumento. La población de Kenia se ha disparado de 30 millones en el año 2000 a unos 56,4 millones en 2024, según datos del Banco Mundial.
Muchos pobladores se asientan en zonas que también sirven de refugio para la fauna silvestre, advierte Evan Mkala, gerente de programa del Fondo Internacional para el Bienestar Animal en el este del país.
La región aledaña al lago Naivasha está siendo «invadida» por asentamientos humanos, lo que obliga a realizar costosas reubicaciones cuando se alcanza un «punto crítico», una situación que se ha vuelto cada vez más común.
Kenia tiene cientos de parques nacionales y reservas privadas que generan importantes ingresos turísticos, pero afronta el desafío de ‘conciliar’ el crecimiento poblacional, el desarrollo económico y la conservación de vida silvestre, apunta Philip Muruthi, vicepresidente de la Fundación Africana de Vida Silvestre.
«África no tiene que escoger entre la conservación de la vida silvestre, la protección de la naturaleza y el desarrollo», apunta, mientras subraya que el bienestar de humanos y animales es «inseparable».

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