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En cuanto Arantza Quiroga ha dejado de estar quieta y callada...

El «Pacto de Armentia» fue una componenda en el que Basagoiti, cabe suponer que con el beneplácito de Rajoy, optó por la expresidenta del Parlamento como regente más o menos neutral, evitando pronunciarse por ningún otro barón/varón por no romper los difíciles equilibrios entre territorios y egos.

Iñaki Iriondo.

Antes de escapar a México, Antonio Basagoiti dejó en la presidencia del PP a Arantza Quiroga. La Junta Directiva bendijo el relevo exprés el 14 de mayo de 2013. En la foto, Alfonso Alonso, Antón Damborenea, Iñaki Oyarzábal y Borja Sémper aplauden con cara poco sincera, mientras en el centro la nueva presidenta sonríe (con aire de corderita entre lobos) y el saliente Basagoiti parece estar cantando por soleares esa de «yo me largo y ahí os las compongáis». El «Pacto de Armentia» fue una componenda en el que Basagoiti, cabe suponer que con el beneplácito de Rajoy, optó por la expresidenta del Parlamento como regente más o menos neutral, evitando pronunciarse por ningún otro barón/varón por no romper los difíciles equilibrios entre territorios y egos.

El punto flaco de este dedazo residía, como quedó escrito en este diario el 15 de mayo, en que Arantza Quiroga era una figura institucional que, pese a su fulgurante ascenso hasta la presidencia del Parlamento autonómico, arrastraba tres lastres importantes: para empezar, nunca ha sido elegida en votación nominal por la base del partido para ninguno de los cargos a los que ha accedido; tampoco se le conoce producción teórica alguna en el PP, no ha redactado ni ponencias ni comunicaciones para ningún congreso. Por último -y ahora se revela como lo más importante- dos confesiones propias. «Saber estar callado y quieto es importante en política» y «me encanta mandar». La combinación ha resultado explosiva si a las pruebas nos remitimos. Arantza Quiroga supo estar callada y quieta hasta llegar al poder, pero el gusto por mandar no lo ha sabido atemperar con la obligación de seducir, negociar, consensuar y, sobre todo, saber bien el suelo que se pisa para no patinar ni tropezar.