Nacimiento (apocalíptico) de una nación
[Crítica: ‘In the Dusk’]
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Esta historia transcurre en el año 1948, es decir, cuando las heridas de la Segunda Guerra Mundial todavía supuran sangre, y cuando hay trozos de tierra que aún son ferozmente disputados por los ejércitos que siguen en pie. Estamos en Lituania, una de estas parcelas codiciadas. Para ser más exactos (o al contrario, para perdernos aún más) nos adentramos en una comunidad rural rodeada por bosques que, a nivel de construcciones, tiene poco que ofrecer, más allá de un puñado de granjas, una iglesia y una aldea que apenas podría considerarse pueblo.
Y si nos hemos ubicado es gracias a los títulos explicativos que han desfilado por la pantalla, al inicio de la proyección, porque esto es, sin duda, un lugar perdido, al margen de cualquier acotación geográfica y/o temporal posible. Para su nuevo y ambicioso proyecto, Sarunas Bartas sigue hablándonos de la cuestión lituana, sumergiéndonos en un contexto que nos invita viajar a ese momento crucial (incluso romántico, se podría decir) en que a la promesa de una nación (¿moderna?) le llegó el momento para concretarse en realidad.

Una vez establecidos en este punto, el cine (o sea, Hollywood) nos ha enseñado que lo que tenemos aquí es claramente el caldo de cultivo para un relato fundacional de tono y carácter marcadamente épicos. Un pueblo maltratado, una facción represora, un villano dispuesto a aniquilar todo lo bueno que tiene la humanidad… Pero también un líder valeroso, que no se arruga ante la injusticia, al revés, que en las circunstancias más críticas, se agiganta, y saca fuerzas de donde teóricamente no las hay, y se levanta, e improvisa una arenga con la que sus camaradas también se vienen arriba.
Entonces, un encuentro, un combate, un choque espectacular entre el Bien y el Mal, resuelto, por supuesto, a favor del primer bando. A favor de los buenos, vaya, ascendientes directos de los que ahora mismo siguen velando por esa llama revolucionaria; por esos valores que, todavía a día de hoy, iluminan ese pedazo de tierra en el que nos ha puesto la gracia divina. Solo que ‘In the Dusk’ (o sea, En la oscuridad) se sitúa en las antípodas de este tipo de cine.
De quien sí estamos cerca es, por ejemplo, del maestro húngaro Béla Tarr. Pensemos en la catedralicia ‘Sátántangó’, o en la igualmente apabullante ‘El caballo de Turín’. En esos escenarios que parece que sean el último refugio de la humanidad ante el mismísimo apocalipsis… pero en los que, de algún modo, se va fraguando la angustia del fin de los tiempos. Ya que estamos, pongamos también sobre la mesa el inmenso trabajo fotográfico (o pictórico) de Eitvyas Doskus, talento sin igual a la hora de dibujar, precisamente, la oscuridad.
Para rematar, añadamos a la ecuación un tratamiento narrativo mediante el cual la continuidad temporal se rompa por completo. Porque de lo que se trata aquí, en parte, es de inyectarnos desasosiego; quitarnos cualquier punto de apoyo. La devastación nos alcanza a través de medios estrictamente cinematográficos. Con esto trabaja Sarunas Bartas en ‘In the Dusk’, con caras suspendidas en las sombras, con diálogos que sacan lo peor del ser humano, con acciones cotidianas que se eternizan y que esclavizan… y con un montaje que, sin previo aviso, ha hecho que las horas, los días y las semanas se sucedan en apenas un parpadeo.
Aviso, por si todavía no había quedado claro: la experiencia es densa, mucho… y es aún más desagradable, se mire como se mire, y nos pongamos como nos pongamos en la butaca. Esto, por supuesto, no hace más que confirmar el éxito de un cineasta decidido a moverse entre la mugre y la muerte, para convertir lo que tenía que ser el glorioso nacimiento de una nación, en el desolador acto de señalar el momento y el lugar fatídicos: el punto justo en que todo empezó a precipitarse al abismo.
Desaparece la maniquea división entre héroes y villanos; aquí solo hay invasores y exterminadores. Y traiciones, y avaricia, y puñaladas por la espalda… Esto no es una guerra, es una matanza. Porque esto, de hecho, es una fábula alimentada por el más sucio de los instintos de supervivencia. Hasta su belleza paisajística actúa como señal funesta. Para cuando nos hemos dado cuenta, ya es tarde para salvarnos. Sarunas Bartas, solemne en la puesta en escena; inmisericorde en la escritura del texto, nos ha envuelto con su miseria humana, y nos ha hecho entender que en este desesperado contexto de degeneración, no queda sitio para la luz. Aquí empezó… a gestarse el fin.