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Retrato familiar de un gran artista

LA SRA. LOWRY E HIJO
GB. 2019. 91’. Tít. Orig.: ‘Mrs. Lowry & Son’. Dtor.: Adrian Noble. Guion: Martyn Hesford. Prod.: Debbie Gray. Int.: Vanessa Redgrave, Timothy Spall, Wendy Morgan, Stephen Lord, Michael Keogh, David Schaal, Ania Marson. Fot.: Josep Maria Civit. Mús.: Craig Armastrong.

El pintor L .S. Lowry (Timothy Spall) y su madre (Vanessa Redgrave). (NAIZ)

El veterano actor Timothy Spall hizo una caracterización tan brillante del pintor Joseph Mallord William Turner en el biopic de Mike Leigh ‘Mr. Turner’ (2014) que no es de extrañar que hayan vuelto a pensar en él para encarnar a otro de los grandes pintores británicos, como lo fue Laurence Stephen Lowry, quien vivió un siglo después del anterior.

Se trata también de un genio del arte de personalidad muy peculiar, tanto como su propia inconfundible obra. Sus cuadros son perfectamente reconocibles por su paisaje industrial de fábricas poblado por una masa obrera que son como estilizadas manchas de pintura. Unos anónimos personajes colectivos a los que bautizó como machstick men u ‘hombres-cerilla’.

Nunca salió de Pendlebury y Salford, por lo que sus escenas en exteriores se ciñen a dicha zona del noroeste de Inglaterra, y allí es donde se conservan en el museo que lleva su nombre, a pesar de que en vida rechazó cuantos honores y reconocimientos oficiales le fueron concedidos.

La película del debutante Adrian Noble recoge, tal como anuncia su título, la relación entre el pintor y su madre. La señora Elizabeth, interpretada por la octogenaria Vanessa Redgrave, era una mujer posesiva y dominante que nunca se tomó en serio la dedicación pictórica de su hijo, ya que la consideraba como una simple afición. Odiaba aquellos cuadros, al considerarlos invendibles. Martirizaba a su hijo, leyéndole en voz alta las reseñas y críticas más negativas que encontraba en la prensa diaria.

Por su parte, L. S. Lowry se refugiaba en la pintura, porque veía belleza donde otros solo observaban confusión y caos. Cuando su familia se trasladó a Pendlebury, por motivos de trabajo de su padre, el lugar no le gustaba y tardó en aclimatarse. A partir de que su madre enviudara comenzó a sentir el entorno de otra manera, y no solo acabó por hacerse a él, sino que se enamoró de su aparentemente frío y deshumanizado desarrollismo de posguerra.

No se dejó vencer por el complejo de ser considerado como un artista naif o infantil, y se definía a si mismo de la siguiente manera: «Soy un hombre que pinta, nada más, nada menos».