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Sobre las peores personas del mundo

Matt Damon y Camille Cottin defendieron el thriller «Stillwater», proyectado fuera de concurso. (Valery HACHE / AFP)

Esta es la situación: como en cualquier otra edición, los controles de seguridad para entrar en el recinto del Festival de Cine de Cannes hacen de cualquier cambio de sala un via crucis en el que el tiempo aprieta y en el que los malos modales tensan aún más unos nervios siempre a punto de estallar.

Ya llevamos cuatro días asentados en un absurdo indignante. Porque aquí el staff del Palais tiene miedo a que alguien pueda entrar armas, o comida, o bebidas; temen al virus, claro... pero misteriosamente, nadie vela porque se respete el mínimo de llevar la mascarilla puesta durante la proyección.

Esto ya da igual, y no se entiende. Mucho menos que Thierry Frémaux, director artístico de la cita, salte al escenario para regañar al gremio de periodistas. A «le Festival» le molesta que nos hagamos eco de las flagrantes negligencias de la organización a la hora de intentar contener la pandemia del coronavirus. La culpa, ya se sabe, es siempre de la prensa: un clásico.

Y por si no se ha notado, parte del malestar se debe a que las películas no están acompañando. Parecía que habíamos alcanzado la velocidad de crucero, pero no, ayer la selección de títulos nos obligó a dar un frenazo con propuestas que no eran ni buenas ni malas, sino algo peor: poco importantes.

Todo empezó con Mahamat Saleh Haroun. El cineasta de Chad presentó ‘Lingui’, drama familiar en clave femenina sobre una madre coraje que haría todo lo posible para que su hija (una adolescente embarazada) no acabara relegada a la misma condición. El cine africano desembarcó en la Croisette de la mano de un autor que decidió dejar de lado la sutileza y complejidad de algunas de sus obras anteriores.

Aquí todo era obvio y elemental: la escritura, la puesta en escena, el trabajo con las actrices... Este documento de denuncia, pero también de reivindicación de la luz y la bondad de la sororidad, defendió también las propiedades de un cine de buen corazón: antídoto ideal para las crueldad y las injusticias de nuestros tiempos.

Después llegó el turno de Joachim Trier. El artista noruego, imprevisible a tenor de los tumbos que ha venido dando su filmografía, trajo ‘The Worst Person in the World’, otro retrato femenino de una chica con el «síndrome de Frances Ha».

Llegada a la treintena, la pobre sabía qué hacer con su vida. Empezaba muchos proyectos y no conseguía terminar casi ninguno; buscaba respuestas (a la hora de enfrentarse a la maternidad, a su familia, a la vida en pareja...) cuando, en realidad, se estaba buscando a sí misma.

Trier firma una tragicomedia romántico-existencialista con muchos capítulos y no tanta historia que contar. Doce episodios (más prólogo y epílogo) dedicados a las inquietudes de la ya-no-tan joven burguesía millennial; un agradable, a ratos inspirado pero sobre todo olvidable recorrido por los baches de ligereza y gravedad que pueden marcar nuestra vida.

Así las cosas, abandonamos la competición y buscamos refugio en la Semana de la Crítica. Ahí encontramos ‘Libertad’, ópera prima de la catalana Clara Roquet.

Tocó zambullirse, una vez más, en la calidez y el bullicio de esos veranos en el pueblo (ahora, en la Costa Brava); tocó meterse en las aguas revueltas de la entrada en la vida adulta: esa primera calada, esa primera copa, esa primera atracción sexual. Todo llevado con el punto de madurez y de dominio de la fórmula que claramente ha alcanzado el cine estatal en estos últimos años.

Nada nuevo bajo el sol, vaya, pero visto el panorama en la Croisette, la dimos por buena. Esta sí.