INFO

Trump pone al límite las relaciones de EEUU con India

A pesar de la histórica cooperación entre Estados Unidos e India, las recientes sanciones comerciales y tensiones diplomáticas impulsadas por el inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, orientan a Nueva Delhi hacia Moscú y Pekín.

El primer ministro de India, Narendra Modi, en el centro, conversa con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y el de China, Xi Jinping, durante la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai en Tianjin el pasado mes de septiembre. (Suo TAKEKUMA | POOL / AFP)

Las relaciones entre Estados Unidos e India han sido durante las últimas dos décadas uno de los ejes estratégicos más relevantes en Asia, caracterizadas por una cooperación creciente en defensa, tecnología y comercio. Sin embargo, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca marcó un giro inesperado: sanciones, mensajes contradictorios y una presión constante que están poniendo a prueba la solidez de este vínculo. Lo que hasta hace poco se presentaba como una asociación estratégica casi incuestionable empieza a mostrar fisuras y ahora Nueva Delhi tantea opciones alternativas en Moscú y Pekín.

La puesta en escena a modo oficial se hizo evidente a principios de setiembre en Tianjin en el marco de la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO). Antes de la foto oficial, Narendra Modi apareció tomado de la mano de Vladimir Putin y riendo abiertamente, mientras Xi Jinping los observaba con una discreta complicidad.

Los tres líderes posaron hombro con hombro en la foto de grupo. Ese gesto, breve pero ampliamente difundido, fue mucho más que un acto protocolario: fue una escenificación de la nueva cercanía entre Nueva Delhi y Moscú en un entorno marcado por la hegemonía diplomática de Pekín.

A nivel político, la foto se interpretó como un aviso a navegantes: en plena fricción con Washington, Modi reivindicaba su autonomía estratégica y recordaba que India mantiene abierta la puerta a sus socios tradicionales en ámbitos como defensa y energía.

La masiva difusión de la imagen alimentó la interpretación de que Nueva Delhi busca diversificar alianzas y conservar, al mismo tiempo, margen de maniobra, advirtiendo a EEUU de que la relación bilateral no es un dogma inmutable.

La instantánea llega en un contexto marcado por fricciones económicas y diplomáticas entre Washington y Nueva Delhi. En los últimos años, la relación comercial se ha tensionado: Washington ha revisado o retirado preferencias arancelarias, ha impuesto nuevos gravámenes y ha alimentado la sensación de que India ya no es un socio privilegiado.

A ello se añade un punto de fricción aún más delicado: las compras de armamento ruso, especialmente los sistemas antiaéreos S-400, que han puesto a Nueva Delhi en el punto de mira de las sanciones estadounidenses.
La propia retórica de Trump ilustra esta doble dinámica.

En una rueda de prensa conjunta con el primer ministro británico, Keir Starmer, afirmó estar «muy cerca» de Modi e, incluso, recordó que le había felicitado personalmente por su cumpleaños, pero en la misma intervención subrayó que su Administración había sancionado a India por compras a Rusia. El mensaje combinaba amistad personal y castigo político, dejando en evidencia las contradicciones de la relación bilateral.

Putin también llamó a Modi para felicitarle por su cumpleaños y lo públicamente lo definió como «amigo». Moscú y Nueva Delhi han cultivado históricamente esta cercanía, sobre todo en defensa y energía. El contraste es evidente: mientras Washington alterna elogios y sanciones, Rusia reafirma una relación de confianza que ofrece a India una vía para equilibrar las presiones occidentales.

Fisuras profundas

La primera grieta se abrió con la intervención de EEUU en el conflicto indo-pakistaní: cuando India lanzó la «Operación Sindoor» y acabó acordando un alto el fuego con Pakistán, la Casa Blanca atribuyó el cese de hostilidades a su acción diplomática. Trump llegó a afirmar públicamente que su presión había evitado una escalada y pareció alinearse con las versiones paquistaníes sobre episodios concretos.

Ese tipo de declaraciones, junto a gestos como invitar al jefe del Ejército paquistaní a la Casa Blanca, fueron leídas en Nueva Delhi como una intromisión inaceptable en un asunto como Kashmir que la narrativa oficial india considera estrictamente bilateral.

El resultado fue una fuerte reacción política y mediática en India, que acusó al Gobierno de Modi de permitir una intervención externa y sembró desconfianza entre los dos ejecutivos.

Esa pérdida de confianza tuvo consecuencias directas en otras áreas, sobre todo, en las negociaciones comerciales: la presión política interna hizo prácticamente imposible que Nueva Delhi aceptara concesiones que pudieran interpretarse como plegarse a Washington, especialmente en sectores sensibles como la agricultura y los lácteos, de los que dependen millones de empleos.

Al mismo tiempo, la retórica estadounidense –incluidas amenazas de aranceles secundarios sobre quienes comercian con Rusia– complicó la capacidad de India para garantizar su seguridad energética y mantener compras rusas de crudo y armamento sin recibir represalias.

La decisión de la Casa Blanca de proclamar nuevos tipos arancelarios recíprocos –con India ‘penalizada’ con un 25% adicional sobre sus exportaciones a EEUU– no sólo castigó a Nueva Delhi en abstracto: la sorpresa vino al ver que esa revisión favorecía de forma relativa a varios países vecinos, cuyos tipos fueron recortados drásticamente respecto a abril.

Esa asimetría –menos gravamen para Pakistán, Bangladés o Sri Lanka y recortes para países del Sudeste asiático– hizo saltar las alarmas en los sectores de exportación indios, que temen perder mercado frente a competidores regionales en sectores sensibles como el textil y la electrónica.

Negociaciones, en pausa

En la práctica, el golpe no fue sólo simbólico: exportadores y analistas señalaron que, bajo el nuevo mapa de tarifas, India pierde ventaja tarifaria frente a competidores con cadenas de valor más integradas hacia EEUU, especialmente en prendas de vestir y algunos bienes electrónicos.

El Gobierno indio respondió con cautela –los comisionados comerciales dejaron claro que las negociaciones continuarán y que la fecha límite es flexible–, pero los márgenes políticos para aceptar concesiones se estrecharon tras la crisis diplomática sobre Kashmir; ceder en sectores agrícolas o lácteos, por ejemplo, sería visto como una «rendición doméstica inaceptable».

Aun así, Nueva Delhi conserva cartas por jugar: no ha suscrito compromisos radicales e insiste en defender su «soberanía económica». La próxima etapa pasa por vigilar la evolución de las conversaciones entre Washington y Pekín y calibrar hasta qué punto puede recuperar terreno en un acuerdo bilateral de otoño. Pero el entorno político y de seguridad complica cualquier pacto puramente económico.

En un clima así, la relación bilateral corre el riesgo de entrar en una fase de pausa prolongada: Washington puede seguir necesitando a India como contrapeso regional, pero Nueva Delhi ha mostrado que no aceptará perder soberanía a cambio de favores comerciales. Las implicaciones van más allá: la posible erosión del vínculo India-EEUU tensiona la arquitectura del Indo-Pacífico y deja a aliados como Japón en la incómoda posición de mediador.

Con cumbres y visitas bilaterales a la vista, la próxima etapa será todo un reto de cintura diplomática: si ambos países evitan el choque frontal con incentivos creíbles y garantías de respeto a la autonomía, se podrá recuperar terreno y, sobre todo, la confianza.

De no ser así o de no encontrar un nuevo equilibrio, la foto de Tianjin habrá sido más que una instantánea: podría representar el símbolo de un giro estratégico con probables consecuencias duraderas para el equilibrio regional.