Chris Offutt, la lírica del errante
A través de los once relatos presentes en ‘Volver a casa’ (Sajalín Editores, 2025), Chris Offutt condensa, con su habitual pericia a la hora de convertir el verbo áspero en un suspiro metafísico, la naturaleza en constante crisis de una población apartada de cualquier rastro del ‘sueño americano’.
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A pesar de que su bibliografía consta en la actualidad de un mayor número de novelas, cuesta desligar a Chris Offutt (Lexington, Kentucky, 1958) de su debut, ‘Kentucky seco’, y, por extensión, de ese formato reducido con el que disecciona bajo trazo magistral una quebrada orografía emocional. Un espacio al que dos décadas después, tras ‘Lejos del bosque’, regresa con una obra donde sus relatos se encomiendan a ese paisaje sembrado de un ya característico catálogo de almas perdidas dotadas, eso sí, de una particular dignidad, consecuencia posiblemente del invencible aliento poseído por quien se siente abatido desde la cuna.
Si bien el autor estadounidense perfila y sitúa a sus personajes al son de su propia experiencia vital, enunciada por un nomadismo esparcido por tantos enclaves como profesiones desempeñadas, su pulsión literaria, sostenida por el perfecto conocimiento del terreno que habita, contiene esa siempre necesaria condición universal que subvierte fronteras y condicionantes particulares con el fin de proyectar el común denominador que define al espíritu humano. Un sentimiento compartido que es capaz igualmente de estremecerse o sonreír, sensaciones aparentemente disonantes pero que, sin embargo, funcionan como respuesta válida a la incredulidad generada por el aliento del caos, único escenario posible para quienes, excluidos del reparto de fortuna, intentan contrariar el ritmo del destino.
Conciso estilete
Aunque ‘Volver a casa’ –y los once relatos que lo conforman– cuenta con un elenco de participantes múltiple y diverso, todos ellos comparten las suficientes coordenadas como para poder hablar de un hilo vertebrador que, por el contrario, bajo ningún concepto actúa de restricción inspiracional. Libertad creativa reunida en torno a unas lindes, trazadas sobre el mapa norteamericano, transformadas en un constante trasiego de rutas que indistintamente regresan al hogar natal como toman rumbo lejos de él. Una epopeya cotidiana que en realidad no solo compete al ámbito geográfico, sino a uno mucho más simbólico e intimista sostenido sobre las relaciones de pareja y familiares. Hegemónicos elementos de una escenografía en la que tampoco falta nunca un revólver dispuesto a ser blandido cuando los problemas no atienden a razones, recurso frecuente para quien encuentra el futuro tan sentenciado como el pasado.
Chris Offutt encarna, junto a otros contemporáneos como Donald Ray Pollock, la más nítida línea directa de sucesión con, entre otros, Raymond Carver, a su vez heredero del linaje impuesto por Antón Chéjov o Ernest Hemingway, lo que significa que su sintética condición funciona a modo de una profunda radiografía donde los espacios en sombra contienen la misma, o incluso más, relevancia que los mostrados y sus papeles secundarios son dignos de encabezar el cartel. Una naturaleza literaria que le permite posar su firma en explícitos encuentros de alcoba o en poéticas fotografías de la caída del sol. Atmósferas en apariencia contrapuestas pero que forman parte del mismo sistema gravitacional por el que deambulan seres encerrados en una guerra silenciosa contra la vida.
Sexo, drogas y country
Como si de un itinerario en sentido inverso se tratase, mientras que el primer relato de esta obra, ‘De segunda mano’, convierte un leve pero trascendente gesto afectivo en un escurridizo rayo de esperanza con el que perforar el tupido mañana, el crepuscular cierre encomendado a ‘Porche trasero’ es el regreso a la guarida, donde todo ha cambiado ya, con vistas a escribir un epílogo existencial. Dos extremos que en sus entrañas, alimentadas de un triunvirato formado por sexo, drogas y –en esta ocasión– country, que en ‘Guay’ marida a la perfección con la precariedad laboral y los denigrantes concursos de camisetas mojadas, acoge una variedad de estaciones para esforzados trotamundos que persiguen el espacio idóneo, o al menos al que les está permitido llegar, donde hallar la estabilidad. Un anhelo imposible de conjugar con el vínculo marital lastrado de tedio reflejado en ‘Nido del año interior’ y que descansa bajo la asfixiante tradición en ‘El zoo azul’, narración concluida con un puñetazo en forma de lacónica detonación dramática. Un afilado destello de esa absoluta imposibilidad de construir un suelo firme sobre ruinas.
Si el discurrir de los protagonistas de ‘Volver a casa’ se realiza –con sus infinitas variables– en pareja, dichas relaciones sentimentales son atravesadas por los desajustes producidas por una ‘guerra de sexos’, bañada en sardónico verbo, donde hombres y mujeres intervienen de una misma zozobra existencial pero expresada con su propio lenguaje, demasiadas veces reflejo de una incomunicación plena, a la hora de definirla y afrontarla. Pero, más allá del radio de acción propio de tal conflicto, su manifestación es el vehículo para abordar un terreno reflexivo mucho más extenso, logrando que por ejemplo ‘Johnny Bill’ sea en paralelo un estremecedor viaje por estampas de una desconsolada infancia y un sutil acercamiento a ese ritmo desbocado de los instintos que alertan sobre la fragilidad de la monotonía, y que ‘Cabina trece’ propague la duda respecto a la identidad sexual sometida a las convenciones. Pero si una narración encapsula en su desarrollo incontables incógnitas introspectivas es ‘Molino de viento’, un recital de antagonismos que acaba transformado en una romántica alegoría de vínculos y aprendizajes entre diferentes.
El regreso del escritor estadounidense al formato reducido significa la visibilización de su talento en grado máximo. Los relatos de ‘Volver a casa’ son breves biografías de un retrato global, dictado en forma de minimalista gótico sureño, compuesto por individuos que persiguen algo tan natural, pero también extremadamente difícil, como intentar descifrar su lugar en el mundo. Un ‘hogar’ que persiguen con la errática actitud de quienes han sido enseñados a golpe de realidad a estar siempre de paso. Sombras anónimas que deambulan por la historia cargados de un desordenado equipaje que, sin embargo, está hecho de los mismos sueños y lágrimas que el de cualquiera de nosotros.