Txell Bonet
Periodista y activista cultural

10 de junio de 2019

A través del twitter de Gure Esku Dago veo imágenes de la cadena humana que ayer, domingo 10 de junio, unió Bilbo, Donostia y Gasteiz. Veo sonrisas en las caras de las gentes, veo familias, grupos de amigos, veo esa energía positiva que te recorre cuando formas parte de algo que te retroalimenta, en la que nadie es protagonista porqué lo somos todos, porque el titular se lo lleva el sentimiento colectivo. Aunque hayan estado allí representantes de sindicatos y partidos, alcaldes, lehendakaris, cada uno era sólo una pieza de la cadena. Iguales al resto de participantes. Todos juntos, con una gran diversidad y matices. De diferentes edades y orígenes. Personas que se unen para sumar. Para conseguir el reto físico de recorrer la geografía vasca, como metáfora visual de un deseo legítimo: el derecho a decidir su destino que tienen todos los pueblos.

No me gusta hablar de oídas. Me gustaría escribir habiendo estado allí. Pero me encontraba recorriendo otra geografía. Dentro de un coche y luego en el AVE, haciendo el periplo semanal entre Soto del Real y Barcelona. El mismo que llevo haciendo desde hace 34 semanas. Sabéis de que os hablo. Otra vez hemos hecho 1.300 quilómetros para poder hablar 40 minutos a través de un cristal con mi compañero Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural. Con él estuvimos hace justamente un año en Bilbo, también invitados por Gure Esku Dago, en la acción popular del mosaico gigante. Nuestro bebé apenas tenía 2 meses. Nos emocionó formar parte de ese acto cívico, y me acuerdo perfectamente que me saltaron las lágrimas cuando Cuixart hizo su intervención. Y mira que lo había acompañado y lo seguí acompañando a muchísimos actos en Catalunya. Pero no podré olvidar que en sus palabras hablaba de la fraternidad entre pueblos. Me hizo pensar en mi abuelo, en que, si estuviera vivo, se alegraría de que estuviésemos celebrando ese encuentro. Agradezco a mis mayores, y a él en concreto, que me educara en el amor a las culturas, a no tener miedo a las diferencias, a interesarme y respetar las otras lenguas, y a mostrarme que reclamar las libertades es lícito. También me vino a la cabeza justamente la libertad de expresión de la que él se vio tan privado. Libertades que nunca podemos dar por hechas, y que tenemos que defender constantemente.

Esta prisión preventiva totalmente desproporcionada y contra toda jurisprudencia y ordenamiento jurídico en España, que sufren políticos catalanes y líderes de las entidades cívicas, si por alguien está siendo denunciada desde el primer día, es justamente por los ciudadanos anónimos. También por juristas, ex-magistrados, eurodiputados, etc. Pero de manera constante y enormemente solidaria, por el pueblo. Por el mismo que hizo posible el referéndum del 1 de Octubre, defendiendo urnas y escuelas, en una organización llena de ingenio y sin precedentes en los últimos tiempos, en la que incluso los ciberactivistas tuvieron su papel crucial superando la censura, y a la que ni la gravemente denunciable violencia policial pudo hacerle sombra. Sí, repito, fue el pueblo organizándose el que hizo posible el referéndum. El mismo que pidió en ejercicio democrático a los políticos que su mandato se llevara a cabo. El mismo que en las manifestaciones, desde los recortes del nuevo Estatut de Autonomia votado por los catalanes, empezó a reclamar que este proceso empezara. Y las ha visto medio mundo y el otro medio: las calles llenas cada 11 de setiembre, en las manifestaciones pacíficas más multitudinarias de Europa. Como también tuvimos nuestra primera vía catalana en 2013, siguiendo el ejemplo de las repúblicas bálticas.

Todo ello son ejemplos de esta actitud activa –sea válido el pleonasmo– de la sociedad. Se le puede llamar empoderamiento, se le puede llamar emancipación. A mi me gustar hablar de toma de conciencia. Cada uno, en su individualidad, tiene una pequeña fuerza que no podemos subestimar. Una fuerza que este domingo hizo posible un recorrido humano de más de 200 quilómetros. Pero que puede hacer posibles muchísimas cosas más, o evitar otras. Ser conscientes de nuestra huella social, económica, ecológica. A veces puede ser saliendo a la calle, ejerciendo los legítimos derechos mencionados a la manifestación y a la libertad de expresión, de manera constructiva y a la vez festiva. Pero en cada gesto que hacemos estamos contribuyendo a un tipo de sistema. Podemos preguntarnos qué hace nuestro banco con nuestro dinero, y cambiar por uno que quizá no lo invierta en negocios que no nos interesan. Podemos escoger entre ser clientes del consumo de energía o telecomunicaciones de grandes multinacionales o buscar cooperativas. Podemos alimentarnos con quilómetro cero. Podemos usar plásticos de un solo uso o envases reutilizables. Y por pequeño que nos parezca, estamos contribuyendo a grandes cambios. Porqué a quien damos nuestro dinero también damos nuestro poder. Porqué se vota cada tanto, pero se compra casi cada día.

Y os parecerá que ahora me desvío del tema. Pero no seré yo quien os descubra la larga relación entre economía y poder. El miedo a los cambios, el miedo a perder el control. ¿Por qué se abrazó la entrada de nuevos estados en la Unión Europea, provenientes de la antigua URSS o Yugoslavia, que eran la posibilidad de abrir nuevos territorios al feroz capitalismo? ¿Quien no nos dice que en un futuro serán las empresas y no los estados, los que gobiernen, si no lo están haciendo ya? Por eso me interesa este ciudadano consciente. Consciente de sus actos y de sus derechos. Y que cosas tan intangibles como el derecho a decidir sean prioridades que poco tienen que ver con la sociedad de consumo. Y gracias a las tecnologías podremos conectarnos entre nosotros con las redes sociales, pero también recuperamos el placer de hacer algo todos juntos a la vez, cogiéndonos de las manos, notando que nuestro pequeño gesto junto con el del resto, tiene sentido. Símbolo de unión o vínculo. De que algo nos importa a muchos. Nunca olvidaré la noche del 16 de octubre del 2017. Fue dar la televisión la noticia del encarcelamiento de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, y las calles se inundaron del ruido de las cacerolas. Y es que «els carrers serán sempre nostres» como dice uno de los lemas que han surgido de esta revolución.

En definitiva, espero que la madurez ciudadana conlleve madurez en los derechos. Me inquieta pensar que no solo reclamamos el legítimo derecho a decidir, sino incluso el derecho a reclamar dicho derecho. Y no es un juego de palabras. Desgraciadamente, aún reivindicamos el poder reivindicar. Falta mucha pedagogía al respecto. Mucho trabajo para hacer realidad eso de que en democracia se puede hablar de todo. ¿Quién tiene miedo a un referéndum y porqué? ¿Qué hace diferente a España de Canadá o Gran Bretaña?

Y sobre todo, lo que espero es compartir el próximo 10 de junio con vosotros en Euskal Herria, acompañada como hace un año, de Jordi Cuixart.

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