Sara Nicholson Mendieta
SOS Racismo Bizkaia - Bizkaiko SOS Arrazakeria

¿A dónde te echan cuando te echan a la calle?

Si Bilbao, ciudad de los valores, desampara, abandona, criminaliza, excluye y mata, siento auténtica vergüenza y desconexión. Lo peor es que esto no es nada nuevo, lo hemos normalizado tanto que estas limpiezas de calle no nos hacen girar la cabeza

Dos hombres tratan de acomodarse como pueden en una esquina de los arcos de la plaza Corazón de María en el barrio bilbaino de San Francisco. Su comodidad se resume a unas láminas de cartón, unas mantas y algunos bártulos que cargan siempre con ellos. Uno de estos hombres habla siete idiomas, trabajó como guía turístico en Marruecos durante toda su vida, a pesar de no saber leer ni escribir. Habla perfectamente castellano y ha pasado dos meses y medio en el Estado español. Su trato respetuoso es remarcable.

Hace unos días se acercó pidiendo ayuda para que le leyera el acta médica que le tomaron cuando le hospitalizaron la semana pasada. Tiene problemas graves con el insomnio y carece de posibilidades para cuidarse o medicarse como le recomiendan.

Son las 21.30 en la plaza Corazón de María un 4 de enero con 6º C y veo a dos policías municipales junto a ellos. Me acerco a preguntar qué sucede con mis vecinos. Tratan de echarles, aunque no sé muy bien a dónde se le echa a alguien que ya vive en la calle.

Los policías sugieren que se vayan a un albergue, quizás dan por hecho que Bilbao, nuestra noble villa de los valores, tiene albergues en cada barrio con plazas ilimitadas y siempre disponibles para las personas sin hogar. A esta sugerencia el hombre aclara que, hasta pasados los tres meses en la calle que le marca el Ayuntamiento tras haber disfrutado de tres noches bajo techo, no le es posible acceder a estos servicios. Esto es así de perverso, el Ayuntamiento le da únicamente 3 noches de albergue, y después toca buscar cartones durante 3 meses hasta poder solicitar de nuevo otras 3 noches. Como si a partir de la cuarta noche el cuerpo sintiera menos frío y menos desamparo para dormir al raso.

Los policías insisten en que se vaya, como si fuera muy obvio a dónde podrían ir. Y digo yo, si un policía ejerce tal violencia, si los tratan cual basura, ¿quién vela por la seguridad de las personas que viven en la calle? ¿O acaso no es ciudadanía la que no tiene un techo? ¿A quién protegen, si no? ¿A quién protegen las leyes? «Los vecinos se quejan y nosotros tenemos que cumplir la ley», dicen los policías, supuestos protectores del pueblo, mientras los barren hacia fuera, convencidos de estar haciendo lo correcto. ¿Dónde está la ética en las fuerzas de seguridad?

Da la impresión de que estos policías quieren que estos hombres desaparezcan, que no estén ante su vista, ante la vista de la ciudadanía bilbaina de bien, ante esa que sí tiene casa.

Esto es necropolítica, pues ponen aún más en riesgo sus vidas. No sé con qué legitimidad eligen quién vive, y quién muere. Esta política, esta ley que tanto invocan, está mostrando que protege a unas personas y no a otras: por ser de otro lugar, por no tener dinero, por no estar limpio, por no ser «suficiente» ni productivo para esta sociedad… Estos policías están aplicando estas políticas mientras representan la institución de la seguridad ciudadana, menudo esperpento.

Si quien vela por la seguridad ciudadana está cometiendo tal violación de derechos humanos ¿a quién acudimos? ¿A quién puede ir a quejarse alguien de que no se le protege como ciudadano? ¿A quién puede pedir ayuda una persona ante tal acto atroz de expulsarle de la mismísima calle?

Tras agotar el argumento «vete a un albergue», puesto que el hombre indicó en varias ocasiones no tener derecho a una plaza hasta pasados tres meses, uno de los policías me sugiere en tono condescendiente y diría que chulesco: «pues si tanto te importa llévatelo a casa». Me lo repite dos veces más, así como desafiante. Yo no entiendo nada. Lejos de aportar cualquier solución, en ningún momento se prestan a ayudar a estos hombres, en ningún caso ofrecen una alternativa, ¡ah sí! Le dicen que se vaya a un banco «como las personas normales». ¿Qué querrá decir con eso? Ellos solo repiten una y otra vez, robóticos, que tienen que cumplir con la ley, «estar aquí está en contra de la ley». Me pregunto cómo estará escrita esa ley donde se ampara la acción de echar a la calle a una persona que ya vive en la calle. Vuelven a insistir en que les lleve a mi casa. Yo, alucino. Les pregunto si tienen corazón, si saben lo que es la lluvia. Repiten de nuevo «nosotros solo cumplimos con la ley». Es cierto que la ordenanza municipal indica que está prohibido dormir en la calle, pero estos señores están ahí, en la calle, porque se les niega estar en otro sitio, se les niega un techo, una cama, calor. Se les niega pese a que en esa misma ordenanza pone que se protegerá a las personas vulnerables y desfavorecidas. ¿Acaso no es ser vulnerable el estar enfermo y en la calle durmiendo encima de un cartón con una ley de extranjería que no te permite otra cosa?

Frente a los policías siento miedo, impotencia, seguridad es lo último que me transmiten, me hablan con desdén, ¿qué protección ciudadana es esta que transmite miedo?

Y algo muy significativo, estos dos hombres no les miran con descrédito ni sorpresa. Parece que es lo normal, nadie de la plaza reacciona, es solo otro día más, el pan de cada día (pero sin pan). Tanta soledad entre tanta gente... Hemos normalizado la violencia de las autoridades. ¿De quién es culpa su exclusión? ¿Qué tan obvias son las soluciones que nos imaginamos las ciudadanas y ciudadanos bilbainos y bilbainas, blancos/as de clase media-alta y con sustentos per se?

El señor me sigue saludando todos los días, siempre busca un apretón de manos. Pienso que es una máxima expresión de cordura. Quizás una de las únicas de todo el día, porque lo demás son egoísmos, inconsciencia, invisibilización, resignación, fuego por todas partes y nadie se inmuta.

Mucha gente con frío y hambre, aquí justo debajo de casa, en nuestras calles, huyendo de los ejercicios de limpieza por parte de funcionarios del estado. Ellos guardan el orden y cumplen la ley, y de mientras limpian las calles y los soportales de gente que les molesta, de gente que parece no merecer ni la vida según ellos, de gente que no entra dentro de la categoría «ciudadano al que tengo que proteger».

Si Bilbao, ciudad de los valores, desampara, abandona, criminaliza, excluye y mata, siento auténtica vergüenza y desconexión. Lo peor es que esto no es nada nuevo, lo hemos normalizado tanto que estas limpiezas de calle no nos hacen girar la cabeza: «Sara cariño, respira y tranquilízate, venga, vamos». Y me tiran del brazo, me enseñan a «pasar de ello». Qué miedo.

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