A propósito del 1 de mayo
Parece que aquellos que vislumbramos cambios de gran calado somos unos utópicos, mientras que aquellos que actúan por la reforma del marco dado, son indiscutíblemente racionales. Una cuestión revisable. ¿Es posible superar el conflicto de la cuestión social dentro del marco dado?... que, de por sí, genera contradicciones inevitables... ¿Quién sería el utópico en este caso?
Mucho ha llovido desde aquel fatídico 1 de mayo de 1886. Acercándose está, la fecha en la que la clase obrera internacional se moviliza en el aniversario de los sucesos de Chicago. Día Internacional de los Trabajadores se le llama, o más bien, se le hace llamar. Lo que históricamente ha supuesto el eje de la reivindicación obrera plasmada en una jornada de lucha y reivindicación, año tras año pierde más su esencia y se convierte en el paseo folclórico habitual.
No es de extrañar si hacemos un pequeño análisis sintético de la coyuntura actual. El desarrollo del actual sistema, dada su necesidad de acumulación, tiene la necesidad de reinventarse constantemente para poder mantener su status quo. Es decir, se podría afirmar, que por un lado es necesario garantizar la acumulación constante de capital y por otro, es necesario mantener el orden social existente. Pero, ¿Por qué se diferencian estos dos planos? Por un lado existen las características intrínsecas del propio sistema acumulativo y por otro lado existen las características que el sistema acumulativo genera inevitablemente. En este segundo plano, se sitúan los costes sociales que se producen a raíz del modelo acumulativo antes mencionado. Así pues, se podría afirmar que la esfera en la que funcionamos hoy en día es una contradicción constante, ya que, el modelo de producción entra en contradicción constante con los costes sociales que este genera. Por sintetizarlo de alguna manera, convivimos con un modo productivo en el cual se desarrollan contradicciones sociales insuperables (ya que son, características inseparables del propio modelo), en beneficio de los poquísimos privilegiados que les conviene mantener la situación mencionada. Por ello, estos pocos privilegiados, se ocupan de crear una burbuja que cambia de forma constantemente con el propósito de que no se rompa. Esa burbuja se llama «armonía».
Probablemente hasta ahora, las personas trabajadoras hemos coexistido con la creencia de que la victoria de nuestras reivindicaciones eran las mejoras de nuestras condiciones. Las jornadas de 8 horas, el sufragio universal, la legalización de sindicatos, la libre asociación, la representación política obrera, la libertad de expresión, la «democracia», el estado del bienestar… Todo eran aparentemente grandes victorias de las personas trabajadoras que aparentemente hacían retroceder y recular a las clases dominantes. No quiero, ni mucho menos, infravalorar aquellas luchas de clase trabajadora que hasta hoy día a abordado correcta o incorrectamente la cuestión de su propia emancipación. Ante todo el respeto hacia esas luchas, que la mayoría en plano resistencial, han servido para despertar conciencia e inquietud en objetos alienados, posteriormente convertidos en sujetos conscientes. Sin embargo, dos son las cuestiones a abordar hoy en día: las conclusiones de lo hasta ahora conseguido y el movimiento de las reivindicaciones de los trabajadores hoy en día.
Como bien antes he mencionado, el sistema que inevitablemente genera explotación, necesita mantener su orden social. A sabiendas de la existencia de una amplia clase amenazante a sus intereses, genera una serie de categorías meramente tácticas con el fin de pacificarla. Estas categorías nuevas, se podrían significar como concesiones que la clase dominante hace a la clase dominada sin otro propósito de que no proteste. De esta manera, pongo en cuestión el beneficio real que las mejoras antes mencionadas suponen para los trabajadores. Por un lado, acalla el verdaderamente necesario objetivo de cambio de orden social y de modelo productivo. Por otro, crea guerras internas y desfigura por completo el sujeto de clase consciente bien estructurado defensor de sus intereses. Estas son simples consecuencias del desgaste que el sistema en sí genera para que no se colapse. Entendiendo, que no puede mantener su pureza originaria se reinventa constantemente hasta el día de su implosión. Estas nuevas categorías se crean al observar las innumerables contradicciones generadas y cuando se agotan, esas mismas categorías vuelven a crear nuevas contradicciones; lo cual indica que es necesario volver a reinventarse (es decir, desarrollar nuevas categorías); y así, sucesivamente hasta que el proceso dinamita. En la actualidad, parto desde mi posición de joven dentro del contexto económico de la Comunidad Foral de Navarra. Un contexto económico en el cual, miles de jóvenes (y no tan jóvenes) nos encontramos en una situación de absoluta exclusión. Podría hablarse de la generación más «preparada» en lo que respecta a titulación académica de la historia, a la generación la cual sus mayores han tenido las mejores condiciones históricas de la clase trabajadora (en general) en lo que respecta a recursos, a la generación que supuestamente en mejor situación se encuentra después del avance de la crisis, a la generación que ha conocido el «cambio» político en Navarra… ¿Qué pasa pues? ¿Cuál es el problema? Todos los factores apuntan a que deberíamos ser la generación mejor posicionada de la época contemporánea, después de todos los «logros» que nos preceden. Pero no. No lo somos. Somos la generación que roga un trabajo por menos de 5 euros la hora, somos la generación que con 20.000 titulaciones diferentes nos alegramos cuando nos ofrecen un curro en cualquier condición, somos la generación que presenta curriculums que parecen biblias de todos los trabajos temporales que hemos aceptado, somos la generación-ETT, somos la generación que vive mareada por empresas e instituciones públicas vendiéndonos por miseria al mejor postor, somos la generación que vivirá por los siglos de los siglos en casa de los papis a falta de un sueldo mínimo o un trabajo fijo que nos proporcione la posibilidad de emanciparnos. Y por último y lo más importante, somos la generación que más desamparada está en lo que respecta a movilización ante esta situación. Nadie nos da cobertura, ni hay interés.
Hace poco fui a clase a la universidad. Hablábamos del movimiento obrero en clase de historia y el profesor dijo: «Liberalismoa zuen etxean ate-joka dabil» («el liberalismo está llamando a la puerta de vuestra casa»). No lo dijo, pero claramente interpreté que «no hacéis nada». Probablemente tenga razón, pero probablemente también no tuvo muchos factores en cuenta. La supuesta representación y defensa de los trabajadores es incapaz de hacer un mínimo análisis de esta situación. Miles de trabajadores sin amparo sindical, por la temporalidad o condiciones de sus trabajos hacen evidentes esta situación. Es como si los sindicatos se limitasen a ganar juicios o incluso, a hacer una o dos muestras de la simpatía que les tienen los trabajadores para competir entre ellos. Por no hablar, claro, del discurso empleado. Un discurso simplista que se limita a la exclusiva reivindicación del derecho, de la mejora, de la reforma del marco dado. Este hecho, del «no ir más allá» implica que el problema se perpetúe. Además, llevan a cabo una línea de acción que no se adapta para nada a la situación y deja desamparada a toda una generación y a las personas en el nivel más bajo en la escala de recursos. Es importante también entender el proceso. Después de la famosa «crisis económica», no se ha llamado ni una huelga general como método de presión sobre la clase dominante. Uno de los instrumentos más importantes que tenemos como clase, parece haber sido desechado por aquellos que tienen capacidad de llamamiento a la movilización. ¿No será tal vez un instrumento que incomoda incluso a los propios sindicatos? La huelga general, siempre adoptando un alto contenido revolucionario, nunca se ha limitado a la simple demanda coyuntural, dado que grandes sectores movilizados entendían la confrontación estructural como antagónica. Esta situación incomoda sin lugar a dudas a aquellos que viven claramente al amparo sistémico. Esa comodidad se acaba extendiendo desde los supuestos altavoces de los trabajadores, que claro, no quieren salir de su situación de confort. Por eso, estos aparatos, poco a poco se convierten en aliados directos de aquellos que quieren mantener el orden social existente. O dicho de otra manera, se convierten en aliados directos de aquellos que explotan directamente a los trabajadores. Este problema, no se limita únicamente al terreno laboral y se hace especialmente notorio también en el terreno político. Parece que el «cambio» de color del parlamento Navarro traía consigo la mejora evidente en la cuestión social. Sin embargo, queda en evidencia la incapacidad de la administración pública de conformar cambios de gran calado. Queda en evidencia también, el poco interés que se tiene por parte de los partidos institucionales de dar cambios de gran calado. Parece como si mediante esta situación de paz social, de armonía, de supuesta representación… los trabajadores viviésemos totalmente engañados por aquellos que se disfrazan de nuestro bloque de apoyo. Parece que aquellos que vislumbramos cambios de gran calado somos unos utópicos, mientras que aquellos que actúan por la reforma del marco dado, son indiscutíblemente racionales. Una cuestión revisable. ¿Es posible superar el conflicto de la cuestión social dentro del marco dado?... que, de por sí, genera contradicciones inevitables... ¿Quién sería el utópico en este caso?
No es este un debate nuevo. Si, sin embargo, un debate actual. El cambio estructural es, cada vez más, un estadio necesario. La autoorganización de clase inminente. Y la ruptura discursiva con aquellos sectores que se autodenominan nuestros defensores, indispensable. Las nuevas categorías que el capital crea, antes mencionadas, cada vez se agotan antes y por ello es necesario planificar una nueva hoja de ruta. El 1 de mayo saldremos a la calle. Saldremos al paseo. Saldremos al acto folclórico. Saldremos a tragar el discurso partidista. O nos quedaremos en la cama.
Aun así, espero que estas palabras sirvan para, al mismo tiempo que recordar con mucho respeto a los 8 trabajadores condenados a la horca en 1886, reflexionar también, sobre cuál es nuestro negro porvenir y cuál debe ser nuestra línea de actuación.
Recupero para acabar, un fragmento de la crónica que José Martí hizo sobre aquel día en el que, a 8 trabajadores la vida les fue arrebatada por la férrea defensa de aquel proyecto «utópico», que hoy en día tan utópico nos parece.
«Plegaria es el rostro de Spies; el de Fischer, firmeza; el de Parsons, orgullo rabioso; a Engel, que hace reír con un chiste a su corchete, se le ha hundido la cabeza en la espalda. Les atan las piernas, al uno tras el otro, con una correa. A Spies el primero, a Fischer, a Engel, a Parsons; les echan sobre la cabeza, como el apagavelas sobre las bujías, las cuatro caperuzas».
«Y resuena la voz de Spies, mientras está cubriendo la cabeza de sus compañeros, con un acento que a los que le oyen les entra en las carnes; ‘La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’».