Iñaki Egaña
Historiador

Aberri Eguna #23

Relataba recientemente el etnólogo Fermín Leizaola que el modo de vida pastoril vasco ha cambiado más en los últimos treinta años que en los 2.000 anteriores. Le ha cabido en suerte, como a muchos de nosotros, el haber vivido en esa sociedad casi inmutable en siglos, y también en este último arranque que, con la llegada de la inteligencia artificial y el cambio climático, no sabemos dónde acabará. Ahora comenzamos a percibir, con mucho vértigo al menos por mi parte, esa velocidad que marca nuestro planeta, 100.000 kilómetros por hora, 30 por segundo. Tanto en el apartado físico como metafórico.

Ignacio Ramonet reflexionaba, también hace poco, que se han derrumbado las nociones políticas y sociológicas que han estado vigentes durante dos siglos: «las herramientas conceptuales que empleamos durante tanto tiempo para comprender y explicar la evolución de las cosas, pronto se volverán inadecuadas». Ya lo ha recordado Bill Gates con motivo del GPT: los microprocesadores, ordenadores personales, internet y el teléfono móvil nos han cambiado radicalmente la forma de trabajar y vivir.

Aquellos que llamó Alfonso Etxegarai de la generación de 1958, la que revolucionó y puso patas arriba la dictadura en España, estuvieron aderezados por miles de compromisos juveniles que crearon un efecto dominó en Ipar Euskal Herria con la inmersión de cientos de huidos. Fueron un reflejo de generaciones levantiscas anteriores. Incluida la de la guerra civil que, en su espejo abertzale y republicano, había sido derrotada, humillada, ejecutada y encarcelada. El mérito de aquellos que recogieron el testigo de las víctimas de Gernika es irreprochable. Sus referencias vaporosas como Xaho, Matalaz, Zumalakarregi, Santa Cruz, Lauaxeta o Saseta se mezclaron con otras más recientes, Ho Chi Min, Che Guevara, Sandino, Fanon, Mao, Sendic y Amílcar Cabral.

Estos días, asociados al Aberri Eguna, celebramos los 50 años de la emboscada policial que acabó con la vida de Eustakio Mendizabal, de la muerte del abogado y teórico del proceso de liberación José Antonio Etxebarrieta, de aquel domingo de Pascua en Itsasu que liberó el día patrio de iglesias y banquetes y lo trasladó a los prados, montes y al cemento urbano. ¡Medio siglo! Dentro de unos meses, asimismo, recordaremos el medio siglo del derrocamiento sangriento por parte de Pinochet y Washington del proyecto de Unidad Popular que lideró Salvador Allende en Chile y también del magnicidio del presidente fascista hispano, Luis Carrero Blanco.

Como la velocidad del planeta, la perspectiva de medio siglo da vértigo. Y, sin embargo, como el título de aquella telenovela ecuatoriana, parece que fue ayer. De la generación del 58 a la guerra civil, habían apenas circulado dos décadas. El recuerdo ardía en la memoria y quemaba con los semblantes ausentes. ¿Qué son esos últimos 20 años de entonces, esos 30 de Fermín Leizaola o los últimos 15 de Bill Gates? La idea del tiempo es notablemente diferente para unas generaciones, sobre todo las anteriores, y para otras, las más recientes.

Las reflexiones sobre modelos políticos, organización de la disidencia, métodos de lucha y, sobre todo, el diagnóstico del entorno, nos lleva a continuos tropiezos generacionales. Los de edad madura se sienten seguros, con el adiestramiento de los años, de dar lecciones y los de edad precoz con la fuerza de todo por cambiar. Los unos nacieron en un contexto retraído y los otros, los más jóvenes, en uno expansivo. Incluso las fisonomías represivas son diversas, la percepción del enemigo híbrida.
 
Tenemos la media de edad más alta de Europa, cerca de 47 años, (10 más que la de Irlanda, la más baja). Y ello, quizás nos salva en una ligera medida en la mixtura intergeneracional. No, en cambio, en el salto entre unos y otros. Somos una población envejecida –en 2030 será más los mayores de 80 años que los menores de 10– pero el motor del país es aún importante. Entre 500.000 y 600.000 vascas y vascos pertenecen a la franja de edad comprendida entre los 15 y los 35 años. ¿Cómo entendemos unos y otros la patria, Euskal Herria? La respuesta, aunque el hecho nacional sea definido por politólogos y sociólogos de manera nítida, es sencilla. Mi percepción me señala que de manera muy diversa.

«Nuestra» Euskal Herria, la de los que nos ven como «veteranos», fue la de un modelo de autodefensa. La de recuperar valores del «nasci», incluidos los robados por la dictadura, la Transición y, al norte de la muga, la turistificación masiva. Hubo un ímprobo esfuerzo para cohesionar una comunidad con muchos ramales. Hoy, Euskal Herria es un territorio definido, aunque separado en tres administraciones, con siete herrialdes. Ya no es una declaración de intenciones sino un proyecto político.

Recogiendo estos testigos, las generaciones del siglo XXI, entre ellas las que estos días se apiñan en el Gazte Topagune de Elorrio, surgen en un escenario modernizado. La transición hacia un mundo multipolar, el neoliberalismo más crudo, el capitalismo especulativo frente al productivo, migraciones masivas, pandemias… con los anexos que apuntaba al comienzo, reflejados en las frases de Ramonet y Gates. La ecología, la igualdad de género, la humanización del migrante, la transexualidad, la gentrificación, la educación, la salud, la vivienda… temas que conforman el magma del entorno del Aberri Eguna de 2023.

Por ello, la patria, más aún si la distinguimos como una entidad activa, no la podemos describir en tiempos de pasado. Hay ciertas tendencias a la nostalgia que se convierten en propuestas reaccionarias. Como rotulé en cierta ocasión de la mano de Carlos Fuentes, el pasado está escrito en la memoria y el futuro está presente en el deseo. Las generaciones que lograrán alcanzar nuestros sueños están emergiendo y estamos a las puertas de un cambio estratosférico en la humanidad. Guardemos como un tesoro nuestra memoria. Pero, en la misma medida, abramos las puertas a quienes marcarán la transformación y redefinirán Euskal Herria.

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