Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Ajuria Enea SA

En la medida en que el Gobierno español rompe la supuesta bilateralidad que Urkullu reclama entre Lakua y Madrid, se resquebraja y deteriora el autonomismo de los jelkides y, por el contrario, se refuerza la alternativa independentista

El mundo se encuentra bajo arresto domiciliario, bajo amenaza de muerte, pero esto no impide que el neoliberalismo imperante intente por todos los medios salvaguardar los medios de producción para que estos sigan generando la plusvalía. Como diría el mejor de los gángster, el negocio es el negocio. Dicho de otro modo, comenzamos a comprobar que las élites elevan la voz para pontificar y decir que el virus es el virus, la economía es la economía y la clase trabajadora es quien tiene que arrear con virus y economía. El capitalismo, como siempre, se corona sin virus y vuelve a horrorizar con su grito de muerte: todo por mi pasta.

Sutil y de modo sibilino, los mensajes de ETB en Euskal Herria han iniciado a tapiarnos la vista para hacernos creer que llevar a la economía vasca a un «coma» inducido podría guiarnos a un abismo irreversible, a una debacle, destrucción y ruina sin pararse a pensar que entre un presente apocalíptico y un futuro de igual factura, la sociedad en pleno debería tener la posibilidad de elegir.

No estamos en una guerra bélica, a pesar del lenguaje que la pandemia nos ha traído, como para elegir entre la destrucción de la industria en detrimento del enemigo, tal y como recordaba recientemente una de las cabezas pensantes del PNV. No lo estamos, entre otras cosas, porque no existe un Santoña donde firmar una rendición. No cabe la rendición. Estamos sumergidos en una batalla contra una plaga letal que, claro está, necesita supervivientes, cuantos más mejor, para que Euskal Herria siga en pie tras este desastre. Y si se debe hibernar a su economía, se hace. Al fin y al cabo, «inducir al coma» (curioso que Urkullu acuda a la terminología médica para aplicar a la economía, y al lenguaje militar para la pandemia), es una práctica médica con la que se pretende que el paciente pueda superar su situación de gravedad sin dañar sus órganos vitales preservándolos.

No obstante, todo hace indicar que Confebask ha cambiado de sede y ahora su razón social se ubica en la sala este de Ajuria Enea, mientras en la oeste, desde Sabin Etxea, Iñigo Urkullu, su portavoz en ejercicio, clama al cielo por su virtud perdida, aquella que le hacía ser el gran gestor directo del gobierno de Madrid y que unilateralmente le ha birlado Pedro Sánchez al decretar el cierre de la gran industria «sin su permiso». Con su cabreo de niño terco, Urkullu y su partido autonomista, expande de nuevo la sensación de intentar gestionar en exclusiva la coyuntura que la parte carroña virus conlleva y expresa así, muy a las claras, el concepto peneuvista de ser su formación la poseedora de la patente de diligenciar en Euskal Herria el ordenamiento jurídico, económico y político que emana de Moncloa. De hecho, es esta exclusividad en la gestión, la que garantiza, valida, da credibilidad y fortaleza al estatutismo que con carácter irreversible mantiene el PNV. Dicho de otro modo, en la medida en que el Gobierno español rompe la supuesta bilateralidad que Urkullu reclama entre Lakua y Madrid, se resquebraja y deteriora el autonomismo de los jelkides y, por el contrario, se refuerza la alternativa independentista de la que el PNV huye con su apuesta política por un más que sano regionalismo: tú me das la gestión y yo te garantizo autonomismo.

Y se queja Urkullu de la intromisión unilateral de Sánchez, sin apenas percatarse de que si bien tiene toda la razón para protestar en lo que respecta al grado de intromisión, esta misma razón viene del brazo de la evidencia en que queda el nivel escasito del autonomismo vasco. Como en evidencia queda asimismo que si bien las protestas de Urkullu por tocar el bolsillo de sus cofrades de Confebask han sido sonoras y televisadas, también es cierto que ha sido oído y entendido por Madrid, sensible al malestar patronal.

Por el contrario, Urkullu nada ha manifestado, dicho o declarado sobre la presencia y patrulleo ciudadano de las fuerzas armadas, del orden y del ejército, por las calles de Euskal Herria, robando parte de los merecidos aplausos dirigidos a los trabajadores que están peleando a brazo partido con el coronavirus. Unos trabajadores que, estos sí, deben trabajar hasta la extenuación, en condiciones de una inferioridad buscada por el mismo neoliberalismo económico que llora para «lograr la supervivencia de las empresas ante la realidad de la crisis», como dice hoy la CEOE y que hogaño, sus miembros, aplaudieron hasta reventar sus sucias manos ante el expolio a la sanidad pública.

Y si Urkullu nada ha dicho sobre el desfile militar diario es sencillamente porque las órdenes de Madrid, adoptadas tan unilateralmente como en lo concerniente a la economía, y que no ha merecido queja oficial, es porque el concepto nacional y estatal de Euskal Herria le importa un coronapepino. Y no digamos si el señor lehendakari de todos los vascos hubiese tenido la audacia de expresar un cierto interés por los ciudadanos de Euskal Herria presos en las cárceles españolas que, además de no poder ser visitados, muchos de ellos forman un grupo de riesgo al estar unos gravemente enfermos y otros con muchos años a sus espaldas, con un pie en la vejez. No es de recibo este silencio al que se abona Urkullu remitiéndose siempre a que «no es el momento» de hablar de presos. ¿Acaso hay que esperar a los cambios de humor para hablar con el jefe de Madrid?

¿Acaso el PSOE, que en Euskal Herria se mantiene mudo, ausente, inadvertido y escaqueado, solo es socio para repartir dividendos?

Que no olviden mañana las decisiones que hoy se adopten, depende de ello la serenidad o la ira de los pueblos que entierran a sus muertos.

«Sabemos devolver la vida a la economía; lo que no sabemos –diría Akufo Addo, presidente de Ghana– es cómo traer de vuelta a la vida de las personas».

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