Al señor Joseba Asiron Sáez, alcalde de Pamplona
Hace ya unos meses, doce para ser exactos, le escribí una carta abierta que fue publicada en el “Diario de Noticias”: fue el 27 de diciembre del año pasado, un día antes de que Usted fuera nombrado Alcalde de Pamplona. La política es muy importante. Pero también muy exigentes la buena política y la buena administración. Después de casi un año como Alcalde la ciudad de Pamplona, y de aquella mi carta, me permito proponer algunas indicaciones precisas para definir qué es la buena política y también quiénes hacen una buena política. Lo hago como ciudadano de la ciudad de Pamplona y de esta Comunidad de Pamplona desde mi llegada aquí el 25 de agosto de 2022.
Son indicaciones para Usted, y que incluso podrían servir de advertencia a los «viejos» políticos, que con demasiada frecuencia han sucumbido a la corrupción y al atractivo del poder, pero también a los llamados «nuevos» políticos, que han negado el valor de las competencias, la experiencia y la capacidad de mediación y han adoptado lenguajes y métodos que crean conflicto, división e incomprensión, cediendo al egoísmo populista para obtener consensos fáciles. Negando así el objetivo último de la buena política y la buena administración, que es construir comunidad.
El bien común. La plaza es un lugar emblemático, donde las aspiraciones de los individuos se confrontan con las necesidades, las expectativas y los sueños de toda la ciudadanía; donde los grupos particulares toman conciencia de que sus deseos deben armonizarse con los de la comunidad. Yo diría −se me permita la imagen: en esta plaza se «amasa» el bien común de todos, ahí se trabaja por el bien común de todos. Por tanto, la centralidad de la plaza transmite el mensaje de que es esencial que todos trabajemos juntos por el bien común. Esta es la base del buen gobierno de la ciudad de Pamplona, que la hace bella, saludable y acogedora, encrucijada de iniciativas y motor de desarrollo sostenible e integral.
Un servicio al bien común. Esta plaza, como todas las demás plazas, recuerda la necesidad, para la vida de la comunidad, de una buena política; no una política supeditada a las ambiciones individuales o a la prepotencia de facciones o centros de interés. Una política que no sea ni sierva ni ama, sino amiga y colaboradora; no temerosa ni temeraria, sino responsable y, por tanto, valiente y prudente al mismo tiempo; que aumente la implicación de las personas, su progresiva inclusión y participación; que no deje al margen a determinadas categorías, que no expolie ni contamine los recursos naturales... Una política que sepa armonizar las legítimas aspiraciones de individuos y grupos manteniendo firme el timón en el interés de toda la ciudadanía. Este es el auténtico rostro de la política y su razón de ser: un servicio inestimable al bien de toda la comunidad.
La independencia. En los últimos años la política ha parecido a veces retroceder ante la agresividad y omnipresencia de otras formas de poder, como el especulativo, el financiero y el mediático. Es necesario relanzar los derechos de la buena política, su independencia, su idoneidad específica para servir al bien público, actuar de modo que disminuyan las desigualdades, promover con medidas concretas el bien de las familias, proporcionar un marco sólido de derechos-deberes −equilibrando ambos− y hacerlos efectivos para todos.
La corrupción. La corrupción es el gusano de la vocación política. La corrupción no deja crecer a la civilización humana.
La solidaridad. La imagen de la comunidad expresa cómo la sociedad humana sólo puede sostenerse cuando se apoya en la verdadera solidaridad, mientras que allí donde crecen la envidia, la ambición desenfrenada y el espíritu de adversidad, se condena a sí misma a la violencia del caos.
La justicia social. Pienso en las realidades en las que faltan disponibilidad y calidad de los servicios y se forman nuevas bolsas de pobreza y marginación. Es ahí donde la ciudad se mueve en dos carriles: a un lado la autopista de los que están sobrados de servicios, al otro los cuellos de botella de los pobres y parados, de las familias numerosas, de los inmigrantes y de los que no tienen con quien contar. No debemos aceptar estos modelos que separan y hacen que la vida de uno sea la muerte del otro y que la lucha por uno mismo acabe destruyendo cualquier sentido de solidaridad y fraternidad humana.
A usted, señor Joseba Asiron, permítame decirle que debe frecuentar las periferias: las urbanas, las sociales y las existenciales. El punto de vista de estas últimas es la mejor escuela, nos hace darnos cuenta de cuáles son las necesidades más verdaderas y pone al desnudo sólo las soluciones aparentes. Al mismo tiempo que nos toma el pulso a la injusticia, nos muestra el camino para eliminarla: construir comunidades en las que todos se sientan reconocidos como personas y ciudadanos, titulares de deberes y derechos, en la lógica indisoluble que vincula el interés del individuo y el bien común. Porque lo que contribuye al bien de todos contribuye también al bien del individuo.
La cultura del encuentro. Trato de comprender y explicar (no digo «justificar») el malestar de no pocos de sus ciudadanos ante la llegada masiva de migrantes y refugiados... Este malestar puede superarse ofreciendo espacios para el encuentro personal y el conocimiento mutuo. Todas aquellas iniciativas que promuevan la cultura del encuentro, el intercambio mutuo de riquezas artísticas y culturales, y el conocimiento de los lugares y comunidades de origen de los recién llegados son, por tanto, bienvenidas.
La esperanza. La política puede cumplir así su tarea fundamental de ayudar a mirar al futuro con esperanza. Es la esperanza en el mañana lo que hace aflorar las mejores energías de todos, de los jóvenes en primer lugar.
Un buen corazón. Abrazar y servir a esta ciudad o a esta comunidad foral requiere un corazón bueno y grande, en el que se albergue la pasión por el bien común. Es esta mirada la que hace crecer en las personas la dignidad de ser ciudadanos.
La capacidad de mediación. Y el buen político tiene también su propia carga cuando quiere ser bueno, porque debe dejar muchas veces sus ideas personales para tomar las iniciativas de los demás y armonizarlas, unirlas, para que sea precisamente el bien común el que salga adelante. En este sentido, el buen político siempre acaba siendo un «mártir» en el servicio, porque deja atrás sus propias ideas pero no las abandona, las cuestiona con todos para avanzar hacia el bien común, y esto es muy hermoso.
La competencia y la humildad. Si el político está cerca de su gente las cosas van bien, siempre: su competencia, su disponibilidad.
Le invito a exigir a los protagonistas de la vida pública de nuestra ciudad de Pamplona coherencia de compromiso, preparación, rectitud moral, capacidad de iniciativa, longanimidad, paciencia y fortaleza de espíritu para afrontar los retos de hoy, sin pretender ni esperar, no obstante, una perfección imposible. Y cuando ustedes se equivoquen, que tengan la grandeza de espíritu de decir: «Me he equivocado, discúlpenme, sigamos adelante». ¡Y eso es noble! Los acontecimientos humanos e históricos y la complejidad de los problemas no permiten que todo se resuelva inmediatamente. La varita mágica no funciona en política. Un sano realismo sabe que ni siquiera la mejor clase dirigente puede resolver todas las cuestiones en un santiamén. Construir esta comunidad humana requiere de Usted no un presuntuoso empuje hacia arriba, sino un humilde y diario compromiso hacia abajo.
Y cultive, y ayude a cultivar en su equipo de gobierno y de gestión municipales, estas tres virtudes. La virtud de la prudencia para gobernar, pero también la virtud del valor para seguir adelante y la virtud de la ternura para acercarse a los más débiles.
¡Felices Navidades! ¡Feliz Año Nuevo! Gabon Zoriontsuak! Urte Berri On!
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