Juan Mari Arregi

Ángel Arregi, un gran solidario de Iparralde

Acabamos de saber de la muerte de Ángel Arregi Albizu en Donibane Lohizun, donde le conocí en mayo de 1969. Ciudadano de Hegoalde, y sin problemas políticos con el franquismo, Ángel vivía en una calle central de Donibane, junto a su playa, con Maitena, su mujer y su hija María.

Muchos de los exiliados en aquellos tiempos, tras la gran represión de entonces en Hegoalde, conocimos a esta persona más por el seudónimo de «Zampahostias» que por su nombre verdadero. Lo de «Zampahostias» venía por su cercanía con la Iglesia, especialmente la de Sokoa, donde regentaba como párroco Pierre Larzabal, y a cuya casa acudía periódicamente. Precisamente, y tampoco es casualidad, sus funerales se van a celebrar el día 13 de diciembre a las 9.30 en la iglesia de Sokoa.

Pese a las diferencias graves que en su día tuve con Ángel como con Telesforo Monzón, Pierre Larzabal y Javier Zumalde, «El Cabra», que, junto con «Mauro» y Urbistondo y yo mismo, formábamos la dirección inicial de Anai Artea, considero un deber reconocer públicamente la labor solidaria de Ángel Arregi.

¿Quién fue Ángel? Los años 1967-1970 fueron un período de gran represión franquista en Hegoalde que provocó miles de detenidos, torturados y exiliados. Y 1969, de forma muy especial en Bizkaia, donde además de los cientos de detenidos, tuvimos que exiliarnos varios cientos más. Aquel año, en abril, la policía acorraló, persiguió y detuvo a parte de la cúpula de entonces de ETA, de la que una parte se encontraba reunida en Picos de Europa y otra en un piso de Artekale de Bilbao.

De Artekale, a cuyo piso entró la policía a tiros, pudo escaparse gravemente herido un militante de la ejecutiva de ETA, Mikel Etxeberria, «Makagüen». En su huida paró a un taxi junto a San Antón y pidió al taxista le llevara hacia Orozko. El taxista, Fermín Monasterio, que vio que iba herido y perseguido por la policía, no quiso llevarle a su destino y detuvo su coche en Arrigorriaga. Discutieron, y en ese contexto «Makagüen», tal como en su día me confesó dolorido, se vio obligado a desprenderse de él, resultando muerto.

La huida de Mikel, la búsqueda de médicos y casas refugio, su traslado a Barcelona, su paso por la muga del Pirineo catalán, etc. provocó la movilización de cientos de personas, de las cuales unas fueron detenidas y muchas otras, entre ellas yo mismo, nos vimos obligados a exiliarnos.

Llegamos a Iparralde a finales de abril, mayo y junio –recordemos, de 1969– cientos de personas. Aquí nos encontramos que no había nada organizado para quienes nos veíamos obligados a huir de Hegoalde. Ni casas, ni trabajo, ni oficina de papeleo oficial, ni personas que pudieran sustituir esas carencias. Cada uno y cada una se las arreglaba como podía.

Así las cosas, otro compañero sacerdote exiliado, Amadeo Rementería, y yo mismo, que llegamos a Donibane en abril y mayo de 1969, empezamos a pensar en organizar algo para quienes como nosotros venían llegando exiliados sin nada a Iparralde. Lo primero una casa. Así fue. Era el embrión de lo que luego sería Anai Artea y su misma residencia. Alquilamos una casa con nuestro trabajo de peonaje en puerto y hoteles, y la ayuda de otros compañeros curas de Hegoalde.

Fue precisamente Ángel Arregi la primera persona con la que pudimos contactar y quien nos ayudó a localizar el piso a través de una inmobiliaria. Poco a poco nos fue ayudando a hacer los primeros papeles oficiales de refugiados en la oficina correspondiente.

Mientras iniciábamos este proceso de atención a los que se exiliaban, quien escribe residió entonces durante unos días en la casa parroquial de Sokoa, que regentaba Pierre Larzabal. Todos los días, al atardecer, aparecía por allí Ángel, unas veces solo y otras acompañando a Telesforo Monzón.

Ellos nos veían a Amadeo, a mí y a algunos otros exiliados, que, además de haber alquilado un piso provisional, estábamos implicados en buscar otros pisos y trabajos para quienes ya estaban exiliados y para quienes iban llegando. Les llamaba la atención que nosotros, sin conocer a nadie en Donibane, estuviéramos comprometidos en buscar soluciones de refugio para las cientos de personas que venían a exiliarse a Iparralde.

Fue el inicio de la organización de una sociedad, Anai Artea, que se convirtió en un referente de acogida para todos quienes, sin distinción política alguna, llegaran exiliados a Iparralde. Monzón, Larzabal y Ángel se comprometieron con quien suscribe este artículo a poner en marcha Anai Artea a partir del piso que ya habíamos puesto anteriormente en funcionamiento. Luego se añadirían a la dirección de esta asociación cada uno de los representantes de los sectores exiliados. «Lagun Artea» fue el primer nombre propuesto por mí mismo para esa sociedad. Finalmente, la propuesta de Telesforo Monzón de «Anai Artea» fue la que se decidió.

Ángel Arregi, un personaje que se movía muy bien en las instancias oficiales, fue clave para llevar adelante toda esta operación. Además de la regulación del primer piso embrión de Anai Artea, alquilado por Amadeo y yo mismo, el alquiler de otros pisos, los carnets de refugiados, la búsqueda de trabajos, el traslado de no pocos exiliados a París, Bretaña o Bélgica etc. toda clase de gestiones fueron obra de Ángel Arregi.

Cuando termino estas líneas me llega un dato de un amigo exiliado en su día como yo que, al informarle de la muerte de Ángel Arregi, me cuenta lo que sigue: «Gracias a él, Ángel, nuestra hija se llama Amets, nombre que quisimos ponerle, pero en el ayuntamiento no nos dejaban. Casualidad, al salir yo del ayuntamiento –de Donibane Lohitzun– enfurecido me crucé con él y le dije lo que me pasaba. Ese día o al siguiente, me dijo que ya estaba arreglado»… Esas también fueron gestiones importantes del solidario Ángel.

No es casualidad que en la familia de este hombre solidario, Ángel Arregi, se introdujera un militante y refugiado político de ETA, Carlos Ibarguren, de Orereta, más conocido en la actividad política clandestina como «Nervios», por su emparejamiento con María, hija de Maitena y Ángel.

Euskal Herria tiene pendiente aún un reconocimiento y homenaje públicos a personas solidarias de Iparralde, como Ángel Arregi y sus familias y otras, con las víctimas del franquismo.

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