¿Apología del terrorismo?
Supongo que, para según quién, yo hice apología del terrorismo con mi hijo de cinco años cuando le expliqué que era muy importante ir a una manifestación para protestar porque unos chicos y chicas están encarcelados muy lejos de sus casas, y eso es muy injusto. Me da pena que el crío tenga que conocer una realidad tan fea, pero es lo que hay.
Ya lo vivió hace unos meses, cuando secuestraron (así se lo expliqué, porque es lo que pasó) a su osaba y lo llevaron a Madrid.
Mi hermano fue una de las 18 personas de Herrira detenidas, secuestradas durante cuatro días y posteriormente puestas en libertad. Yo he vivido el terrorismo, he sido una víctima (aunque no me gusta esa palabra), como mis padres, como toda la gente que quiere a mi hermano y a los otros 17 detenidos, como todas las personas que esperan que este conflicto se resuelva de una vez. Mando un abrazo muy fuerte a las nuevas víctimas, personas detenidas injustamente. Me quedo con la sonrisa de Arantza Zulueta cuando la llevaban esposada. Comprendo el sentimiento que hay detrás. Hay ilusión, orgullo, autoestima… sentimientos que surgen en una persona cuando sabe que está haciendo algo bueno, y además siente amor y apoyo a su alrededor.
En realidad, si algo podemos agradecer a quien todavía ordena y ejecuta detenciones como estas es que nos motiva para seguir adelante con más fuerza. No sé si comprenden cómo funcionan los sentimientos humanos, tal vez no, porque tienen un punto de psicópatas que les incapacita para ello. Si tuvieran una pizca de empatía, verían que con sus ataques sacan lo mejor de las personas, un montón de vitalidad, de energía creativa, de amor, de solidaridad. También provocan dolor y mucha rabia, indudablemente, pero por suerte hemos llegado a un punto en que convertimos el sufrimiento en ganas de construir, no de destruir o dañar. Yo puedo decir, por experiencia, que la detención y secuestro de mi hermano me ha hecho mejor persona. Nunca quise tanto a mis padres como en el momento en que les vi alejarse de casa con sus maletas hacia el autobús que les llevaría a Madrid, a apoyar a su hijo; iban tristes, doloridos, cansados, pero fuertes. Nunca quise tanto a mi hermano como aquellos días en que sabía que mientras yo cuidaba de mi hijo, trabajaba, limpiaba mi casa… él estaba injustamente encerrado en un calabozo, o cuando le escuché al otro lado del teléfono, ya libre. Lo cierto es que, sin querer, con sus terribles acciones provocan que nos hagamos más humanos. No hay mal que por bien no venga.
Por eso, mucho ánimo y mucha fuerza para todos y todas nosotras, porque este conflicto terminará resolviéndose y mientras, lo que no mata nos hace más fuertes, ya lo dice el refrán.
Por lo visto, hay personas interesadas en ocupar muchas páginas de la historia, aunque esa historia hable mal de ellas... Mi tío abuelo huyó a Francia en la guerra civil, a mi abuelo lo privaron de libertad, los dos eran personas maravillosas que luchaban por el respeto de las libertades; casi 80 años después, todavía hay personas maravillosas, como mi hermano y otros tantos, detenidas por luchar y creer en un proyecto de libertad. Puedo asegurar que ninguno de ellos cogió nunca un arma ni mató a nadie. Como madre, creo que debo explicar a mi hijo que hay una injusticia por la que hemos de protestar, con cinco años puede entender esas cosas, pero espero que cuando sea mayor no conozca los calabozos como su bisabuelo o su osaba, que la lucha por las libertades haya dado paso a una democracia real.