Aquí y ahora
«No podemos jugar a pequeña porque las condiciones políticas de nuestro pueblo, condiciones creadas de forma determinante gracias a la lucha histórica de la izquierda abertzale, nos permiten aspirar a más. En ese camino, no se puede entender a la mayoría social como algo ajeno, y menos aún hostil.»
El proyecto político de la izquierda abertzale, ya desde los años 60, se resume en dos palabras que constituyen el núcleo de nuestra identidad: independencia y socialismo. A lo largo de su historia la izquierda abertzale ha tratado de conseguir ambos objetivos a través de diferentes estrategias, que respondían al análisis del contexto social e histórico en el que se desenvolvía la lucha. Si en un primer momento se adoptó una estrategia de carácter insurreccional, más tarde se formuló una estrategia basada en la negociación con los Estados. En estos momentos afrontamos un tercer ciclo estratégico en el que el eje de nuestra acción es la construcción de una hegemonía alternativa en el plano político-institucional e ideológico.
La incorrecta contextualización a la hora de definir una estrategia conlleva un fracaso seguro. La Euskal Herria del siglo XXI no es ni una jungla vietnamita ni la propia Euskal Herria de 1970. Pretender repetir esquemas pertenecientes a otra realidad geográfica o histórica por inercia sentimental es un error. Si de verdad queremos conseguir nuestros objetivos, si la independencia y el socialismo son para nosotras algo más que un mantra fosilizado, si de verdad aspiramos a la plena liberación nacional y social, debemos construir una estrategia viable en el lugar y momento histórico en el que nos encontramos. Una estrategia viable aquí y ahora. Hay que mirar al mundo, aprender, adaptar.
Encontramos pocos ejemplos de procesos independentistas en un contexto equiparable al nuestro, un país altamente desarrollado, rico a pesar de la crisis y ubicado en un área geopolíticamente estable. Al caso pionero de Québec se han unido Catalunya y Escocia. El patrón con el que transcurren estos tres procesos es tan similar, que sin caer en determinismos ni mimetismos, podemos sacar conclusiones que permiten establecer una especie de guía para el independentismo. Vemos que para desencadenar el proceso es necesario contar con una mayoría independentista, detectada a través de las elecciones o las encuestas. También es necesaria una acción social e institucional conjunta que plantee la necesidad de dirimir la cuestión en una consulta democrática. Es igualmente imprescindible incorporar al proceso a sectores de la población que, al margen de la cuestión identitaria, consideran la independencia como un paso para acceder a unas mayores cotas de bienestar socio-económico colectivo. Además, sabemos que la campaña unionista cuenta con dos bazas principales: la amenaza del aislamiento internacional y la del colapso económico.
Puede surgir alguna otra vía que hoy no se vislumbra, estaríamos encantados si además es más fácil, pero a día de de hoy en Euskal Herria la vía soberanista deberá seguir esta agenda o una muy parecida. Nos encontramos aún en la fase inicial: la extensión y consolidación de la mayoría independentista. En esta fase la posición de la dirección del PNV es el principal obstáculo. Temerosos de que un proceso de estas características provoque la pérdida de su liderazgo institucional, Sabin Etxea es hoy en día un activo agente de la lucha ideológica contra la independencia. En este sentido deberemos combinar la crítica permanente a esta actitud con el también permanente emplazamiento a una acción conjunta soberanista con el nacionalismo conservador. Eso no implica quedarnos sentados mirando a ver qué hace el PNV. Los independentistas debemos multiplicar la lucha ideológica, fortalecer los movimientos soberanistas y poner al servicio del proceso el espacio institucional que gestionemos.
Tras ser durante muchos años una fuente de inspiración para los revolucionarios de todo el mundo, la energía de la izquierda en América del sur pareció agotarse en la década de los 90. La oleada neoliberal se apoderó entonces del continente, pero el fracaso empírico del neoliberalismo tuvo como virtualidad hacer emerger una alternativa de nuevo cuño. El motor del proceso es ahora, en casi todos los países, una gran alianza de los sectores de la izquierda real que acumula un respaldo mayoritario en lo político-electoral para articular junto a los movimientos sociales un programa de cambio radical socio-político, el llamado socialismo del siglo XXI. El modelo está sujeto a múltiples variantes locales, lo que en sí encierra otra lección y, aún desde una gran distancia física y política, es una muy valiosa referencia.
Fuera de este escenario la realidad de la izquierda no es esperanzadora. Ante la nueva fase ofensiva del capitalismo financiero neoliberal la socialdemocracia ha colapsado y la izquierda real no parece capaz de articular el descontento en movimientos de masas, tarea en la que la extrema derecha parece estar siendo más eficaz. Son pocas las excepciones a esta constatación y en circunstancias concretas y particulares, como Grecia. En Euskal Herria nos encontramos en una situación intermedia entre las realidades americanas y la izquierda occidental. Por un lado, aquí las contradicciones sociales no son tan agudas como en América dado que nos encontramos en la zona central del sistema, pero al mismo tiempo la izquierda es más fuerte que en el resto de Europa. A la filosofía transformadora y el modelo organizativo de los movimientos americanos hemos de sumarle las propuestas programáticas que respondan a nuestra propia realidad. Es obvio que ni la alfabetización de la población ni la nacionalización del petróleo son aquí propuestas válidas…
La izquierda lleva décadas autolimitando su potencial a través de divisiones sectarias que han eliminado su posibilidad de ser una alternativa. Ejemplos como el de los gobiernos transformadores de América, o EH Bildu en Euskal Herria, demuestran que el camino es el contrario, que en lugar de subrayar las diferencias, muchas de las cuales se refieren a qué hacer después de una revolución aún muy lejana, es mejor centrarse en lo que nos une, crear alianzas y no escisiones, buscar el encuentro con quien se parece y no considerarlo como el principal enemigo. La construcción de un Frente Amplio de izquierda que, aquí y ahora, responda a las demandas populares, niegue la lógica del sistema capitalista y construya una alternativa respaldada por una mayoría ciudadana, es la hoja de ruta del cambio social en la Euskal Herria del siglo XXI.
Los movimientos pequeños son necesarios, aportan pluralidad y frescura. Muchas de las ideas que hoy son centrales en nuestro pensamiento, como la ecología, el antimilitarismo o el feminismo nacieron fuera de las principales corrientes de la izquierda. La unidad de acción no implica la renuncia de nadie a seguir pensando por sí mismo o a creer que tras la consecución del programa táctico hace falta ir más allá. Pero hay que saber leer la realidad y formular una propuesta que explore toda su potencialidad. Aquí la izquierda está en condiciones de formular una propuesta de gobierno, una propuesta para articular una mayoría popular para dirigir el rumbo del país. No podemos jugar a pequeña porque las condiciones políticas de nuestro pueblo, condiciones creadas de forma determinante gracias a la lucha histórica de la izquierda abertzale, nos permiten aspirar a más. En ese camino, no se puede entender a la mayoría social como algo ajeno, y menos aún hostil. Si bien es cierto que a día de hoy la posición política de una gran parte de la sociedad es fruto de la acción moldeadora de los reproductores ideológicos del sistema, es necesario, entendiendo esta realidad como ineludible punto de partida, emprender el trabajo de revertir esta situación. El cambio real y duradero es fruto de la implicación consciente de una mayoría social, y la experiencia histórica nos demuestra que a largo plazo, tanto los ejemplos triunfantes como los fracasados en los procesos de transformación, deben su resultado a haber sabido o no implicar a esas mayorías de forma activa y voluntaria.
En ese sentido el escenario electoral ha de ser utilizado con una doble finalidad: por un lado, medir el grado de adhesión popular al proceso de cambio y mostrar la fuerza social del proyecto. Ahí evaluamos el resultado de una parte de nuestra acción de lucha ideológica, la lucha ideológica entendida en sentido extenso como destinada a ampliar la base social de forma cuantitativa. Otro apartado de la lucha ideológica, en sentido intenso, busca la ideologización y activación de la base electoral. Por otro lado, la contienda electoral permite acceder a espacios de acción institucional que deben ser usados como activos a favor del proceso de cambio. Sólo una correcta y equilibrada interacción entre la lucha institucional, la ideológica y la popular puede ofrecer el resultado que buscamos. Y buscamos ganar. Ganar la libertad, la independencia y el socialismo.