Víctor Moreno
Profesor

¡Ay, Occidente!

Y, si en nombre de la libertad se han cometido tantos crímenes, sería el momento de recordárselo a estos «supremacistas morales» que actúan en su nombre.

A la vista de los acontecimientos que nos han contado de Afganistán, la pareja Civilización y Barbarie ha vuelto por sus fueros, exhibiendo el racismo que Occidente ha mantenido siempre con aquellos países que fueron objeto de su colonización y de los que se opusieron a ser avasallados –convertir en vasallos–, en nombre de las sublimes doctrinas teológicas y filosóficas provenientes del Mediterráneo, que dijera F. Braudel.

En la década de los ochenta se habló y se escribió sobre esta dicotomía que adquirió la fórmula de «Civilización y/o Barbarie». La Civilización de Occidente era la de Platón, de Cristo y de Kant, pero no la de las guerras religiosas y mundiales, de los crematorios y campos de concentración, del fascismo y del franquismo, valga la redundancia. Y la Barbarie, por excelencia, fue el Comunismo. Lo fue durante el franquismo y lo sigue siendo ahora mismo para las derechas de Vox y Casado. Para el periódico golpista de Navarra solo había dos civilizaciones, la «civilización cristiana de la Hispanidad», que era la verdadera opuesta radicalmente a la «civilización anglosajona de Norteamérica», que fue falsa hasta que EEUU aceptó a España en el concierto de las naciones como un Estado anticomunista.

Ahora, si los talibanes no se atienen al canon de «nuestra civilización», arrasan sus territorios hasta que aprendan a comportarse como Dios manda o hasta que «nuestra invasión» sea rentable económica y geopolíticamente a «nuestros intereses», que de eso se trata. Pero, ojo, si ellos destruyen nuestras torres, serán bárbaros. Y nunca consentiremos que «nos eduquen». Son seres inferiores como lo han sido los países del sur para los países nórdicos y anglosajones. Antes, ahora y siempre.

En cuanto al denostado Estado Islámico se olvida que funciona igual que el Estado Vaticano, ambos teocráticos, o cualquier Estado de derecho de muchos países. Se sostienen con la fuerza. No hace falta ser muy versado en geopolítica para saber que algunas de las bases en que se sustenta «nuestra civilización» tienen muy poco de civilizadas.

Civilización y barbarie han llegado a tal grado de sutil convivencia que no se repara en su grado de alternancia civil y bárbara. En su libro, "Tras la virtud" (1984), Alaisdair MacIntyre advertía de que llevamos mucho tiempo gobernados por bárbaros de la peor calaña, porque son «gentes movidas por el ansia insaciable del capital, pero no de ganancia, sino del incremento de su tasa». Lo que nosotros llamamos civilización es probable que para el talibán sea barbarie. Si lo es para MacIntyre, saquen la cuenta.

Y, si en nombre de la libertad se han cometido tantos crímenes, sería el momento de recordárselo a estos «supremacistas morales» que actúan en su nombre, porque, si se consideran sus representantes, también serán responsables de los crímenes que causa la imposición de su ética.

Menudo panorama. Occidente y EEUU, supuestos representantes de la supremacía civilizada en el mundo, tienen que sentirse la mar de apesadumbrados. Veinte años para convertir a los talibanes en consumidores demócratas es una generación. Increíble ver su incapacidad para convencer a unos «ignorantes» de que nada tan bueno para vivir feliz como la filosofía de Platón y la coca-cola.

No sé, pero es posible que el error de la estrategia yanqui haya sido olvidar lo que dijo Marshall McLuhan: «el medio es el mensaje», o, su viceversa, «el mensaje es el medio». Cualquiera deduce que un sistema político impuesto militarmente, y no como resultado de la decisión de la voluntad popular, es eso, una dictadura militar, aunque Vargas Llosa diga que «el mundo libre necesita la defensa y el liderazgo de la potencia militar de EEUU», porque, si no es así, se acabó la democracia en el mundo. Pero una democracia impuesta militarmente, ¿ha sido alguna vez una democracia? Desde luego, no era ese el pensamiento de Vargas Llosa cuando escribió "Los cachorros".

A Vargas Llosa le saca de quicio que un «sistema de camelleros» haya sido incapaz de quedar subyugados por la maquinaria modernísima del poder militar de EEUU. Le produce pavor que los talibanes hayan sido tan necios y no reconozcan que con los yanquis, como guardianes del orden afgano, nunca vivirán tan bien. Es que hay que estar bobos para renunciar a ese regalo de la Civilización Occidental y preferir seguir pastando por los riscos de su país como cabras. Vargas no lo entiende. Llosa, menos aún. Es increíble que la gente no quiera ser tan feliz como lo es él. «¡Camelleros! ¿Será posible?».

Por eso, sigue diciendo el escritor que es un error infame que EEUU haya abandonado a su suerte a miles de ciudadanos afganos que sí querían regirse por una democracia, después de haberla «disfrutado» por imposición durante veinte años. ¿Por qué tal desatino? ¿Que por qué? Pues porque ya no resultaba rentable económicamente. ¿O alguien piensa que los yanquis estaban en Afganistán por amor al arte? Ya.

En fin. Como nunca se sabe si los guardianes de esta civilización regresarán de nuevo a Afganistán o a Otroganistán, sería bueno que adoptaran maneras más persuasivas. Convencer a alguien que cultural y moralmente se es superior, caso de que esto sea posible en términos de civilización, poniéndole un fusil en el pecho, solo lo hace un tarado mental. Por eso, lo ocurrido en Afganistán confirma una vez más que la «inteligencia militar» es un oxímoron de primera categoría. Y que, mientras el orden moral y ético del mundo, dependa de ese oxímoron, la tenemos clara, Lucas. Para convencerse de ello, no hace falta tragarse un sesudo tratado de geopolítica. Basta con leer "La guerra de las Galias", de Julio César o, en su defecto, un tebeo de Astérix. La exclamación será la misma: «¡Váyanse a la mierda, romanos!».

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