¿Bárbaros o esclavos del siglo XXI?
Nos hemos acostumbrado a leer en los medios de comunicación el número de inmigrantes desaparecidos en su intento de llegar al continente europeo. Según datos oficiales, durante estos últimos diez años han muerto más de 25.000 personas.
Muchas de ellas de frío, hambre, sed... o simplemente ahogadas en el mar. Para los que siguen de cerca esta problemática, estas cifras son todavía muy reducidas.
No pocas veces justificamos estos hechos con frases como: «Nos vienen a quitar nuestro pan», «Todas las ayudas sociales son para ellos», «Son un elemento de inseguridad ciudadana», «Es necesario reforzar las fronteras, para mejorar la lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada»…
2.- Ciertamente, la inmigración es un grave problema que tiene muy diversos y graves aspectos: el político, el cultural, el legal, el laboral, etc. Nuestra consideración quiere centrarse, sobre todo, en el problema humano, de respeto a los derechos inviolables de cada persona concreta.
Son necesarias normas y procedimientos legales que regulen el movimiento de las personas entre los distintos países, y eviten abusos que también se dan, pero sin que ello suponga restricciones a los derechos humanos más fundamentales, como son el derecho a la vida y la libre circulación de personas. No podemos olvidar que por encima de las frías cifras, las leyes, y los procedimientos de acogida o expulsión, son personas de carne y hueso, que sufren y gozan como nosotros. Sin olvidar, por otra parte, que también nosotros necesitamos del trabajo de los que acuden a nuestros países, pues las ventajas económicas que genera la inmigración son muchas veces muy superiores a los gastos que ocasiona su costo y mantenimiento, aunque esta acogida suponga tal vez para nosotros la renuncia a ciertas comodidades.
3.- Hemos de ser conscientes, en todo caso, de la formidable contradicción en la que incurrimos en nuestra forma de actuar y pensar. Los valores que ensalzamos, y de los que tan orgullosos nos sentimos, los contradecimos después con nuestras acciones y nuestra indiferencia, apelando a una justicia puramente procedimental. O nosotros o ellos. Emerge a la superficie nuestro pensamiento, nuestro miedo pequeño burgués, frente a la esperanza de los sin rostro, de los que necesitan lo mínimo para vivir. Así y todo, pensamos que nosotros somos los «asediados», ellos los «invasores», los «bárbaros». Hemos devenido en una sociedad cargada de temores y, lo que es peor, insensible a las necesidades de los más débiles.
Es bochornoso que la tecnología y las transacciones económicas gocen de más libertad de movimiento que las personas. Afirmar que Europa es sinónimo de libertad, equidad y justicia es, cuanto menos, dudoso.
Cultural, política y económicamente poner verjas y alambradas a la libertad es una solución falsa y un disparate político, pero sobre todo es una llamada a la conciencia humana y solidaria de todos aquellos que vivimos en la sociedad del bienestar a pesar de todas sus crisis, por lo que todo ello nos obliga a revisar muchas de nuestras formas de vivir insolidarias.
No deberíamos olvidar aquellas palabras bíblicas de tan profundo significado: «Mi padre era también un arameo errante que bajó a Egipto, creando allí con los demás una nación grande y próspera…».