Jesus González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe

Bolivia y el golpe de Estado neoliberal

Desde luego encajar las políticas extractivistas, para la obtención de recursos a fin de que el Estado pueda avanzar en la mejora de las condiciones de vida, con los derechos también reconocidos de la naturaleza es, posiblemente, uno de los mayores retos que afronta este proceso de cambio

Octubre fue un mes cargado de futuro para América Latina. Las elecciones en Bolivia se producían entre las protestas populares en Ecuador y en Chile y estas se sumaban a las que se daban las últimas semanas en Honduras o Haití. Elecciones había igualmente en Argentina y Uruguay que suponían una reafirmación mayoritaria de las opciones progresistas. Todos estos acontecimientos, que ya se extienden hasta el mes de noviembre suponen una convulsión política y social que no se veía desde hace años en el continente latinoamericano.

Pero en la mayoría de los casos hay una constante que permite entender la situación. El agotamiento de la reimplantación del modelo neoliberal en algunos países choca con el intento de las oligarquías por recuperar o mantener sus privilegios y poder. Las nuevas medidas privatizadores de sectores estratégicos, incluidos otros sociales como educación o sanidad, de adelgazamiento y endeudamiento de los Estados y de aumento de precios que repercuten en las grandes mayorías, tienen como consecuencia directa el empobrecimiento de éstas últimas. La derecha latinoamericana ansía acabar con la totalidad de proyectos de cambio progresista que durante las últimas décadas dominaron la geopolítica continental. Para ello, con la ayuda de organismos internacionales como el FMI, entraron en una dinámica veloz y feroz de reimposición de medidas propias del neoliberalismo hasta causar el agotamiento en la capacidad de resistencia de las distintas sociedades.

Ese es el origen hoy de las protestas sociales que recorren el continente. Y es importante tenerlo presente para entender lo que en estos días acontece en Bolivia, incluido el intento de golpe de Estado y la posterior convocatoria de nuevas elecciones para frenar éste último y el posible derramamiento de sangre. Este país representa, en cierto modo, una isla en el panorama de reinstalación del neoliberalismo. De alguna forma, los grandes cambios operados durante el gobierno de Evo Morales, que han supuesto una mejora innegable de las condiciones de vida de la población, son el espejo en el que el fracaso neoliberal se ve reflejado día a día.

Los datos muestran la evidencia, en gran medida, de estos cambios. El Estado recuperó el control de muchas de las empresas estratégicas que se habían privatizado, como los hidrocarburos, la electricidad, aeropuertos, telecomunicaciones y esto supuso un aumento enorme de los recursos públicos. Éstos a su vez se han enfocado prioritariamente a la disminución de la brecha de la desigualdad, llevando a cabo una redistribución de los recursos hacia los sectores más pobres. Así se consiguió que la pobreza y la extrema pobreza hayan disminuido en estos años en más de un 20%, o que la Unesco declarara a Bolivia libre de analfabetismo. El famoso PIB se incrementó en más de un 4% y la economía boliviana en los trece años de gobierno progresista ha crecido de media anual casi un 5%. Datos que para sí quisieran no solo el resto del continente, sino también la mayoría de los países europeos. Un mal ejemplo para el neoliberalismo pues demuestra que puede haber alternativa a ese modelo que se pretende hegemónico.

Pero, complementariamente, otros grandes cambios, no económicos, se han dado en la realidad social y política de este país. El afianzamiento y extensión de la democracia participativa y comunitaria, la disminución de la desigualdad de género y generacional, el protagonismo de los movimientos y organizaciones sociales, son algunos de ellos. Pero también los intentos por articular otros modelos económicos (comunitario, cooperativo) además de aquellos más propios de la globalización o la declaración de Bolivia como un estado plurinacional que, supone un reconocimiento siempre negado a la existencia y a los derechos de los pueblos indígenas. Todos ellos son avances que en estos momentos se tratan interesadamente de invisibilizar. Pero el más destacado y que incide directamente en la vida diaria de las personas es la recuperación de la identidad y la dignidad como pueblos indígenas y campesinos, también como mujeres. Haber roto en gran medida (aunque hoy resurge con brutalidad extrema) con el racismo sufrido durante 500 años es un hecho histórico, al cual no se está dispuesto a renunciar ya nunca más.  

Desde luego, es innegable que se han cometido errores y se han tomado decisiones desacertadas en estos años, generando contradicciones importantes. Para algunos, no se ha  avanzado en las transformaciones todo lo rápido que se quisiera ni atacado las bases del sistema capitalista, aunque si las del neoliberalismo; para otros hay cierta desviación en los objetivos iniciales de construir un modelo de vida diferente. Desde luego encajar las políticas extractivistas, para la obtención de recursos a fin de que el Estado pueda avanzar en la mejora de las condiciones de vida, con los derechos también reconocidos de la naturaleza es, posiblemente, uno de los mayores retos que afronta este proceso de cambio.

En el otro lado de este panorama se ubican principalmente los sectores, nacionales e internacionales, que perdieron el poder político y parte del económico en 2005. Intentaron durante los primeros años del proceso reventar el mismo utilizando todos los medios a su alcance, incluidos los de comunicación (privados en más de un 90%). El sabotaje económico, el separatismo inventado, el golpe de estado o el boicot al proceso constituyente fueron herramientas antidemocráticas para acabar con la nueva etapa. Su debilidad les hizo retirarse en cierta medida y ahora se presentan como defensores a ultranza de la democracia y mediante los viejos métodos de las dictaduras (racismo y persecución contra organizaciones sociales, secuestro de medios de comunicación, violencia y ataques a las instituciones y a los liderazgos populares…) tratan de acabar con un gobierno elegido democráticamente (47%) y con el proceso de cambio antes descrito. Cuentan con aliados poderosos como son la OEA, los EE.UU. y la misma Unión Europea que han mantenido un hipócrita silencio ante el golpe de Estado pretendido, dándole la cobertura internacional necesaria mientras miran para otro lado ante las masivas protestas populares en países como Haití, Ecuador o Chile, donde el modelo neoliberal se cuestiona desde sus raíces. Para dar solución a esta difícil situación, para cumplir con los compromisos adquiridos, para frenar el golpe de Estado y, sobre todo, para evitar el derramamiento de sangre, el gobierno convoca nuevas elecciones. Veremos siguientes acontecimientos.

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