Iñaki Egaña
Historiador

«Borrokaren memoria eguna»

La memoria es un hilo que une generaciones y que manifiesta las inquietudes de una comunidad.

El 27 de septiembre de 1975, Txiki Paredes y Ángel Otaegi fueron fusilados por voluntarios de la Policía y Guardia Civil en Sardanyola y Burgos. En esa misma fecha, otros tres militantes del FRAP fueron muertos por pelotones policiales en Hoyo de Manzanares. Aquel momento quedó marcado para la posteridad. La izquierda abertzale, siguiendo la costumbre del PNV desde 1959 y ANV tras las ejecuciones de sus militantes en la posguerra, clavó la fecha para considerarla también «Gudari eguna». Durante años reprimida a porrazos y tiros, en ocasiones invalidada desde despachos judiciales. Llorar a los muertos también entraba en aquel apartado abierto por el magistrado Garzón del «todo es ETA». Antes y después.

Sin embargo, y como apreciación personal, nunca tuve la sensación de ecuanimidad con la fecha y la identificación exclusiva de los protagonistas (espero que las sensaciones no sean consideradas como «apología del terrorismo», a pensar de citar un periodo preconstitucional, ligado al tejido de una dictadura fascista). Voy a intentar explicarlo en las siguientes líneas.

El contexto de las ejecuciones servirá para mi reflexión. En 1975, el mismo año de la muerte del dictador, los juicios contra militantes vascos estaban en el centro de la actividad política, especialmente desde el verano. Los polimilis hicieron la misma lectura que cinco años antes con motivo del Proceso de Burgos realizaron Juanjo Etxabe y sus compañeros. El secuestro de una personalidad política –en 1970 fue el cónsul alemán Eugene Beihl– ayudaría al canje de vidas, para evitar que los condenados a muerte fueran ejecutados.

Así, la dirección polimili envió diversos comandos a Madrid y dejó otros en espera en Barcelona. A Galiza también desplazó varios militantes. El fracaso de los secuestros, por diversas razones entre ellas la infiltración policial, fue del todo conocido. Para salvar a Txiki y Otaegi del fusilamiento murieron en emboscadas policiales sus compañeros Montxo Martínez Antia, Josu Mujika y Andoni Campillo. Moncho Reboiras en Galiza. En una manifestación de protesta por los juicios en Donostia, la Policía mató a sangre fría a Jesús García Ripalda y en Pau, frente al consulado español, Jacques Andreu se prendió fuego a lo bonzo como protesta, con la mala fortuna de que cuando aparecieron sus compañeros para apagarlo ya había fallecido.

La vida es el bien supremo, obviamente. Pero miles de personas sufrieron las consecuencias de su solidaridad con Txiki y Otaegi. A José Antonio Garmendia le dieron el tiro de gracia en un control y evitó la muerte, pero su salud se quebró para siempre. Decenas de heridos de bala fueron atendidos en hospitales. Otros tantos detenidos fueron torturados y algunos de ellos, me consta, tienen aún secuelas de aquellos tormentos. Tasio Erkizia fue uno de aquellos que estuvo al borde de la muerte.

Decenas de miles de trabajadores salieron a la calle en las distintas convocatorias de huelga general y la mayoría fueron castigados, algunos de ellos con la pérdida de su puesto de trabajo (por cierto, en contra de empresarios, PNV y PCE que llamaron a no secundar los paros. «No vamos a ser los bomberos del terrorismo de ETA», dijo el PCE en ese verano del 75). Decenas de protagonistas de aquellos paros, sufrieron los ataques de los entonces llamados Guerrilleros de Cristo Rey, terrorismo de Estado previo a otras marcas como BVE o GAL. Les quemaron las haciendas, los coches, les apalearon con nocturnidad y alevosía.

En las cárceles, 350 presos relacionados con ETA se declararon en huelga de hambre (también algunos del PCE la secundaron, en contra de la opinión de su dirección). Fueron internados en celdas de aislamiento. Tuvieron secuelas físicas y psicológicas durante años. Compañeros de militancia de Txiki, que pudieron huir a la razia policial en Madrid y Barcelona cuando preparaban los secuestros, marcharon al exilio. Alguno volvió hace unas semanas, 47 años después. Otro aún permanece lejos de su pueblo.

¿Y qué decir tiene de aquellos solidarios internacionalistas que se movilizaron en lugares tan próximos como París, Ginebra, Londres o Roma, pero también en otros tan alejados como Panamá? No tuvimos la posibilidad material para agradecerles semejante abrazo solidario. Lo hicimos con Michel Foucault, Yves Montand o Costa Gravas, superviviente aún a pesar de sus años, detenidos entonces en Madrid por su apoyo a ETA, dijeron, por su apoyo a Txiki y Otaegi.

Resumiendo. Que la lucha, que la solidaridad, que el sentimiento para cambiar el lado injusto de la vida es una emoción poderosa, y también una opción vital, tanto coyuntural como integral. La memoria es un hilo que une generaciones y que manifiesta las inquietudes de una comunidad. Lo más extraordinario se encuentra precisamente en el desconocimiento físico que tenemos unos y otros de nosotros mismos.

Con otro ejemplo argumento este último párrafo. En esas previas a los juicios del verano del 75, la Guardia Civil mató en Gernika al militante Jesús Mari Markiegi y al matrimonio Blanca Saralegi e Iñaki Garai. Iñaki se refugió de la guerra en París, tras el bombardeo mortal de su población. Regresó y murió a manos de los sucesores de quienes había huido.

En la otra trinchera, una publicación de ETA difundió los nombres de todos los presos políticos vascos en prisión, 735. Casualidad, coincidiendo con la muerte de Franco. Tres militantes de ETA en prisión tenían más de 40 años, oriundos de Gernika. Niños durante el bombardeo de 1937 que sobrevivieron y que en 1975 eran voluntarios de una organización armada. Lo más llamativo era que la militante más joven de la organización en prisión era también de Gernika, 17 años. La historia de lucha y compromiso les había unido.

Por eso, para ser más justos con nuestro pasado, reivindico un «borrokaren memoria eguna» más que un «Gudari eguna», para mostrar a esos miles de hombres y mujeres que, previamente, nos hicieron ser como somos. A ellas y a sus ideales.

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