Gotzone Lopez de Luzuriaga
Expresa

Cárcel-enfermedad, enfermedad-cárcel

Tú debes gestionar lo uno y lo otro las 24 horas del día en un entorno difícil de por sí, cuando no hostil.
Si ya tener conocimiento de que padeces una enfermedad grave causa preocupación e incertidumbre, incluso con la mejor atención médica e informada de los variados tratamientos a seguir, arropada por los tuyos y en condiciones favorables para afrontarlo, cuando la misma enfermedad se da en la cárcel todo es diferente.

Estas solo o sola, con suerte con algún compañero o compañera cerca. Sobre la enfermedad tendrás una información relativa, sin contrastar o ampliar fuera del marco carcelario, y la que te pueden ofrecer los familiares, de médicos de la calle, que palíe un poco esa carencia.

La condiciones no ayudan en ningún sentido. Partes de una situación de tensión-estrés, sometida a un «régimen» opuesto totalmente a la tranquilidad y el sosiego que necesitas. Nada está en tu mano, ni siquiera poder atender las indicaciones del cuerpo pidiendo descanso-reposo. Tú no decides nada. Antes y después el régimen penitenciario será el mismo, el que no está pensado para contemplar a la persona enferma grave en ningún sentido.

Hay personal médico que trata de ejercer como tal y recomienda o propone mejoras, bajas, etc. Pero en general es temeroso y sometido a las directrices oficiales de no implicación. Lo contrario está mal visto.

Por lo que tú y tus circunstancias sois las que deben adaptarse a lo que deparen cada momento la enfermedad y la cárcel. Así que a la incertidumbre habitual se le van añadiendo la inseguridad y angustia, el desasosiego anímico por no tener el arrope de los tuyos, más la preocupación que les provocas aunque trates de evitarlo. El cansancio. Mientras constatas que el abandono legal es total, porque ser presa política vasca en la práctica te excluye de cualquier gesto de humanidad que pueda contemplar la cacareada «Tutela Judicial Efectiva». Para nosotras y nosotros no existe. Los jueces conocen, como debe ser en principio, las condiciones e incidencias de todo lo que acontece en nuestra «vida». Disponen de todo tipo de informes sobre nuestras comunicaciones orales y escritas porque son intervenidas durante toda la condena, más los informes que se realizan diariamente con un riguroso detallado de todo lo acontecido en cada momento; gestos, deporte sí o no, comer sí o no, relacionarse sí o no y con quien, etc. Todo está controlado. Además, nosotros mismos hacemos quejas, también nuestros representantes legales. Abogados y médicos presentan escritos respecto a carencias, abusos o excesos dentro de la cárcel o fuera en las consultas hospitalarias. Es el cauce ordinario para cualquiera menos para las presas y presos vascos. Para nosotros nada es suficiente, ni hay plazos para resoluciones administrativas o judiciales. El sufrimiento que provocan a nuestros familiares y a nosotros mismos está incluido en la política penitenciaria y se aplica sistemáticamente sin obtener ningún reproche o penalización alguna. Nos desprenden de todas la garantías a las que otras personas pudieran acogerse.

Durante años y años de cumplimiento la constante es vulnerar nuestros derechos. Cuando llega la enfermedad, generalmente se agudiza esa vulneración, estás más expuesto todavía, más vulnerable y no dudan en acosarte con toda la impunidad de la que han disfrutado siempre. Ellos están protegidos por el Estado. Pero nadie protegerá nuestro derecho a la salud en condiciones dignas y respetando nuestra intimidad. Puede que hasta te encuentres en un periódico con un informe «médico» sobre tu salud del que tú no sabes nada y, por supuesto, sin tu permiso ni el de tu familia. No tendrás una resolución en tiempo y forma ajustada a la justicia y humanidad que se le supone para favorecer los efectos de los tratamientos y sus secuelas. No reconocerá la incompatibilidad de la cárcel con todo tipo de ruidos en espacios reducidos de los que no puedes salir, ni la falta de higiene y riesgo constante de infecciones o contagio de otras enfermedades ni las horas de encierro solitario en celdas que no reúnen condiciones de aseo y ventilación, sin ducha. Un patio al que solo puedes salir cuando te lo permiten. Ellos ponen las normas y horarios desprendidos de toda lógica y sin ninguna flexibilidad para cubrir las diferentes necesidades de las personas que vivimos allí. Las comunicaciones con tus familiares y allegados son siempre limitadas, llegando a la crueldad de obligarte a informar de la enfermedad o cualquier incidencia hospitalaria en una llamada de cinco minutos.

Todo esto en muchos casos cuando llevas años preso, tienes cierta edad, siempre alejado de tu entorno natural y sabiendo que si la ley fuese igual para todos, como dicen, estarías en libertad.

Vives, sobrevives, gracias a los tuyos, a la familia que está ahí incondicionalmente, al apoyo del colectivo al que perteneces, a la solidaridad que llega con la fuerza suficiente para ayudar en momentos complicados. Seguimos confiando en vosotros y en que esa ayuda y tesón nos hará más libres, hasta lograr salir a la calle, como algunos y algunas hemos salido, vivos. Ese es el objetivo.

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