Marta Abiega Ayús
Vecina de Carlos

Carlos se queda

El Obispado, la institución que, con dinero publico, el nuestro, ha adquirido las viviendas a un precio nada desdeñable, dice que las va a dedicar a alquiler social. Eso sí, paradojas de la vida, tras desahuciar a Carlos sus recuerdos y vivencias de sesenta años.

«Gracias», nos dice Carlos a las personas reunidas en la asamblea, «gracias por vuestro tiempo y por vuestro apoyo». Mientras le escucho vuelve a mi cabeza esa imagen recurrente que me atormenta, la de aquel hombre que dijo a la comisión judicial que venía a desahuciarlo «un momento, por favor», abrió la ventana y puso así fin a una vida torturada liberándose, sin testamento vital, tan solo con ese gesto rotundo, movido por la desesperación que no es otra cosa que la perdida de la esperanza en el ser humano.

Tranquilo Carlos, las personas que, al contrario que el Gobierno Vasco y el Obispado de Bilbao, peleamos por la justicia social, no necesitamos agradecimiento porque nos alimentamos de esta lucha que es la tuya y es la nuestra.

Quince pisos heredó el Obispado de una feligresa para obra social y durante diez años catorce han permanecido vacíos. Seguramente que, como el resto de los bienes de la Iglesia, no pagan IBI. Unicamente un piso cobijaba a una persona que vivía en él desde hacía sesenta años, toda una vida, Carlos. Primero con su madre que se fue haciendo mayor y dependiente y su hermana que siempre fue dependiente en su silla de ruedas, después con su hermana y más tarde solo, porque la vida nos va despojando impunemente de nuestros afectos.

Cuenta Amaia que fue su vecina que le recuerda trasladando a la hermana hasta la vivienda sin ascensor costosamente por las estrechas escaleras. Carlos fue insumiso al patriarcado y cuidó de las dos hasta que se fueron. Con el paso de los años, la casa se convirtió en su segunda piel y los recuerdos manaban por cada grieta. Pero todo eso, ¿qué le importa a este Obispado patriarcal que le pone en la calle? Absolutamente nada. Al Obispado sólo le interesa el pelotazo de la venta acordada con el Gobierno Vasco, como si esa ambición no fuera un pecado capital. La institución que, con dinero publico, el nuestro, ha adquirido las viviendas a un precio nada desdeñable, dice que las va a dedicar a alquiler social. Eso sí, paradojas de la vida, tras desahuciar a Carlos sus recuerdos y vivencias de sesenta años. Con la iglesia hemos topado. De algún sitio vendrá lo de vestir a un santo para desvestir a otro. Acaso siempre sea el mismo santo, el santo pobre, al que a lo largo de la historia desvisten porque esta es una Iglesia aporófoba aliada de los poderes.

Lo que no saben el Gobierno Vasco y el Obispado es que los barrios de Bilbao nos hemos organizado contra el expolio y la usura y, por justicia social, Carlos se queda.

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