Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

¿Colonizados felices?

Lejos de acabar siendo vascos cómodos en España o Francia, tenemos la responsabilidad irrenunciable de hacer que ni España ni Francia se sientan cómodos en Euskal Herria.

Por lo que nos afecta como nación ocupada en parte por el Estado español, estoy siguiendo el sainete de corrupción y traiciones en el PP. Lo hago con una mezcla de lógico interés político e indisimulable curiosidad antropológica; con la particularidad de quien intenta analizar la coyuntura de un país vecino cuyas circunstancias nos condicionan como pueblo que lucha por su independencia. Ello me ha hecho pensar si acaso no estamos centrando excesivamente nuestra atención general, muchas de nuestras expectativas, precisamente al sur del Ebro.

Es innegable que la actividad política que están llevando a cabo en Madrid los y las parlamentarias de EH Bildu está siendo positiva, que están moviéndose bien en líneas generales en un escenario no sólo incómodo sino hostil, que están incluso jugando con habilidad unas cartas muchas veces marcadas por el enemigo; que están tejiendo importantes lazos de colaboración con otros pueblos peninsulares que, al igual que nosotros, también están ocupados por España y luchan por su soberanía.

A pesar de todo lo positivo, mi preocupación es si no estamos demasiado pendientes de lo que allá pase y de lo que de allá podamos traer para nuestro país. No podemos olvidar que nuestro interés lo mismo en Madrid que si fuere en París es meramente instrumental; esto es, trabajamos política y diplomáticamente en esos foros en la medida en que sirvan a nuestros objetivos nacionales y, también, como no, en lo que podamos colaborar en la mejora de las condiciones de vida de los y las trabajadoras de otros pueblos.

Esta inquietud quizás se derive de lo que me parece una galopante españolización de Hego Euskal Herria, que nos puede impregnar hasta acabar sintiéndonos vascos cómodos en España; una fase final de la colonización cultural que sufrimos y que, creo, no estamos siendo capaces de revertir debidamente. Resistimos, cierto; y con fuerza y orgullo. Pero no es tiempo de resistir sino de reconstruir y asentar nuestra identidad diferenciada frente a la asimilación hispano-francesa.

De manera vergonzosa, nuestros medios públicos de comunicación están colaborando activamente en este proceso de penetración cultural, de rancia españolización. En los informativos, con absoluta naturalidad se disuelve Euskal Herria en España, se mezclan conceptos o incluso se introducen noticias de sociedad españolas en bloques nacionales; otro tanto en informaciones culturales o deportivas. En demasiadas ocasiones, en los programas en castellano uno no sabe si está en EiTB o en cualquier cadena española, pues los moldes e inercias culturales son tan idénticos que incluso ruborizan.

Muchas veces un navarro sabe menos de lo que ocurre en Araba que en Murcia; o en la CAV se observa con parecidos ojos la actividad política de Tafalla que la de Almendralejo. Y esto sin salir de Hegoalde.

La Ertzaintza, otro factor estratégico, se ha hecho tan policía española que incluso podría decirse que al PNV se le ha ido de las manos. Sin ir más lejos, y al margen de actuaciones policiales deleznables, en las recientes elecciones sindicales ELA ni ha entrado en la Mesa y sí un sindicato ultra y español. En este sentido, la década transcurrida desde el final de la lucha armada no ha conducido a un cambio de la Ertzaintza hacia un modelo policial vasco y democrático, al servicio de la sociedad vasca, sino a ser más española y más fascistoide.

La Ley de Policía de la época de Patxi López y Rodolfo Ares y el cambio de concepto de la Academia de Arkaute han llevado también a que municipales de nuestros pueblos no sólo no sean locales sino que ni tan siquiera conozcan sus calles; o que a uno le pueda atender en Ezkerraldea un guardia municipal cántabro con una pulsera de la bandera española.

Con el argumento de la globalización y de abrirse al mundo, el ámbito del euskera y la cultura siguen sufriendo una ofensiva brutal. Nuestro idioma y nuestra cultura precisan de manera inexcusable y urgente políticas de potenciación y prestigio, de defensa activa frente a las dos potentes culturas e idiomas impuestos a Euskal Herria. Es significativo que dos culturas tan universales como la francesa y la española se vean en la necesidad de atacar permanente al euskera con la evidente intención de relegarlo a categoría de curiosidad folclórica, de exotismo nativo.

En esta lucha general que llevamos a cabo por recuperar la soberanía y la integridad territorial, utilizar todas las herramientas políticas e institucionales, estructurales de la izquierda abertzale, la lucha y la movilización son algo fundamental; y ahí deberíamos estar hoy como lo hemos estado siempre.

Pero si eso es fundamental, más aún lo es el compromiso personal para enfrentarnos desde nuestra propia realidad personal, social, laboral a este colonialismo cultural. Si bien la izquierda abertzale tiene una responsabilidad política, institucional, movilizadora, el verdadero núcleo transformador somos todos y cada uno de nosotros y nosotras; es aquí donde están las raíces de lo que somos y el porvenir de lo que queremos.

Es tarea personal e intransferible de todo abertzale que quiera su nación libre y soberana transformar la realidad desde sí mismo, desde su propia realidad personal, desde su entorno más próximo. Es una responsabilidad personal con la extensión y uso del euskera, el desarrollo de nuestra cultura y nuestros medios. En nuestra actitud frente a lo que nos rodea está la esencia y el futuro de la razón vasca.

Antaño decíamos con tintes épicos que todos teníamos que dar algo para que algunos no tuvieran que darlo todo. El matiz de aquella épica ha cambiado, pero su contenido sigue siendo el mismo y hoy tenemos en las manos la capacidad y la responsabilidad de hacer nación desde nuestra propia vida.

Lejos de acabar siendo vascos cómodos en España o Francia, de convertirnos en los colonizados felices, tenemos la responsabilidad irrenunciable de hacer que ni España ni Francia se sientan cómodos en Euskal Herria.

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