Víctor Moreno
Profesor

Comparaciones tendenciosas

Siempre se dijo que de las comparaciones se aprende algo. De las de Juaristi, la manipulación.

Comenzaba Juaristi un artículo hablando de un ensayo de Vargas Llosa sobre Galdós, lo seguía alabando la heroicidad de los «defensores de Numancia contra los romanos» y lo terminaba alertando de la «marca blanca de ETA» ("ABC", 1.5.2022).

Decía en él que lo de Numancia fue «algo, niños, que pasó en España». De la España celtibérica, claro. O sea, la península ibérica del año 133 a. d. C. cuando las tropas de Escipión Emiliano asediaron aquella ciudad. Y lo es de la España que «el Gobierno socialcomunista ha decidido ahorraros, niños, la memoria incómoda de las glorias patrias mientras entrega la plaza a la marca blanca de ETA, y todo por cuatro perras (en celo)».

Sorprende que, supuestos los conocimientos de Juaristi sobre «glorias patrias», perdiese tal ocasión para refrotarnos los bigotes con ciertos nombres de tan magnífico catálogo patriótico. Se supone que citaría a Viriato, Pelayo, el Cid, pero no a Bravo, Padilla y Maldonado. ¿Y a Queipo, Millán Astray, Mola, Sanjurjo, Franco…? No es errático pensarlo, pues cualesquiera que escuche la expresión glorias patrias, muy al estilo del fascista Giménez Caballero, al instante concitará en su memoria, más que incómoda, carpetovetónica, dichos nombres gloriosos, para los que algunos pretenden su presencia eterna en el callejero genocida de este país.

Dice de Galdós que roza la categoría de lo sublime en algunos de sus episodios nacionales. No por su estilo, sino por los hechos que narra. Para confirmarlo, rescata el que lleva por título "Zumalacárregui" (1896), donde elogia la «heroica resistencia de la guarnición de milicianos nacionales de Villafranca de Navarra cercados en la iglesia del pueblo por los voluntarios de Zumalacárregui».

A partir de ese dato, la perspectiva comparativa de Juaristi se convierte en solemne disparate histórico. Afirmar que estos villafranqueses, asediados por los carlistas el 21 de noviembre de 1834 y refugiados en la torre de la iglesia, se comportaron como los numantinos del año 133 a. d. C., es un desatino. Que haya ensayistas que utilizan la historia del pasado para justificar el presente, lo sabemos, pero que lo haga Juaristi y lo perpetre de modo tan zarrapastroso, insulta su inteligencia, no sé si monetaria, en celo o en estado catatónico.

Los numantinos, antes de entregarse a los romanos, incendiaron su ciudad, sus casas y se suicidaron. Cuando el ejército romano entró en ella, se encontró con muy pocos supervivientes, los cuales, hechos prisioneros, fueron llevados a Roma como botín de guerra y vendidos como esclavos. ¿Y qué hicieron los villafranqueses? Ninguno se suicidó. Los fusilaron tras rendirse. Saquearon sus casas y a sus mujeres con las cabezas rapadas y desnudas de cintura para arriba las pasearon por las calles del pueblo, agredidas verbal y físicamente por las mujeres de los carlistas del pueblo. Lo cuenta el párroco, Cosme Oñate, en el libro de bautizados de aquel año.

Siempre se dijo que de las comparaciones se aprende algo. De las de Juaristi, la manipulación. De hecho, su celo metafórico le llevará a decir que lo de Villafranca «no desmerece lo de las Termópilas (191 a. d. C.), lo de El Álamo (1836), y sin ir más lejos lo de Mariúpol». Y lo de los galos de la aldea de Astérix, ¿no?

Si vivieran aquellos villafranqueses y les llegase la noticia de que un moderno los consideraba émulos de aquellos suicidas numantinos y émulos de los héroes de las Termópilas, de los defensores de El Álamo y de Mariúpol, se desmandibularían de risa.

Nunca quisieron ser héroes, menos por lo sucedido en noviembre de 1834. Aquello fue un horror. Una tragedia. Además, no defendieron nada. Villafranca no era un lugar estratégico en aquella primera guerra carlista maldita. Solo pretendieron escaparse de las iras de Zumalacárregui refugiándose en sitio sagrado, porque oyeron que los carlistas, dada su fe, respetarían dicho lugar –derecho de asilo, lo llamaban–, y no cometerían sacrilegio. Pero… En Numancia puede que hubiese héroes. En Villafranca, no.

Nunca pasó por sus cabezas semejante muestra de valentía. Más bien fueron cobardes. Y no es un desdoro decirlo, si tal cobardía se considera como la auténtica y digna heroicidad, según afirmara Cioran. Y, sí, fueron ingenuos. Confiaron en la palabra del general Zumalacárregui, pero este no cumplió con la suya. Bajar de la torre, tras sufrir un asedio a base de cañonazos y del humo asfixiante de una hoguera, y ser fusilados en el mismo atrio de la Iglesia fue visto y no visto. Sin despedirse.

El tópico militarista convirtió Numancia, las Termópilas, el Álamo, Villafranca y, ahora, según Juaristi, Mariúpol, en un símbolo, consistente en decir que el patriotismo y la defensa del propio territorio por parte de un pequeño grupo de combatientes heroicos puede competir con un gran ejército.

Puede ser, pero convertir estos villafranqueses en héroes a la altura de los numantinos, los griegos de las Termópilas, los yanquis de El Álamo y de los ucranianos de Mariúpol, es una extrapolación tan interesada como impropia de quien «solo» pretendía saber si Galdós era buen escritor, pero mal novelista o al bies.

El artículo se titulaba "Galdós", pero a Juaristi le importaba un rábano dilucidar si Galdós fue un barbián escribano o un sublime narrador. Menos, si lo sucedido en Villafranca era comparable, como hecho sublime, a lo que sucedió en la Numancia del año 133 antes de Cristo.

Porque, si Galdós era el punto del debate, ¿a qué alertar a los niños de la desgracia que supone no poder estudiar ciertas glorias patrias –nada literarias, por cierto–, por culpa del Gobierno socialcomunista maniatado por «la marca blanca de ETA?».

En fin, visto lo visto, cabría preguntarse de forma retórica si no hubiese sido más eficaz que Juaristi se habría limitado a escribir cien veces y con buena letra que la culpa de todo es del Gobierno y de ETA y dejara en paz al bueno de Galdós, que nada tiene que ver en este entierro, solo el de ser utilizado como un ruin pretexto.

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