Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Contra el miedo, el blanqueo

No obstante, lo que parece que subyace tras esta operación de prelavado, lavado, encerado y secado de las FSE es algo más sutil y de veneno de lenta evolución. El PNV y su gobierno miran al futuro y se quieren ver con el cetro, en el centro y la poltrona del poder.

Confieso que he dejado pasar un tiempo prudencial para cerrar las puertas a la ira que las palabras del querubín del PNV, hoy portavoz del Gobierno de Gasteiz, vomitó sin cortarse un pelo de su iletrada cabeza sobre dos de los mejores referentes políticos y culturales de la Euskal Herria de nuestros días: Txillardegi y Mikel Antza. Dos personajes, vaya por delante, que con el maltrato al que han sido sometidos por el portavoz y el pleno Gobierno de Gasteiz, tanto Alvarez Enparantza como Albisu han dejado patente que en Lakua vive una cuadrilla de personajillos de cartón piedra, cortos en inteligencia, escasos en cultura, limitados políticamente y nulos en la valentía que, por el contrario, los dos agraviados han mostrado con sus vidas. Ni Bingen ni Urkullu ni toda su corte celestial han apostado su vida a cambio de defender sus convicciones.

Afirmar con el término «blanqueo» a una iniciativa ante la Audiencia Nacional de los escritores vascos en reconocimiento de Mikel Albisu, por una nueva causa abierta en su contra, o por plantear una demanda de reconocimiento de Txillardegi, es entrar en una terminología de la que es difícil salir indemne. Ni Txillardegi ni Albisu han dejado de proclamar sus convicciones, y por ello se les ha querido y odiado. Y ni ellos ni nadie más les ha pedido que quiebren su trayectoria. En esta nación nuestra pocos dejan de reconocer que ambos son dos personajes con una alta capacidad intelectual, abertzales entregados que han sacrificado sus vidas y que por ello han pagado con una vida de gran dureza. Lo peor es que tanto el alegre lehendakari como el querubín –siempre en la recámara del PNV para colocarlo allí donde no hiciera falta para nada– saben quiénes son los dos injuriados. Y no se creen que alguien pueda creer que Albisu y Txillardegi necesitan «blanquearlos».

Sostener esto, no obstante, es un claro indicio de que cuando portavoz y voz se colocan ante su espejo escondido se dan cuenta de que no les alcanza el cerebelo para llegar a la altura de ambos. ¿Tanto malestar crea en su interior que se le homenajee a Txillardegi, castigado siempre mientras duró su brillante vida? ¿Tanto complejo les corroe?

Nos dice el querubín hernaniarra que la familia Ordoñez tiene derecho a saber si Mikel Antza intervino de alguna manera en la muerte de su familiar. Y, ciertamente, están en su derecho si este les asiste, pero esto golpea la razón al dar don Bingen por bueno que, otra vez, sea juzgado quien ya fue juzgado, dando por angelical la bondad de la justicia española, haciendo ostensiblemente suyas las leyes del Estado español, su Audiencia Nacional y las «construcciones de las acusaciones» realizadas por organizaciones autodenominadas como «de víctimas» y de otros organismos oficiales. Dicho de un modo mucho más entendible: a don Bingen le ha tocado ser el blanqueador oficial de todas las iniciativas represivas y antidemocráticas españolas contra los derechos de Euskal Herria.

Llegados a este punto, las diatribas contra Txillardegi y la aquiescencia del nuevo fusilamiento civil contra Antza, encajan perfectamente con las últimas actuaciones que el Ejecutivo de Lakua se ha propuesto realizar para dar con el «blanqueamiento general» de quienes se han propuesto arrasar con la razón del existir vasco. Del brazo de la Fundación Padre Arrupe, pretende ahora Lakua arropar bajo el manto de la bondad y comprensión a todas las Fuerzas de Seguridad del Estado desde que nacieron para la desaparición de una Euskal Herria autodeterminada. Parece que el propósito de Urkullu y sus palmeros pretende convertir al padre Arrupe en un simpático curica que, como algo natural, comprendió y aceptó con beatífica sonrisa la diabólica letalidad de las bombas atómicas que arrasaron Nagasaki e Hiroshima.

No es descabellado señalar que en ningún lugar del mapa hispánico (¿y del extranjero?) ha sido glorificada de modo tan científico la beatitud de las FSE. Y esto suena a la canción de "Divididos" y su estrofilla que apunta a que «toda la mentira es la verdad». Y aquí la única verdad que no puede romper la mentira es que el Gobierno Vasco tiene miedo a ser vasco y que han interiorizado que para la supervivencia del partido que pariera quien tiene sus huesos en Sukarrieta, solo les queda ser españoles cómodos en Euskal Herria y abrazar sin miramientos a quienes hasta ayer les golpeaban por portar una ikurriña o colocarles el anillo de la persecución lingüística en sus dídimos si así les placiera.

No obstante, lo que parece que subyace tras esta operación de prelavado, lavado, encerado y secado de las FSE es algo más sutil y de veneno de lenta evolución. El PNV y su gobierno miran al futuro y se quieren ver con el cetro, en el centro y la poltrona del poder. Y para ello necesita lograr la aceptación de su estabilidad hispana. Dicho de otro modo, necesita desvasquizarse hasta parecer otro gobiernillo hispano con las mismas apetencias sociológicas y culturales, la misma selección nacional y estar al amparo de cualquier proyecto nacional español. PNV y su apéndice de Lakua quiere que su policía sea española, que la ikurriña sea española que el euskara se hinche y deshinche como la acordeón, que la simbología española forme parte de la idiosincrasia vasca y que, ¡por fin!, Madrid, esté en manos de unos u otros, sepa con seguridad que Euskal Herria es suya. El miedo recorre los pasillos de Jaurlaritza.

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