Larraitz Ugarte Zubizarreta
Abogada

Cosas para recordar del 2020

He descubierto que a pesar de que llevábamos años diciendo que la crisis del 2008 nos hizo ser conscientes de nuestra vulnerabilidad era mentira

Los propósitos de nuevo año se agolpan en nuestras mentes a raudales cada vez que colocamos un nuevo calendario en la pared de la cocina. Propósitos como adelgazar, dejar de fumar, hacer deporte, organizar mejor nuestras frenéticas vidas, atender a los niños, acordarnos más de los amigos... Son propósitos que generalmente fracasan en el tiempo récord de una semana cuando la rutina vuelve a colocarnos en la realidad. Por eso este año me he propuesto un único propósito: que no se me olvide lo que he descubierto en el 2020. Y es que este 2020 pasado ha sido un año prolífico en cuanto a descubrimientos.

He descubierto, por ejemplo, que me fascinan las pelis de conspiraciones de la CIA que seguro son superadas por la realidad pero que sin embargo no soporto a los conspiranoicos que ven detrás de todo (léase virus, mascarilla o vacuna) un complot mundial elaborado en un oscuro despacho para joder nuestras vidas. Hay gente que ve más pelis que yo... y se las cree todas. Cuidado con el exceso de Netflix.

He descubierto que hay otra especie de gente que en cuanto ha tenido la oportunidad ha iniciado una carrera de ‘‘buen ciudadano’’ que cumple todas las normas y señala a los que no en una suerte de ganarse la medalla del ciudadano ejemplar frente a todos los irresponsables sociales (léase jóvenes).

Están los que a la frase «nirea nire zurea gure», le cambian el sujeto de ‘‘cosa/objeto’’ por ‘‘problema’’ y hacen del «zurea zure nirea gure» un lema de vida. Esto es, si tengo un perro, la centralidad política debe dedicarse a regular perros; si en vez de perro tengo niño, pues lo importante es el bienestar del niño; si tengo un abuelo, pues los abuelos... y así hasta el infinito. Lo mío es un problema social que debe estar en la agenda en el puesto 1 del ranking.

He descubierto que hay mucha gente que lanza soflamas testosterónicas en cuadrillas y muy poca que se carga su mochila de responsabilidades de manera discreta. Y esto no lo he descubierto pero por si la duda me quedo con los últimos. Yo y seguro que muchos familiares que han visto acortados sus trayectos para ver a sus seres queridos también.

He descubierto que la irresponsabilidad de algunos políticos no tiene fin y que parte de las miserias humanas se las debemos a ellos: ni información, ni buena gestión de la comunicación, ni normas claras que ayuden a que la gente actuemos correctamente por responsabilidad y no por sanciones coercitivas ni señalamientos públicos o a que los conspiranoicos pierdan terreno. He comprobado, que entre ellos, Urkullu no ha aprendido nada y eso que ha perdido 50.000 votos. Sigue pensando que lo suyo es gobernar un reinado absolutista y lo demás le importa un huevo. Tal cual.

He descubierto que la ciencia y la investigación de base son claves pero que no es lo suficientemente ágil para la ansiedad social colectiva y que sus logros acaban siendo gestionados por políticos mediocres que nunca acaban de estar a la altura de las circunstancias. Y que sin embargo, la ciencia sin decisiones políticas que la acompañen tampoco me acaba de convencer.

Me he dado cuenta que desaprendemos a mayor velocidad de lo que aprendemos. Tras tres meses en los que supuestamente había un antes o un después el verano nos enseñó eso. De todas formas considero una suerte que queramos seguir siendo seres sociales en constante búsqueda de placeres cotidianos y que no pensemos en nuestras vidas como un ejercicio de lucha y sacrificio colectivo constante. Poco se puede esperar de cambios revolucionarios pero nos queda el consuelo de las ganas de vivir de la gente, que puede ser un motor importante.

La sociedad a la francesa es deprimente. No socializarse, trabajar y llegar a casa, sólo con los tuyos, y tener preparado un buen arsenal de vino y cerveza es un sucedáneo poco apetecible como larga forma de vida. Amo las calles llenas de gente que toman café en los bares y charlan con los «tan suyos como los de casa» y de tiendas animadas donde señoras mayores charlan sujetando el carro de la compra con otras a las que no han visto en semanas. No hay red social ni videollamada que lo supla.

Hablando de redes sociales, he descubierto que me agotan y aburren. Las izquierdas buscando matices constantes y maneras ingeniosas de hostiarse con 150 caracteres. La mala leche, animadversión e ira que existe en las mismas entre gentes que podrían tener muchos más puntos en común son para hacérselo mirar. No sé si por ganas de destacar o traumas infantiles irresueltos (porque por debates ideológicos no será en ese formato que no lo permite) pero basta ya de entretenimientos txikimundistas y más trabajo serio para lograr cambios reales.

He descubierto que a pesar de que llevábamos años diciendo que la crisis del 2008 nos hizo ser conscientes de nuestra vulnerabilidad era mentira. Hemos vuelto a descubrir como si fuera la primera vez lo vulnerables que somos. Espero que dentro de un año, dos o tres lo mantengamos fresco en la memoria para que de nuevo los pequeños placeres con los que nos agasaja el sistema capitalista actual (a algunos) no nos hagan olvidar que el Yo funciona con el Nosotros y que si el Nosotros está para el desguace yo tampoco estaré bien; que el vino sabe mejor en compañía, que un abrazo de un gran amigo es la mayor de las maravillas y que es más importante fijarse en las grandes diferencias que te separan del que tienes enfrente que en los matices que te diferencian del que está al lado.

Despido este artículo deseándoos con todo mi cariño un feliz año a todos los que me leéis y, cómo no, con un especial recuerdo a todos los presos y exiliados que siguen resistiendo y luchando con generosidad infinita por un país mejor para todas. Deseo que recordemos, que no olvidemos que siguen allí y que este 2021 tenemos pendiente la tarea de lograr que se sigan dando pasos firmes hasta la consecución de su libertad.

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