Cuidar Ulia
No vamos a pedir guardias en los caminos. Pero, ¿un cierto interés en medidas de control? ¿Prohibir bicis en la estrecha y ahora bastante masificada GR, que coincide en parte con el Camino de Santiago, y en la rampa de Zemoria? ¿Señalar límites de velocidad en el resto?
Donostia es una abigarrada urbe más, pero con buenos pulmones vegetales; el principal, Ulia. Siendo el mayor espacio natural cercano a la ciudad ha sufrido la presencia humana en forma de canteras con pequeño ferrocarril en la zona de Sagues, batería y fortificaciones militares en Monpas, atracción turística para clases altas con carretera, parkings, tiro al plato y otro ferrocarril mayor; agresiva especulación urbanística, caza generalizada...
Actualmente algunas de esas presiones han desaparecido. Ahora la presión la realizamos el elevado número de personas, bicis y coches que subimos a diario. Las restricciones de movilidad por el covid-19 han empujado al monte a mucha más gente. Algo que hay que celebrar como saludable, pero que acarrea problemas de masificación y de nuevos usos. Correr en la naturaleza puede ser muy sano, pero cuando se invade, molesta y obliga a apartarse a quien camina por vías estrechas en armonía de movimiento y atención con la naturaleza, es un abuso y hasta una agresión. Más polémica es la convivencia entre quien pasea a pie y quien lo hace a bici: la estrechez de muchos tramos (en particular el costero) y el desnivel de algunos lugares (empezando por las primeras rampas de Zemoria), son invadidos por gente que circula a velocidad de riesgo. O te apartas o te apartan.
Gozar del monte en grupo es un saludable disfrute. Pero cuando esa estancia se acompaña de músicas ruidosas se rompe el equilibrio y se agrede al resto. Si además se entiende la naturaleza como un estercolero, el disfrute se convierte en paseo desagradable. Zonas como Monpas, que la cierta dificultad de acceso mantenía limpias, son ahora (efecto pandemia) un triste espectáculo de bolsas y botellas de plástico, botellas de cristal, residuos de envoltorios, latas, ropas abandonadas y hasta mierda humana y restos de papel higiénico usado justo en la esquina más emblemática del lugar. Esas actuaciones desaprensivas han obligado a alguna gente a tener que abandonar sus habituales lugares de paseo.
No vamos a pedir guardias en los caminos. Pero, ¿un cierto interés en medidas de control? ¿Prohibir bicis en la estrecha y ahora bastante masificada GR, que coincide en parte con el Camino de Santiago, y en la rampa de Zemoria? ¿Señalar límites de velocidad en el resto? ¿Recomendar el no uso de reproductores musicales de volumen alto? ¿Colocar avisos y recomendaciones generales en los principales lugares de acceso al Parque urbano? Y, desde luego, limpiar las basuras. Es significativo que una ciudad entregada al marketing turístico no dedique una simple persona, durante alguna hora, a recoger unos residuos que permanecen en el monte durante semanas o meses.
Puede parecer que preocuparse por aspectos «menores» de nuestra vida pública en medio de una crisis de salud y social como la que vivimos sea irrelevante. Pero ser conscientes de los problemas más importantes como sociedad y ciudad y actuar en consecuencia no puede obviar los temas más pequeños que son precisamente los que pueden tener solución inmediata desde el punto de vista de la salud pública y medioambiental. Aunque sólo fuera por no salir con alegría al monte y regresar de bajón.