Iñaki Uriarte
Arquitecto

Danborrada alterada

Quienes nos desplazamos a Donostia en 1977 con ocasión de la colocación por primera vez de forma oficial de la ikurriña y hemos acudido esporádicamente en sucesivos años tenemos la percepción de una fiesta original, alegre con una cierta connotación militarista, enormemente arraigada en la cultura popular, elegante, no afectada de añadidos que alteren su sentido etnográfico, como los publicitarios y en la que espontáneamente todavía es necesario reivindicar derechos fundamentales de nuestro pueblo.

Un año más Donostia vivirá las primeras horas del día conmemorativo de su santo patrón San Sebastián con una celebración que, al menos desde 1871, tiene un componente muy representativo en dos aspectos: el musical, con marchas y polkas y el escenográfico en forma de desfile y kalejira.

Esta festividad que algunos vascos, incluso no donostiarras, hemos compartido en tiempos de estudiantes en ciudades de otros países, como en Barcelona donde desde 1974 tenía ya en el famoso restaurante Guría de la entrañable familia Errasti ya desaparecido, una celebración con todos los aspectos formales del ritual, gorros, tambores, barriles y asomaban ansias reivindicativas propias del momento. Lo mismo sucedía en Agate Deuna.

Quienes nos desplazamos a Donostia en 1977 con ocasión de la colocación por primera vez de forma oficial de la ikurriña y hemos acudido esporádicamente en sucesivos años tenemos la percepción de una fiesta original, alegre con una cierta connotación militarista, enormemente arraigada en la cultura popular, elegante, no afectada de añadidos que alteren su sentido etnográfico, como los publicitarios y en la que espontáneamente todavía es necesario reivindicar derechos fundamentales de nuestro pueblo.

Como muchas festividades tiene un contenido artístico de representación que es el que inicialmente más se memoriza, especialmente por un visitante, en el que concurren una gran cantidad de variadas y vistosas vestimentas que aportan colorido con diversos utensilios e instrumentos creando un ambiente social tan participativo como espectacular.

La plaza de la Constitución (la española) recobra así una de sus funciones principales, congregar a la población entorno a la fiesta, donde el urbanismo enmarcado de excelente arquitectura neoclásica presta un bello encuadre. La celebración constituye una extraordinaria escenografía en la que existe un orden, composición de grupos diversos, jerarquías musicales y otros elementos de animación que poseen una indudable estética.

El acto tiene también un componente de transmisión, especialmente por televisión, que posibilita su disfrute desde otros lugares centrándose en la conmemoración en la plaza. Las diversas formas de contemplación, tomas de televisión o desde las balconadas permiten apreciar perspectivas que no se ven desde el suelo de la plaza. Es aquí donde se pone de manifiesto una alteración que desde hace ya demasiados años produce irritación por su inoportunidad y torpeza, que he criticado reiteradamente y compartida por muchas personas tanto del mundo artístico como dotadas de una sensibilidad y aprecio por las manifestaciones de la cultura popular propia. Se trata de los locutores, fotógrafos, cámaras y otros individuos al servicio de la noticia que entrometiéndose absurda e irrespetuosamente en la plataforma-escenario rompen el orden establecido, destrozan toda la composición, incordian a los intérpretes, incluso aparecen en las imágenes creando un absoluto desconcierto formal y una agresión cromática con sus impermeables de colores y absolutamente aportan nada. Existen otros lugares, formas y tiempos más respetuosos de grabación o entrevista.

Hace ya también muchos años que esta provocación formal debería haber sido prohibida. A nadie se le ocurriría entrometerse en medio de un concierto, una ópera, una procesión religiosa o en un desfile de cualquier tipo para grabar o hacer una entrevista en una pausa. Por todo ello es necesario que el propio director, el Tambor Mayor, ahora que es nuevo responsable máximo de la actuación, controle todos los detalles de lo que sucede en ese espacio escénico para que la interpretación se realice con absoluto rigor y calidad no solo musical sino también formal suprimiendo radicalmente tan absurda profanación prohibiendo la presencia de estos distorsionadores. Son ya demasiados años de dejación y produce alergia visual.

Es preciso mantener la integridad absoluta del aspecto representativo de Danborrada, que, como otras fiestas, ritos y celebraciones de Euskal Herria, es un acto cultural refrendado por una larga referencia histórica que rememora un hecho de enorme relevancia social. Por lo que en sí mismo constituye una tradición que adquiere el rango de patrimonio etnográfico, inmaterial en su doble condición musical y representativa y así debería estar, si fuésemos un país culto y sensible, catalogada y protegida por una Ley de Patrimonio Cultural Vasco adecuada a la realidad.

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