Imanol Olabarria Bengoa

De guerras, inmigraciones y nosotros

El Sistema, nuestro Sistema Occidental, en los años 90 del siglo pasado tras la caída del Muro de Berlín, nos vendió una película maravillosa, la de su triunfo definitivo sobre nuestro adversario, la victoria del progreso, la proclama de un mundo mejor sin guerras y la de un estado de bienestar definitivo.

Nuestro Sistema que celebró la caída del Muro de Berlín, hoy levanta muchos más muros más altos, sólidos, sofisticados, que cortan brazos y el aire mismo para impedir la llegada de inmigrantes que huyen del hambre y de la guerra, tratando a su vez de convencernos que todo es por nuestro bien, que nuestro bienestar, seguridad, libertad se blindan y se garantizan con murallas, más cárceles, drones, robots, cuerpos de seguridad, leyes mordaza, ejércitos y hasta guerras abiertas.

Que nuestro bienestar pasa por la exclusión cada vez de un mayor número de personas y unos niveles de desigualdad en crecimiento continuo.

Hubo en esa época, quien adelantándose a un futuro inmediato, de forma premonitoria tituló su libro “Vendrán más años malos y nos harán más ciegos” como es el caso de Rafael Sanchez Ferlosio. Poco tiempo después en agosto de 2007, una barca de pescadores tunecinos rescataban en el mar Mediterráneo a cuarenta y cuatro náufragos a quienes los llevaron a la isla de Lampedusa (Italia). Los pescadores rescatadores, tunecinos, fueron encarcelados por espacio de 32 días y procesados bajo penas de 15 años de cárcel por favorecer la inmigración clandestina.
Nuestra condición humana obliga a socorrer al necesitado, pero las leyes de la Unión Europea prohibían y perseguían, ya cada vez con mayor ahínco, la solidaridad y la atención a los «sin-papeles».

Hoy, estudiosos de la inmigración forzosa afirman, que poco o nada ha cambiado en la frontera sur de Europa; que asistimos a un bombardeo de discursos humanitarios para con los refugiados, mientras, se gastan millones en cerrar fronteras para impedir su llegada. La Operación Frontex, que persigue la vigilancia del mar Mediterráneo ha sido dotada de 176millones de euros para el próximo año 2016, esto es, un 54% más que en el 2015. Su función, controlar, retornar a sus lugares de origen a quienes escapan del hambre y de la guerra, e inutilizar barcazas utilizadas para su transporte en la mar.

Y nosotros, la sociedad civil, divididos y confusos entre un «nos invaden y hay que echarlos» y el «pobrecitos, huyen de la guerra». Nosotros nos enfrentamos a las consecuencias pero sin hurgar en las causas, ni buscar responsabilidades. Las guerras no son fenómenos climatológicos no imputables por tanto al comportamiento y a la condición humana.

El politólogo estadounidense Samuel Huntington dice que Occidente, el Norte al cuál pertenecemos, conquistó el mundo no por la superioridad y belleza de sus ideas y valores, sino por su aplicación de la violencia organizada, la guerra.

A la guerra contribuye el Norte, con la producción armamentística, y ahí está implicada Euskadi con más de 3.000 trabajadores dedicados a la fabricación de motores Rolls Royce para el avión de combate europeo, carros de combate, torpedos, sistemas de localización… que en muchos casos cuentan con créditos del Gobierno Vasco. Por otra parte, el Estado español es el séptimo mayor vendedor de armas del mundo.

A la guerra contribuye el Norte y de ella se beneficia, y las guerras las sufren los del Sur. Cada gobierno del bipartidismo (PP, PSOE) han garantizado una mayor presencia militar estadounidense en el Estado Español. Así en junio pasado, el PP autorizaba a EEUU ampliar su presencia militar en Morón de la Frontera, lo que garantizará una mayor y más rápida intervención armada en toda África y Oriente Medio. Los intereses que priman en África salen de aquí, Primer Mundo, al igual que las armas y las órdenes de activar  las mismas. No podemos permitir que aviones que bombardean lejos, Irak, Libia, Afganistán, Siria…, despeguen de nuestro entorno y hayamos contribuido con nuestro trabajo a su fabricación en Euskadi. No hurgar en nuestra responsabilidad e implicación en la industria militar de la muerte, encierra mucho cinismo. Estar contra la guerra, es estar contra el orden económico derivado de ella; y contra las desigualdades equiparables a las de la gran deflación de los años 1930 y dispuestos a reducir caprichos, cotas de confort habitual y nivel de vida.

Las guerras en sus diversas formas, busca mantener a raya a los ya empobrecidos; garantizar nuestra presencia en los puntos geoestratégicos del momento; aprovisionarnos de materias imprescindibles para nuestro progreso: petróleo, coltán, litio…; y estrujar a quienes todavía pueden ser exprimidos en nuestro afán de acumulación sin tope.

Toda forma de lucha por una vida alternativa, violenta o pacífica, parlamentaria o extraparlamentaria, que intente erradica la guerra no tendrá éxito si no rompemos con la hegemonía que sobre la vida cotidiana tiene el consumismo, –hoy más que ayer y menos que mañana–.

Quienes decimos estar por un mundo más igualitario, contra el consumismo y la guerra, deberíamos estar por el decrecimiento y por limitar nuestras «necesidades».

Para terminar con esta reflexión, una poesía de Fernando Beltrán. (Oviedo 1956)

Nuestros aviones llegan
sin ser vistos ni oídos.
Nuestros aviones bombardean
sin ser vistos ni oídos.
Nuestros aviones matan sin ser vistos ni oídos
No nos gusta matar.
Somos por fortuna creyentes,
por fortuna ricos
de corazón, por fortuna dueños
de artefactos que matan por fortuna
solamente al pobre
hombre que cruza infortunado un lugar estratégico.
La guerra es dolorosa, absurda, necesaria.
Sin ella no se puede vencer,
ni cambiar cada mes de ropa
ni comprar un cartón de tabaco rubio
una copa de llantas parabólicas
o un condón de ternura ultrasensible
para hacer el amor y no la guerra.



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