Víctor Moreno
Profesor

De la elegancia literaria

De Marías se dirán muchas alabanzas. Hasta de ser elegante. Pero ni la sobriedad ni la exactitud figurarán como sus más loables virtudes.

Con motivo de la muerte del escritor Javier Marías, algunos de sus seguidores han defendido su literatura, lo que está en su derecho, destacando su «elegancia literaria» y «su precisión a la hora de escribir». He sido lector de Marías desde que publicó su novela “El monarca del tiempo” y en lo que menos hubiera pensado que destacaba su escritura era por su elegancia y por su exactitud. Que se valore su obra por su elegancia literaria es aspecto que se me escapa, pues no sé qué quiere decir; ni qué valores literarios implica su puesta de gala, siendo el concepto de elegancia un campo minado de indeterminación como son la mayoría de los términos que se mueven en el campo de la literatura. Es decir, que habría que preguntarse de qué elegancia literaria hablamos cuando se trata de la elegancia literaria en general y de la de Marías en particular.

El término no abunda en las reseñas de los críticos como signo de bondad literaria. Dirán de los escritores que son originales; rara vez elegantes. Si lo son, los convertirán en escritores «imprescindibles», de los que «tú debes leer». Pues se trata de escritores en posesión de una «elegancia» que recuerda «al mejor Joyce y Nabokov» o se encuentra «en la estela de la más refinada prosa de Flaubert y de Henry James».

Hace unos cuantos años, ¿cuántos, treinta o más?, decir esas cosas en una reseña podría servir de acicate para que los lectores de estas críticas se animaran a comprar dicho libro y comprobaran que, en efecto, el autor reseñado era un clon del «más exquisito Nabokov» o del «más inteligente Joyce». Pero, ahora, entiendo que tales expresiones servirán para ahuyentar al lector de tales genios, por cuanto que autores como los citados y elogiados de esa manera ininteligible –lo contrario de elegante, etimológicamente hablando–, más que invitar a leer, lo que hacen es alejar al moderno lector digital del Quijote y de sus derivados vitamínicos. La posible elegancia literaria de ayer, ¿tiene que ver con la elegancia que postulan los nuevos lectores de hoy? Y engatusar a un posible lector hablándole en estos términos, ¿será lo más adecuado para llevarlo al huerto polivalente de la literatura?

Para colmo, la expresión elegancia literaria se asocia con «nobleza, sencillez, buen gusto y distinción», que es lo que hace el diccionario. Estaría por ver cómo se traducen estos conceptos en términos literarios. Y qué metro iridiado sería capaz de establecer el alcance de cada uno de ellos para decidir qué novela los tiene.

De María se ha dicho que, como escritor, «era elegante y preciso.» No una, sino dos veces por lo menos. En 2013, cuando le concedieron el Premio Formentor se dijo algo similar de «este escritor barcelonés» (sic), por cierto, nada tan contrario a la elegancia como esta imprecisión. Casualmente, en el año 2014, a Vila Matas también le otorgaron dicho galardón por su «elegancia literaria» con la que, junto con otras virtudes, «ha renovado los horizontes de la novela». Otra que tal. La verdad es que esto de los «horizontes de la novela» me quiere sonar, aunque jamás haya entendido cuál es su alcance topográfico literario. Y, ciertamente, si se comparan las novelas que se escribían hace dos décadas con las de hoy y se intenta poner etiquetas a ese cotejo, en seguida comprenderemos que es tarea tan inútil como matar el silencio de un cementerio. ¿Alguien tiene idea aproximada de cuáles puedan ser esos horizontes de grandeza o de miseria literaria? Está de enhorabuena. Para saberlo habrá tenido que leerse entero el Espasa y parte de Calpe de lo publicado. Hazaña de la que en su tiempo no fue capaz ni Marcelino Menéndez y Pelayo.

Si tomamos el criterio de la «elegancia literaria» como factor fundamental del valor de una novela, nos veríamos en una aporía de la que sería difícil salir sin que la inteligencia saliese escaldada. Para enredar más la situación, hay quien le atribuye connotaciones «de orden en la exposición de las ideas y que estas aparezcan claras, de pulcritud en la prosa, sin utilizar un vocabulario grosero», logrando así que «la lectura resulte ágil y gratificante». Ágil y gratificante dicen que es Pérez Reverte, pero, qué casualidad, nunca he pillado una reseña calificando al genio de “Alatriste” de estar en posesión de una elegancia literaria similar a la de Marías o de Vila Matas, cuyo alcance desconozco.

Y si la elegancia exige «sobriedad y exactitud», entonces, Marías no es representativo de lo uno ni de lo otro. El reino de Marías es el anacoluto. Es un título que no se lo discute nadie, ni sus admiradores. En cuanto a la sobriedad, digamos que, si Sánchez Ferlosio te obligaba a leer sus pecios interminables que te dejaban sin respiración y a punto de espicharla, con Marías, no es que sea parecido, es peor, acabas muerto, matao. La sintaxis de María no es sobria. Es un turbión. Marca de la casa.

De Marías se dirán muchas alabanzas. Hasta de ser elegante. Pero ni la sobriedad ni la exactitud figurarán como sus más loables virtudes. No soy entusiasta de sus novelas, pero reconozco que tienen una cualidad que desde el principio me resultó atractiva por inusual. La de prescindir de referentes políticos y sociales de nuestra época para, paradójicamente, crear novelas reflexivas y críticas sobre esa sociedad. Nunca se le vio el plumero ideológico, cosa que no sucede con Cercas o Trapiello.

Pero la exactitud y la precisión semánticas no son sus mejores embajadores. Claro que, si los anacolutos son parte de su elegancia literaria, entonces, reconoceré en Marías a un experto en su uso, signo de «sintaxis heterodoxa» o de la «construcción de una ondulante celosía verbal» y que fans de su obra tienen como señal prestigiosa de su genio, mientras que para otros es maldita materia de corrección en el aula, en aras, precisamente, de la exactitud y precisión, aquel don inapreciable para nombrar las cosas que Juan Ramón pedía a la inteligencia y que tan difícil es de encontrar en el autor de «Tu rostro mañana».

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