Paco Roda
Trabajador social del Ayuntamiento de Iruñea

Del pacto trampa al pacto de ciudadanía

Nadie encuentra la clave de este esperpento. De tantas idas y venidas convertidas en espectáculo más que en acción política de altura. De tanta escenificación. Que haya o no terceras elecciones, que se llegue a un pacto, que haya acuerdos, que se negocie, que haya altura de miras, que sumen los escaños para gobernar de una vez.

 Todo esto y más oímos desde hace meses. Pero la clave no está en estos supuestos. Tampoco en estos escenarios de reflexión ni discusión. Porque la clave para interpretar de verdad lo que ocurre está en otra agenda. En la agenda de los silencios, de las ocultaciones. O quizás haya que visitar la exposición –Londres-  del fotógrafo Oliver Curtis titulada ¿Es más real la realidad cuando miras en dirección contraria? Igual ahí está retratado el ojo vago de Rajoy.

Y es que quienes generan opinión y dinámicas políticas insisten en la teatralización de este esperpento rentable fruto de una concepción menguante de la política. Pero hay claves que se ocultan a la ciudadanía. A esa ciudadanía empobrecida que ha sido vilipendiada y ninguneada durante la más brutal crisis de los ultimos años, descapitalizando su potencial de supervivencia, sus recursos, sus usos y maneras políticas de ejercer la democracia y restando sus activos de ciudadanía. Resulta patético oír a un mentiroso llamado Rajoy apelar al honor de los españoles, a su deseo de tener un gobierno. Patético por antiético. Patético por su cinismo. Porque Rajoy, y su equipo de corruptos de misa diaria, han necrosado con su batería de recortes, ¿o es que ya no nos acordamos? La democracia de garrafón que este reino de España soporta. Rajoy ha liquidado, no ya los menguados principios democráticos que sustentan la relación entre clase política y la ciudadanía, sino también, y muy importante, los grandes recursos de un estado del Bienestar hoy en bancarrota. Apelar a esa ciudadanía cuando ha sido secuestrada políticamente es cuando menos un ruinoso acto de cinismo bastardo.

Por otro lado, la clave del actual limbo político no está en la habilidad de los políticos para negociar, para ceder o para apoyar a tal o cual candidato. La cuestión no es plantear la necesidad de un gobierno o pacto de legislación a cualquier precio. No. Pero esta idea fuerza está siendo utilizada como chantaje escénico para rebajar el nivel de exigencia política del conjunto de los partidos políticos que se pliegan, unos más que otros, a ese escenario apocalíptico de pánico y extorsión. Y una cosa es clara en este contexto. Se llegue a los acuerdos que se lleguen, los auténticos problemas de gestión económica y social que asolan a este reino de España, no se resolverán. No se resolverán si solo se pretende, insisto, formar gobierno. Porque en el momento actual los números y los escaños dan para lo que dan. Podían dar para más, pero las líneas rojas de cada cual están para medir el límite ético y de compromiso de cada partido. Y por tanto significan, siempre ha sido así, un margen de negociación. En eso consiste la política de pactos. Pero si lo que urge es gobernar, adelante: miren ustedes para otro lado, tápense las narices cuando voten y hagan justo lo contrario de lo que dicen. Así de fácil. Pero así de deshonesto.

Y es que gestionar de verdad el enorme desequilibrio social y económico que padece la ciudadanía requiere de otra mirada. Exige entender y enfrentarse al sonrojo de algunos datos: casi el 30% de la población (28,6 % - 13,2 millones de personas aproximadamente) está en situación de riesgo de pobreza y exclusión social. España tiene la séptima mayor tasa de población en riesgo de pobreza del conjunto de la UE (el 34,8%) y esta pobreza y privación afecta de manera especial a la infancia, pobreza que alcanza actualmente al 30,1% de los menores de 16 años. Hay en el reino de España casi 3,7 millones de desempleados. Según datos del SEPE, en febrero de 2016 la tasa de cobertura por desempleo se redujo hasta el 54,76%. O lo que es lo mismo, casi 1,7 millones de parados no cobra desempleo. Pero también entre los que trabajan ha aumentado el porcentaje de trabajadores en riesgo de pobreza y exclusión social.

Estos son los números de la vergüenza, aireados pero también banalizados hasta dejarlos sin sentido. Son los que responden a un modelo económico basado en la precariedad, no como excepción sino como norma, como estructura básica de producción y relación entre el capital y la mano de obra. Son los datos de un país de camareros malpagados y poco más. Pero si los datos económicos rechinan, no menos obscena es la perdida sucesiva de la capacidad adquisitiva de las clases medias, la desafección de la política, la descapitalización bestial de los sistemas de protección social o la instalación de la corrupción como pauta de conducta envidiable y consagrada. Todo esto requiere un programa hegemónico social, como ha comentado Marina Subirats. Un pacto de Estado por la recuperación y la reflotación del país poniendo el punto de mira en la ciudadanía real, no en la ciudadanía ficticia usada y abusada como objeto de cambio y chantaje. Esto requiere un acuerdo básico que en estos momentos es inviable por cuanto entre las fuerzas que podrían posibilitar este pacto no suman mayoría. Este desaguisado político –no olvidemos que es un problema concebido como gestión de habilidades políticas– no se arregla con un pacto hegemónico de Estado entre partidos. Porque el problema no es llegar a acuerdos, sino ponerse de acuerdo en qué hay que resolver, en el diagnóstico de los males y en el pronóstico de las soluciones y sus claves metodológicas. En eso hay que ponerse de acuerdo. Todo lo que no contemple esto, está condenado al fracaso. Se gobernará, se gestionará el malestar, se facilitará el teatro parlamentario y la monarquía descansará a perpetuidad hasta dentro de cuatro años. Pero no se resolverán los problemas de la ciudadanía. Se gestionará la crisis, pero no sus causas.

Por eso hay que buscar, más que un proyecto hegemónico de partidos que votan juntos, un acuerdo hegemónico de partidos y fuerzas que deciden afrontar esta gravísima situación. Y eso pasa por abordar los escenarios maltrechos por la crisis, la dualización y fragilización de las dinámicas económicas, sociales y productivas, escuchar las exigencias legítimas  planteadas por las periferias nacionalistas y secesionistas, no temer a una reestructuración o demolición del Estado de la Autonomías, abordar seriamente el modelo de desarrollo económico, plantearse el modelo y utilidad del ejército, priorizar la defensa del  Estado de Bienestar y atreverse a cuestionar el funcionamiento de los poderes ejecutivo y legislativo y los órganos que los sustentan. En esto hay que ponerse de acuerdo. Y hay que entender que el actual parlamento, con sus representaciones y sus escaños no es solo  la suma de votos o escaños a secas. Es la suma y la resta de algo más. Es la representación de una sociedad que, como dice Rosanvallon, se ha vuelto ilegible y opaca. Y por ello es la representación de la dualidad, de la fragilidad, del miedo, de las ausencias y silencios (las abstenciones) de las precariedades, de las clases medias empobrecidas, de las altas y de las muy altas celosas y guardianes de sus privilegios. Porque este nuevo parlamento escindido es la representación de una nueva sociedad recortada, fragilizada, enfrentada en intereses, dislocada, inquieta, ignorada, inhibida, descapitalizada, descolocada, enferma, ausente y también harta. Y esto es difícil de gestionar. Hacerlo sin tener en cuenta ese proyecto hegemónico de carácter social y transformador es pura gestión del estercolero en el que habitamos, una gestión de subsistencia abocada al suicidio y al bloqueo político y social.

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