Del posibilismo al oportunismo
Lo primero que se enseña en política es que consiste en el arte de lo posible. Para un país en libertad y que, por tanto, practica una política convencional puede ser una definición aceptable, sin necesidad de ninguna especificación al respecto.
Lo posible, la política, suele consistir en estos casos en una confrontación entre intereses contrapuestos que luchan por obtener la preponderancia en la relación de fuerzas, y siempre ateniéndose a una legalidad que ha sido anteriormente aceptada por todos.
Por contra, el posibilismo político de un país ocupado como el nuestro no puede ser convencional, en ningún caso se puede ceñir exclusivamente a la legalidad vigente del imperialismo que le oprime; debe oponerse, transgredirla y superarla.
El arte de lo posible en estos casos consiste en buscar y estudiar todas las posibilidades que conduzcan a la libertad, a la independencia. Estas nunca se pueden encontrar en una legalidad ajena impuesta y que tiene por objetivo único y necesario la liquidación del pueblo subyugado.
El posibilismo de un país sometido se convierte en oportunismo si se pretende encorsetar con la legalidad del imperio. Esto trae como consecuencia el abandono del único objetivo estratégicamente imprescindible, la independencia; abandono que conlleva a la larga e indefectiblemente la desaparición del pueblo.
Se da, por tanto, una coincidencia, voluntaria o involuntaria, entre los objetivos de quien pretende la libertad respetando la ley del enemigo y los del totalitarismo que niega al pueblo sometido su existencia como nación diferenciada de las demás.
La política, el posibilismo, la resistencia al opresor debe conjugar la legalidad vigente y la ilegalidad. Cierto grado de sumisión al orden establecido no implica que la oposición se practique íntegramente dentro de dicho orden, porque eso la limita gravemente y supone, aun pretendiendo aparentemente la libertad nacional, su renuncia absoluta.
La política es cambiar la relación de fuerzas siempre a tu favor; alcanzar una fuerza, un poder mayor que el que poseías con anterioridad. El posibilismo hay que entenderlo en ese sentido: en un sentido favorable a Euskal Herria.
No se trata de ir en contra de conseguir traer una partida de dinero de Madrid o de implantar la recogida de basuras puerta a puerta –en la lucha por la libertad son aprovechables tanto la legalidad impuesta como las instituciones que ha propiciado la misma–, pero estos «logros» no deben ser considerados políticamente posibilistas, porque no modifican la relación de fuerzas.
Para conseguir la independencia, ese aprovechamiento debe estar integrado en una estrategia para la recuperación de la estatalidad, desbordando el sistema legal del enemigo. Esa estrategia solo se puede plantear desde la ilegalidad, desde una institución propia, del pueblo.
Es muy distinto que un pueblo sojuzgado como el nuestro conquiste una cota de poder, sea el poder que sea, aunque se trate de un estatuto de autonomía, pero que lo conquiste, lo imponga y lo controle él mismo, a que sea un poder concedido, un poder derivado de una Constitución y de unas Cortes españolas.
La legitimidad y la legalidad de dicho poder es propia o ajena respectivamente según haya sido obtenido por el pueblo, de abajo hacia arriba o, por el contrario, haya sido concedido por quien impone una legalidad cuya única pretensión es la integración, asimilación y desaparición de dicho pueblo.
Una estrategia propia, una estrategia por la independencia, no puede estar ceñida en la legalidad ajena impuesta, porque dejaría de ser una estrategia de liberación. Y carecer de estrategia supone estar desarrollando la del enemigo, estar colaborando con él.
Un gobierno, del que carecemos en este momento, es uno de los elementos indispensables y necesarios para constituirnos en estado efectivo, que sea considerado como sujeto político por los demás estados porque, al tener un pueblo tras él, es capaz de crear un conflicto a nivel internacional.
Si tenemos pueblo, si tenemos líderes, si se da por hecho que existe confianza y solidaridad entre los miembros del pueblo por el mero hecho de ser pueblo, recursos que todavía existen en este país, y un gobierno que funcione y al cual ese pueblo le muestre su afecto, le muestre su consentimiento, su aceptación, porque sea un gobierno que asuma los demandas del pueblo y que marque consignas claras para alcanzar la libertad, conseguiremos la independencia.
Euskal Herria tiene un arma que es imprescindible utilizar y dirigir de la forma más conveniente en cada momento: la fuerza del pueblo. Lo que no es estratégico es compaginar un posibilismo oportunista (objetivos escasos y consentidos por la legalidad impuesta) con dicha fuerza. Esta debe ser utilizada para conseguir fines acordes con su potencia, fines que merezcan la pena como la independencia. Como dice un buen amigo mío, el Pueblo Vasco nunca ha dicho «no» a lo que se le ha pedido.
Para alcanzar la independencia, la política o el arte de lo posible debe transgredir necesariamente la legalidad oficial del imperialismo, y el logro de la libertad es imposible sin la fuerza del pueblo. La única conclusión posible es, por tanto, que el pueblo debe ser dirigido por caminos de confrontación con la legalidad totalitaria; todo lo contrario de lo que se está haciendo por parte de quienes dicen, y cada vez en menos ocasiones, pretender la independencia de Euskal Herria.