Asier Muñoz

Doñana no es solo de Andalucía

Todos creíamos que, tras la pandemia, nos concienciaríamos de muchos de los problemas que nos acechaban y que como sociedad desatendíamos de forma constante. Uno de estos problemas es, sin lugar a dudas, la reducción de la biodiversidad que explica, entre otras razones, la aparición del covid-19 y que ha sido completamente invisibilizada o más bien caricaturizada por los medios de comunicación hasta reducirlo a un chiste gastronómico sobre el pangolín y el murciélago.

Esta reducción de la biodiversidad, fruto del desarrollo capitalista, la contaminación y el cambio climático, explica también otras enfermedades que saltan de animales a humanos (zoonosis) como el ébola, el MERS, el SARS, el virus del Nilo Occidental o el virus del Zika entre otras muchas. Problemas graves de salud que nos suenan como ajenos y a las que no prestamos mucha atención porque creemos que son propias de otras latitudes y de otras sociedades menos avanzadas que las nuestras.

Sin embargo, deberíamos reflexionar y recordar cómo mirábamos con cierta arrogancia y desdén hacia China en los inicios del covid-19. Cómo creíamos que esa «gripe extraña» no llegaría a nosotros (salvo uno o dos casos) y, como creíamos que, en caso de llegar, la solventaríamos en poco tiempo sin mayores consecuencias. Ahora mismo, quizá desde una perspectiva más abstracta, estamos en la misma situación respecto a nuestros problemas ambientales. Algo parecido a lo que nos ocurre cuando miramos con estupor cómo Bolsonaro destruye el Amazonas y nos indignamos, pero no hacemos nada cuando la destrucción medioambiental se produce en nuestra propia casa. Vayamos a lo concreto.

La península ibérica se tropicaliza, y lo hace a un ritmo vertiginoso. Todo el mundo puede comprobar cómo tenemos desde hace tiempo temperaturas extremas y bruscos cambios meteorológicos impropios de climas moderados como el mediterráneo. Estos últimos años hemos disfrutado de un ciclo meteorológico amortiguador que ha aliviado la temperatura global (el fenómeno de la niña) y que ya ha llegado a su fin. Durante el nuevo lustro sufriremos el ciclo del niño, como ya ha vaticinado la OMM, lo que supondrá un aumento grave de las temperaturas y el lustro más cálido de la historia de la humanidad.

Esto va a traer muchas consecuencias graves para nuestro territorio, una de las más evidentes es la de salud. Desde hace un tiempo, las altas temperaturas que vivimos todo el año permiten que algunas especies de insectos tropicales puedan realizar un ciclo completo de reproducción en la península. Esto es, pueden llegar como adultos, reproducirse y que sus crías sobrevivan hasta la fase adulta reiniciando el ciclo. Esto origina que ya tenemos algunas enfermedades como el virus del Nilo Occidental, pero también que también la OMS, en rueda de prensa en abril, advirtiera que este verano el mosquito Aedes aegyptis (transmisor del Dengue, Zika y Chikunguya) llegará a España y el sur de Europa. ¿Cuánto tardaremos en volver a tener contagios de Malaria?

Todos estos datos, a pesar de ser abrumadores, no deben llevarnos al pánico y la inacción, podemos hacer cosas. Una de ellas es evitar la demagogia y el alarmismo usando el conocimiento científico disponible. Sabemos que el aumento de la superficie agrícola acaba con las especies salvajes(más resistentes a las enfermedades zoonóticas) permitiendo que vivan en esos lugares animales en los que se concentran un mayor número de patógenos. También sabemos que la reducción de la biodiversidad en las reservas naturales influye de manera decisiva en la transmisión de enfermedades transmitidas por insectos, como el virus del Nilo occidental. Por último, sabemos que, a consecuencia de estas dinámicas, cada año dos nuevos virus que antes solo infectaban a los animales saltan a infectar a seres humanos. ¿Con estas premisas podemos hacer algo en lo inmediato? Sí que podemos: Doñana.

Doñana es una reserva natural de especies que está siendo devastada por la especulación capitalista como así ha dictaminado el informe del Instituto Geográfico Minero. Es decir, por acciones humanas directas que se pueden deshacer. No es comprensible que se proyecten macrourbes o campos de golf en zonas hídricamente ya muy tensionadas. Del mismo modo, no se entiende como, estando inmersos en un proceso de tropicalización y desertificación intensa, se sigue especulando con la posibilidad de realizar transvases de aguas para mantener agricultura de regadío en las regiones con menos precipitaciones de España.

Necesitamos Doñana (como el resto de los parques naturales) porque necesitamos toda su fauna para la protección de nuestra salud. El debate no debería estar en cuántas urbanizaciones o explotaciones agrícolas puede haber alrededor, al estilo de Bolsonaro, el debate debería ser cómo vamos a compensar económica y socialmente la desaparición de la agricultura alrededor de Doñana para la clase trabajadora. El discurso debería girar en torno a un plan a medio y largo plazo para adecuar el sector primario a la realidad climática que estamos viviendo. Se debería discutir la sostenibilidad medioambiental del turismo masificado a regiones incapaces de sostener el consumo de agua potable al 100% de su población todo el año.

Estos y no otros son los debates políticos que deberíamos tener, tanto en campaña electoral como fuera de ella. La preservación de Doñana y del resto de espacios naturales es una prioridad estratégica en el sistema de salud medioambiental global. La salud de toda la península ibérica y parte de Europa depende de ello, no es solo un problema regional andaluz. No puede ser solo un arma arrojadiza entre partidos, es un punto clave para la salud del conjunto de la población de la península, más allá de los Bolsonaristas, más allá de Andalucía y más allá de cualquier nacionalismo o regionalismo. Es una emergencia que, si viviésemos lejos (como cuando vemos la destrucción del Amazonas) veríamos mucho más clara. Dejemos de lado las pasiones partidistas y luchemos por nuestras prioridades como clase.

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