Iker Casanova
Militante de Sortu

¿Dónde pongo lo hallado?

La izquierda abertzale ha de reinventarse para adecuarse plenamente al nuevo tiempo de oportunidades
políticas que ella ha contribuido a crear

Siempre que llega la hora de hacer un balance de largo recorrido me viene a la cabeza la frase inicial de la canción de Silvio Rodríguez “¿Qué hago ahora contigo?”. Somos el camino que hemos hecho, y todo lo bueno y lo malo que hemos encontrado en él. Y cuando llega algo que lo cambia todo, aunque eso sea lo que hemos estado buscando, sentimos la orfandad de haber perdido la certeza de saber lo que hay que hacer. Es el momento de la reinvención. Una reinvención que comienza mirando hacia atrás y preguntándose ¿dónde pongo lo hallado?

La izquierda abertzale se halla en una encrucijada histórica. Tras casi 60 años de lucha no ha conseguido sus objetivos finales pero sí presenta un impresionante balance de logros. Durante el franquismo fue catalizador de la lucha de un pueblo que pasó en dos décadas del filo de la desaparición como nación a una plena autoafirmación. El pacto de las élites políticas, económicas y militares dio origen a un Régimen menos autoritario que el anterior pero igualmente negador de los derechos nacionales y sociales de este pueblo. La negativa a legitimar a este sistema del 78 hizo que la izquierda abertzale emprendiera un duro camino en solitario. En 2011 esa estrategia de confrontación con el Estado vivió un hito histórico al pasar a ser desarrollada  exclusivamente a través de vías pacíficas. No hemos ganado, pero tampoco hemos perdido.

El cambio de ciclo hace cuatro años abrió un periodo en el que la resolución del conflicto ocupó la centralidad del debate. En ese contexto la izquierda soberanista acumuló un gran respaldo popular. A medida que el entusiasmo inicial fue decayendo ante el bloqueo del Estado, los apoyos disminuyeron y al mismo tiempo la gestión de los amplios espacios institucionales logrados, realizada en términos generales de forma más que correcta, careció del apoyo adecuado de unas estructuras no acostumbradas a esos parámetros de lucha ideológica. Todo ello ha provocado un debilitamiento coyuntural del soberanismo de izquierda reflejado en las municipales de mayo y con mayor crudeza en las recientes generales. Fortalecer EH Bildu es uno de los objetivos de la izquierda abertzale, ya que es crucial que la izquierda soberanista recupere espacios y que crezca la apuesta por la independencia y el cambio social. Pero la izquierda abertzale también tiene otros ámbitos de actuación que han de ser actualizados. Desde antes de las últimas elecciones está en marcha el proceso de debate “Abian!”, concebido como una evaluación integral del camino recorrido en los últimos años al objeto de corregir carencias y problemas. No es un debate improvisado nacido de ninguna urgencia, sino un análisis necesario y profundo que ha de determinar cambios para ubicar de forma plena a la izquierda abertzale en el nuevo ciclo político.

A pesar de hablar constantemente de un nuevo tiempo político debemos señalar que nos encontramos propiamente en una etapa de transición. El conflicto armado aún perdura a través de sus consecuencias, especialmente en torno a la cuestión de los presos. Es claro el interés del Estado en perpetuar las dinámicas de la época de confrontación armada. No hay más que constatar que la acción represiva en este periodo se ha centrado de forma casi exclusiva en quienes tratan de articular la lucha en torno a presos y refugiados en los parámetros del nuevo tiempo. Y hay que reconocer cierto éxito al Estado, pues ha conseguido focalizar parte de la atención en estos temas, impidiendo además por vía represiva que se articule la movilización social adecuada. En este escenario de bloqueo creo que es imprescindible que todas las personas y organizaciones de la izquierda abertzale vuelvan a dar un paso al frente de cara a realizar nuevas aportaciones para la resolución de las consecuencias del conflicto armado. Nuevos esfuerzos que evidencien la cerrazón del Estado y permitan articular una dinámica más fuerte por un cierre ordenado y definitivo del ciclo armado.

Pero éste no es el único espacio en el que lo nuevo no termina de nacer. La mentalidad política de la izquierda abertzale también se encuentra en transición. En el anterior escenario era la izquierda abertzale la protagonista del enfrentamiento y toda su lucha estaba orientada a una confrontación multinivel directa con el Estado, pero ahora el papel principal le corresponde a la sociedad en su conjunto. Por eso el receptor principal de nuestra acción política ya no es el Estado sino la sociedad vasca a la que tratamos de activar en dinámicas de confrontación democrática, pacífica, popular y masiva con ese Estado negador de derechos. No se trata de galvanizar a un núcleo duro compacto con dinámicas de retroalimentación sino de llegar a una sociedad compleja y plural. Ya no se trata del viejo «resistir es vencer» sino del nuevo  «convencer es vencer».

Para realizar esa tarea, junto a la izquierda abertzale deben existir instrumentos más amplios. Mayoría Plural es una redundancia, un pleonasmo. Hay que empezar a desdramatizar las diferencias, entendiéndolas como contradicciones inherentes a toda dinámica colectiva y a veces como facetas necesarias de un proyecto poliédrico. Eso no significa que valga todo. También hay que delimitar líneas rojas en comportamientos e ideología. No se trata de sumar por sumar, sino de articular un espacio coherente para la lucha. El Frente Amplio tiene que definir su espacio ideológico y éste tiene que ser claro y ambicioso, pero siempre en equilibrio con la aspiración a convertirse en referente mayoritario. Y a dónde no se llegue con el proyecto propio habrá que llegar con la política de alianzas. Sería importante que esa filosofía impregnara a la izquierda abertzale en su conjunto, aunque pervivan también las organizaciones tradicionales (política, juvenil, sindical) con la vista puesta en los objetivos estratégicos.

Necesitamos también un discurso más notablemente social, una mejor práctica comunicativa, un esfuerzo por crecer en las zonas urbanas, una mayor conciencia de la pluralidad lingüística, una estructuración más horizontal y participativa, un discurso firme pero más realista en el plano nacional, que además una la independencia con la construcción de un nuevo modelo social… Contamos por otro lado, con ventajas que nadie tiene: una amplia base social que responde si se tocan las teclas adecuadas, miles de cuadros políticos bien formados, experiencia, una total capilaridad en el tejido social, cultural, académico... Algunas cosas quizás deban desaparecer y otras mejorar, pero indudablemente hay que  partir de nuestros tres grandes hallazgos políticos. El primero es un corpus ideológico que aúna la independencia y el socialismo, la lucha nacional y la social, a las que de forma reciente se ha añadido la lucha feminista. El segundo es la definición de la lucha política como el instrumento central de todo proceso de transformación. El tercer elemento es el concepto de unidad. La izquierda abertzale ha aglutinado siempre una notable pluralidad ideológica que ha integrado a todas las corrientes de la izquierda, muy  lejos del sectarismo que han desplegado muchas izquierdas en el mundo, que consideraban traidor y enemigo a quien se desviara un milímetro de la ortodoxia de turno lo que les ha llevado al fracaso histórico y la irrelevancia.

Tenemos que ser precisos en determinar qué forma parte de nuestro núcleo identitario  y qué responde a una estrategia que ya no existe. Para evitar convertirnos en un grupo minoritario dedicado a la autoafirmación nostálgica y ser, en cambio, coprotagonistas del proceso de liberación nacional y social. Es momento de preguntarnos ¿dónde pongo lo hallado? para construir futuro sobre nuestro pasado. La izquierda abertzale ha de reinventarse para adecuarse plenamente al nuevo tiempo de oportunidades políticas que ella ha contribuido a crear. Como Silvio, le preguntamos a la ocasión por la que hemos estado luchando y que ya está aquí: «¿Qué hago ahora contigo?». 

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