José Luis Úriz Iglesias
Exparlamentario y concejal del PSN-PSOE

«El abrazo» de Genovés, un símbolo para un gobierno

El primer reto será la elaboración de los presupuestos con esa finalidad, teniendo en cuenta al resto, evidentemente, pero priorizando resolver los problemas acuciantes de la mayoría social

Estas líneas se redactan desde la inmensa alegría de ver hecho realidad un sueño de hace 30 años.

Entonces, en 1990, me embarqué junto con Enrique Curiel en un novedoso proyecto, la Fundación Europa, que consideraba al PSOE como «casa común de la izquierda», una expresión que, por cierto, ahora suele utilizar Pablo Casado para definir al PP en el seno de la derecha.

Durante estos 30 años se ha batallado por conseguir la necesaria unidad de esa izquierda y ahora, en enero de 2020, se ha hecho realidad. Hemos necesitado dosis enormes de esfuerzo y mano izquierda -es curioso que precisamente sea la izquierda la que se emplee para definir la templanza, el tacto y la paciencia en una actuación- pero al final se ha conseguido.

Ahora viene lo más difícil, gobernar, utilizar esa mano izquierda para sortear las inmensas dificultades que esperan en el intrincado camino que comienza.

Es la primera experiencia de un gobierno de coalición en la democracia tras la dictadura. Por tanto, caminará por terrenos inexplorados que conviene transitar con habilidad y cuidado. Y tras observar el debate de investidura, deberíamos tener claro que la derecha no lo va a poner fácil; al contrario, va a intentar poner todos los obstáculos para hacer descarrilar este tren plural, dinamitando todos los puentes que vayamos construyendo.

Va a contar para ello con sus medios de comunicación, con sus poderes fácticos, sean económicos, financieros, bancarios, empresariales e incluso, a la vista de las últimas declaraciones, religiosos. Incluso es probable que se intenten indignantes llamamientos al ejército para que evite lo que definen como «intento de romper España».

Y para superarlo será necesaria una inmensa campaña didáctica que explique que ese gobierno no va a romper nada, entre otras cosas porque se trata de un Estado absolutamente consolidado y fortalecido que es imposible romper.

Son por el contrario las tensiones centro-periferia las que ponen en peligro esa unidad. Y es el diálogo, la negociación, el acuerdo entre ambas partes lo que va a permitir evitarlo. Así se hizo en la primera transición y así deberemos hacerlo en esta segunda.

Porque quizás ese sea el gran reto, poner en marcha una segunda transición, esta vez sin el tutelaje y la vigilancia de un ejército todavía entonces leal al franquismo, pero con la dificultad de un nacionalismo, en especial el catalán, más enervado que entonces y con una derecha actual que no posee el talante de la de aquel histórico momento.

Las imágenes de Adolfo Suárez saludando cordialmente a Dolores Ibarruri o su abrazo con Santiago Carrillo contrastan con la de su hijo, Adolfo Suárez Illana, dando la espalda a la portavoz de EH Bildu. Una de las tareas de esa campaña didáctica para poner en marcha esta nueva transición debería ser la de convencer a una parte de la derecha, en concreto al PP, para que se comporte como la de antes.

Porque el contencioso centro-periferia, especialmente con Catalunya pero también en Euskadi, va a exigir consensos más amplios que el de los partidos que permiten poner en marcha a este gobierno. Probablemente una de las tareas a realizar sea la reforma constitucional que permita convertir España en lo que es realmente, una nación de naciones, un Estado federal plurinacional. Y para eso se necesitará la implicación del PP.

Pero antes viene el primer reto, sacar adelante los presupuestos para este 2020. La derecha tradicionalmente suele gobernar para los suyos, incluso se podría decir que para los suyos, suyos, aunque asegura falsamente que lo hace para toda la ciudadanía.

¿Por qué entonces la izquierda no puede hacerlo de la misma manera? Especialmente si tenemos en cuenta que los nuestros, o sea, las capas populares y medias, los más necesitados, somos la inmensa mayoría.

Quizás haya llegado el momento de que un gobierno de izquierdas –debemos perder el miedo, empezando por Pedro Sánchez, a ponerle nombre y apellidos y dejar a un lado el ambiguo concepto de «progresista»– gobierne para su base social sin miedo.

El primer reto será la elaboración de los presupuestos con esa finalidad, teniendo en cuenta al resto, evidentemente, pero priorizando resolver los problemas acuciantes de la mayoría social.

Quizá decirlo exija una inmensa dosis de optimismo, pero este gobierno va a durar toda la legislatura. Lo complejo, lo tremendamente difícil, era encajar las piezas que permitieran tener los apoyos suficientes para la investidura.

Una vez pasado ese escollo, todo debe resultar más fácil ya que para acabar con él se necesitaría poner en marcha una moción de censura que contara con apoyos incompatibles. ¿Alguien se imagina juntos a PP, C's, VOX, Na+ con ERC, Bildu, CUP o PNV?

Por eso este análisis parte de que este gobierno que comenzará su andadura la próxima semana va a tener tiempo de poner en marcha las medidas contempladas en los ilusionantes acuerdos firmados por el PSOE con UP y con PNV y ERC.

No son menores los retos que le esperan al nuevo gobierno, pero este debe comenzar con la satisfacción de lo realizado, la ilusión por el futuro y la disposición de las diferentes izquierdas a caminar codo con codo, como en el cuadro de “El abrazo”, de Juan Genovés, que hoy permite vislumbrar las siluetas de Sánchez e Iglesias, también de Urkullu, Junqueras, Otegi o Errejón.

Quizás esa imagen sea la de marca de este nuevo gobierno de izquierdas, su símbolo. Con audacia, imaginación y grandes dosis de generosidad.

Veremos…

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