Iñaki Egaña
Historiador

El año de la incertidumbre

Decía el filósofo Immanuel Kant que la medida de la inteligencia de los humanos se calculaba con la capacidad de incertidumbres que somos capaces de soportar. Dando validez al argumento, añadiríamos que el año gregoriano que se despliega va a poner a prueba a buena parte de nosotros mismos, en especial a las élites políticas que son las que, a fin de cuentas, marcan el presente y el futuro, tanto las avaladas por sus comunidades como las rechazadas por ellas. La presión popular las balancea, con mejor o peor suerte.

2024 va a ser uno de esos escenarios, plagado de tantas incertidumbres que al que suscribe estas líneas le producen vértigo. Además, al menos desde mi óptica, estas inseguridades afectan, por primera vez en un largo periodo de tiempo, no solo al escenario político, social y económico, sino también al científico, en lo que nos describe cada vez con mayor certeza, aunque bien lejos de la absoluta, nuestra posición en el universo, tanto en el macro como en el micro. ¿Somos avatares? ¿Tenemos replicantes propios en el multiverso? ¿Los acontecimientos que nos acogotan son realmente temporales?

El telescopio James Webb, a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta, está enviando revelaciones sorprendentes hasta el punto que muchas de las hipótesis sobre el universo dictadas hasta ahora desde los tiempos de Ptolomeo hasta Stephen Hawking podrían estar equivocadas. Agujeros negros masivos, descubrimiento de galaxias tan arcaicas que no deberían existir, exoplanetas binarios sin estrellas, otros con condiciones perfectas para desarrollar la vida. Incluso algunos astrónomos han puesto en entredicho la Teoría del Big Bang.

La mecánica cuántica ya había dejado patas arriba la física, incluida la en su momento revolucionaria de Albert Einstein y su Teoría de la Relatividad. El mundo atómico no se comporta como esperábamos. La incertidumbre entró en la ciencia como un elefante en una cacharrería. La multiplicidad de estados, entre ellos la posibilidad de encontrarse en varios lugares a la vez y la regresión-progreso temporal asombra a los versados. Parte de la comunidad científica busca la ToE (“The Theory of Everything”, Teoría del Todo), un esquema que nos explique lo hasta hoy inexplicable, que unifique lo cuántico con la relatividad, aparentemente antagónicos. Si un día se demostrara la existencia del taquión, la humanidad entraría en un ámbito hasta ahora reservado únicamente a la ciencia ficción.

El avance de la IA (Inteligencia Artificial) ha salido a la palestra con la aparición de chats que componen cuadros, redactan trabajos y rellenan pentagramas. Llevan ya tiempo entre nosotros, en la industria, el marketing y en la conformación de nuestra personalidad. El asombro es que ahora hacen tareas para casi toda la población, lo que ha escenificado su progreso. Anuncian la desaparición de miles de ocupaciones, el ocaso de la traducción y el eclipse de la literatura. Dicen que la IA jamás logrará alcanzar la singularidad del cerebro humano. No soy experto, ni de lejos, para aventurar. Veremos.

Estas reflexiones, sin embargo, no son las que atrapan a la mayoría de la humanidad. Pregúntenles a las mujeres explotadas en Dacca (Bangladesh) que trabajan en la industria textil para las firmas de moda europeas, a los niños que desuellan el cobalto en Manguredjipa (Congo) para Apple, Microsoft o Tesla, a los parias de Delhi, a los sintecho del París olímpico. Quizás no hay que ir tan lejos, para reparar que las preocupaciones son otras bien distintas, y que la fantasmagórica galaxia AzTECC71, o el bosón de Higgs, nos traen al pairo. Llegará el día que esas cuestiones nos arrasen como un huracán. ¿Cuándo?

Efectivamente, las incertidumbres científicas agudizan la curiosidad de unos círculos selectos, pero son ajenas al desmoronamiento político y social que, ese sí, alcanza a gran parte del planeta. A la espera de la revolución del taquión, los hemisferios se desgarran en 30 conflictos bélicos, con la razia visionada en tiempo real de Israel en Palestina amenazando con extenderse en la zona. La multipolaridad que inquieta la hegemonía de Washington no es óbice para que mantenga sus 750 bases militares repartidas por los cinco continentes, mientras que los gastos bélicos mundiales se acercan a los 2,5 billones de dólares en nombre de afianzar la «seguridad». Elon Musk ha recuperado en 2023 el título de «el hombre más rico del planeta», con una fortuna cercana a los 140.000 millones de dólares, por cierto, la misma cantidad de la riqueza española en paraísos fiscales, y el doble del presupuesto público de Nigeria, Estado con 224 millones de habitantes censados.

Los empresarios vascos y su ariete, Confebask, ya han manifestado públicamente su incertidumbre para el año que ha llegado porque necesitan «estabilidad a la hora de invertir» y no ven de buenas maneras el cambio de ciclo. Ya eligieron a Imanol Pradales como continuador de sus privilegios, y lograron la rebaja energética para que el grupo que preside Josu Jon Imaz levante la paralización desde octubre del «hidrógeno verde» y su amenaza de irse de «España». Estamos rodeados de golpistas.

Estos golpistas que envuelven el Capitolio, pero también Ferraz y algunos que se nutren en Arkaute y Tres Cantos, han resurgido como champiñones sin esperar a agazaparse tras siglas ultras o paramilitares para asentarse en los gobiernos de Roma, Buenos Aires, Budapest o Riga. El ascenso del fascismo y la oscilación de la mayoría del arco político hacia la derecha para ocupar espacios ahondan en las incertidumbres, en medio de una crisis migratoria excepcional y con deberes urgentes para evitar un desastre ambiental irreversible. Fascismo, xenofobia y negacionismo van de la mano.

Paradojas y dilemas se van a cruzar en este 2024. Habitualmente eran los líderes políticos y los think tank quienes aventuraban el escenario. Hoy, lo siguen haciendo, pero con los mimbres con los que llegamos a 2024, su credibilidad es casi nula. ¿Certezas? Pocas.

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