Afrika Jimenez, Kepa Yecora, Joakin Akarregi, Marga Mosquera

El estrés, la educación y la crisis

Otro año más en este 28 de abril ‘Día Internacional de la Salud Laboral’ volvemos a salir a la calle y a invadir los medios de comunicación con cifras, estadísticas y leyes. Como siempre las diferentes versiones de la realidad levantarán ampollas a más de una personas que lea con atención la noticia, y, otras se pondrán medallas más o menos merecidas. Pero desgraciadamente la realidad seguirá siendo la misma: la siniestralidad laboral solo se reduce en la medida que se reduce el empleo y sigue habiendo un gran ocultismo en cuanto al reconocimiento de las enfermedades profesionales. En educación, nuestro ámbito, tan solo son reconocidas como enfermedad profesional los pólipos.

Los trabajadores y trabajadoras de la educación malamente nos veremos reflejadas en ese danzar de cifras, algunos datos nos sorprenderán y con otros estaremos o no en desacuerdo. Alguien seguramente hablará de la crisis y acaso del estrés laboral. Entonces abriremos bien los ojos y prestaremos más atención. El estrés laboral es la reacción que puede tener una persona ante exigencias y presiones laborales que no se ajustan a sus conocimientos, capacidades, o funciones y que ponen a prueba su capacidad para afrontar la situación. Este se agrava cuando la persona trabajadora siente que no recibe suficiente apoyo de sus supervisores y colegas.

Si bien es verdad que en el entorno laboral como el nuestro es inevitable que exista un cierto nivel de presión y que si éste es aceptable puede mantener la alerta, la motivación y las condiciones de trabajar y aprender, también es cierto que cuando esta presión se hace excesiva o difícil de controlar, la salud de las personas trabajadoras se puede ver seriamente perjudicada, incluso en casos extremos podrían llegar a originarse problemas psicológicos o trastornos psiquiátricos. Esta situación puede tener, sin duda, un reflejo negativo en nuestra labor diaria.

Tanto el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo como OSALAN y (Nafarroa?) coinciden al afirmar que entre el 25 y 30% de la personas trabajadoras afirma sufrir una tasa de estrés alto, y de ellas más de la mitad afirma estar más estresada que el año pasado. Situación propiciada por el aumento de la inseguridad laboral y el temor a la pérdida del empleo.

El estrés no está considerado como enfermedad profesional, (aunque en determinados casos se podría considerar accidente laboral). Pero tanto la OMS como la OIT llevan años recomendando su inclusión en la lista de enfermedades profesionales para personal del sector servicios, entre ellos el de la educación.

Según estas organizaciones, son muchas las causas de estrés laboral en el ámbito docente, entre ellas se cuentan las intensas relaciones interpersonales que caracterizan el trabajo educativo, un exceso de exigencias, la falta de apoyo, falta de expectativas de promoción profesional y el hecho de ser una actividad poco valorada socialmente.

Indudablemente no podemos olvidar en esta lista, los cambios en los contenidos propiciados por las diferentes leyes de educación (cada vez que cambiamos de gobierno cambiamos de ley, ahora pesa la sombra de la LOMCE), la obligación de rendir cuentas a estudiantes y a padres y madres y el creciente aumento de la violencia escolar con los consiguientes insultos y a veces hasta agresiones. Si a todo esto le añadimos que en estos tiempos de crisis nuestros gobiernos intentan sacarnos de ella a consta de la salud los trabajadores y trabajadoras (justo de los que no hemos la hemos creado) sometiéndonos a constantes recortes, (la mayoría de ellos camuflados, pero no por ello menos recortes), la reforma de las pensiones que nos impide jubilarnos a una edad digna, el aumento de ratios o del horario laboral, la penalización a que se nos somete por enfermar y la congelación y recongelación de nuestros sueldos, no es de extrañar que las tasas de estrés docente aumenten año a año y parezca que no tienen fin.

Evidentemente hablar de prevención, de prácticas saludables y de entornos libres de presión es absurdo si previamente no ser realiza una planificación y una inversión adecuada. Podemos saber mucho sobre el síndrome de quemado y sobre salud laboral, podemos saber mucho sobre educación y sobre riesgos psicosociales, pero mientras la producción y el rendimiento sean más importante que las personas y el mercado y la banca más importante que los servicios públicos, seguiremos saliendo a la calle a denunciar una vez más que nuestra salud vale más que sus beneficios y basta de recortes en los servicios públicos.

No queremos que el esrés nos consuma.


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