Josu Iraeta
Escritor

El futuro está aquí, y es nuestro

El autor parte de la premisa de que la ciudadanía navarra está próxima a «ejercer la capacidad real de modificar la inercia del presente, dando un giro importante a la historia». Un cambio que pasaría por acabar con las formas de hacer política instaladas actualmente en las instituciones del territorio, cuyo resultado, dice, «está siendo demoledor» porque gestionar instituciones al estilo de la presidenta de Nafarroa, Yolanda Barcina, o el alcalde de Iruñea, Enrique Maya, «supliendo el conocimiento por la soberbia, hace de los gestores personas airadas, displicentes y crueles, poco recomendables en democracia». Es por ello que Iraeta es de la opinión de que hay que infligirles «el máximo castigo en democracia: la reprobación y el olvido».

Es innegable que los navarros estamos próximos a ejercer la capacidad real de modificar la inercia del presente, dando un giro importante a la historia. Ante esto, quiero recordar con claridad y agradecimiento a quienes con su esfuerzo, con muchas batallas, derrotas, traiciones, también con victorias parciales, han hecho posible el futuro que se aproxima.

Como impulsor de una opción política que pretende obtener para su pueblo el derecho universal a la libre determinación, soy consciente de hasta qué punto los imperativos locales forman, por así decirlo, un primer círculo en el que debemos obrar cada uno en su marco de intervención, y que ese primer círculo en el que se juega no solo mi vida y mi destino, sino también el de mi pueblo, es a la vez contacto y barrera con el resto del mundo. Contacto porque nuestra lucha es la de la humanidad, barrera porque en la lucha no es fácil atender a otra cosa que no sea la línea de fuego.

No se me escapa y entiendo a escritores y políticos con plena responsabilidad de su misión nacional, que trabajan a la vez por algo que la rebasa y universaliza. Pero desde luego, no creo, ni los acepto, en los universalismos diluidos y teóricos, como esos de «ciudadano del mundo», entendidos como un medio para evadir las responsabilidades inmediatas y concretas.


Lo cierto es que todo esto no gira ya en sí mismo, ni por sí mismo, no tiene nada que ver con la cómoda inercia del humanismo que circundaba la vida política de antaño. Aunque hoy, cobijados en unas u otras siglas, aquellos que orgullosos aguantaban el «Riau-riau» y gestionaban toda Nafarroa como auténticos mandarines, hoy se abren hueco al más puro estilo Barcina.

Pero no es solo Barcina, hay más. Desde hace algún tiempo, se detecta una realidad a mi juicio preocupante, que viene derivada del modus operandi en las dos instituciones máximas ubicadas en Iruñea. El esperpento que supone la constatación de que «hagas lo que hagas» no pasa nada está dañando la imagen de Nafarroa no solo en el exterior, sino también en el ámbito local del territorio, la ósmosis es innegable. El resultado está siendo demoledor, ya que gestionar instituciones al estilo de la Sra. Barcina o el Sr. Maya, supliendo el conocimiento por la soberbia, hace de los gestores personas airadas, displicentes y crueles. Poco recomendables en democracia.

Puesta la mirada en el ayer, podríamos afirmar –con un poco de pedantería– que nos situamos ante un problema metafísico, entre lo que somos como individuos y como pueblo, hoy, avistando a la vez un futuro en el que la sociedad navarra deberá resolver el conflicto entre la realización individual como lo entiende el humanismo, y la colectiva como lo entiende el socialismo.

En última instancia, debemos ser conscientes de que todos los países, todas las naciones, todos los pueblos se enfrentan al mismo problema: el de la paz fundada en la justicia social.


Vivimos tiempos inseguros, pero no por conocidos menos difíciles, donde la inmensa mayoría zozobra desposeída de los medios necesarios para evitar el naufragio. El efecto es claro, la causa también. El sistema está siendo aplicado con método, de manera estudiada y consciente, aunque viendo los resultados, más parece que lo hagan con los ojos cerrados.

Todos estamos siendo «adecuados», los unos a sus eternos y crecientes privilegios, a la escasez y la penuria los otros. Es el carrusel de la vida donde todo parece improvisado pero nada se improvisa, ya que algunos pocos deciden pero otros muchos colaboran.

Esto lo digo con verdadero pesar, pero es cierto. Con frecuencia, en mis idas y venidas por el Paseo Sarasate, recibo el saludo de viejos conocidos –algunos con más canas y otros con menos pelo– con experiencia en la filosofía marxista y que, sin embargo, actúan con una conducta reaccionaria en el plano personal.

Son sin duda producto y consecuencia de la «adecuación» que antes mencionaba. Me cuesta devolverles el saludo y seguro que se me nota, porque son estos y no otros quienes, desde su «posición intelectual», más daño hacen, cuando ante las frecuentes erupciones de esta inacabable transición española, reaccionan con un reflejo muscular consistente en elevar sus hombros hasta tocarse las orejas.

Esto duele, duele mucho y me hace recordar las sabias palabras que mi amigo y compañero Santi Brouard nos regaló un buen día en Bilbo: «Es sobradamente conocido que la hipocresía es una de las bellas artes de la democracia».


Dentro de unos meses –ya no muchos– la sociedad navarra tendrá una pregunta a la que responder, una pregunta que me hubiera gustado leer en alguna parte, pero no ha sido posible. Bien, esta es la pregunta: en pleno año 2014, con tres lustros ya del siglo XXI, ahora que el capitalismo es hegemónico y los socialistas navarros recurren a urgentes maquillajes que les brindan «arreboles» capitalistas y mascarillas neoliberales, ¿quién o quiénes quedan en Nafarroa para aliviar y remediar las miserias de miles y miles de familias navarras? Miserias derivadas de la cruel y vergonzante gestión que del dinero público está protagonizado el tándem UPN-PSN.

Hasta aquí hemos llegado. Hay que castigarlos y castigarlos duro, porque no hay otro camino. Su vergonzante gestión del dinero público –el dinero de todos los navarros–, unida a sus permanentes mentiras y falsedades, les hace acreedores del máximo castigo en democracia; la reprobación y el olvido.

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