Iñaki Egaña
Historiador

El naufragio policial

La parte occidental de nuestro país, la encuadrada en la administrativa Comunidad Autónoma Vasca, está asistiendo a uno de los hechos más graves de su reciente historia política. La sublevación de diversos actores de una de las instituciones que marcaron la autonomía y que le dieron empaque como tal. La Ertzaintza fue la joya de la corona cuando en 1979 se estrenó el Estatuto de Autonomía.

Recogiendo la filosofía de un cuerpo creado en 1936, en plena insurrección fascista, los primeros ertzainas de la restauración abrieron un camino lleno de intenciones. Incluso en 1978, cuando la izquierda abertzale publicó su decálogo rupturista, la llamada Alternativa KAS, la creación de una Policía propia entraba dentro de sus reivindicaciones: «Las fuerzas de defensa ciudadana que sustituyan a las actuales represivas serán creadas por el Gobierno Vasco y dependientes únicamente de él». La Ertzaintza nacía en una parte del territorio nacional y marcaba una tendencia.

Los sectores ultras del Estado desconfiaron de su instauración, lo que marcó el inicio, cargado de un complejo político inusitado para un partido como el PNV que tenía el apoyo de su socio en el exilio, el PSOE, y el soporte de casi el 40% de los votos en las autonómicas de 1980. Un año después, con la llegada del hoy emérito a la Casa de Juntas de Gernika, el PNV manifestó que su complejo particular le iba a acompañar en el diseño de la Policía Autónoma. Por vasallaje, el rey fue protegido en Gernika por un núcleo, «los Berrozi», entrenados clandestinamente para formar parte de la primera promoción de la Ertzaintza, a la que se accedió también por meritocracia jeltzale.

Durante una década, con instructores alemanes, israelíes y algún que otro histórico etarra en la dirección, los vaivenes de la Ertzaintza fueron un calco de las sacudidas que sufrió el PNV. El paradigma fue la escisión de EA, con el lehendakari Garaikoetxea al frente, cuando mandos de la Ertzaintza fueron dirigidos directamente desde Sabin Etxea para espiar a los escindidos. Dos meses más tarde, ya a finales de 1986, el interés del PNV en convertir a la Policía en integral tuvo expresión en su intervención para liberar a un secuestrado por ETA en una cueva de Ubidea. En la refriega murió Genaro García de Andoain, un histórico del PNV que había ascendido al máximo escalafón policial.

La Ertzaintza, junto con la Guardia Civil y la Policía, entraba en la persecución a ETA. Y eso tuvo un costo mutuo. Aunque todavía circulaba el título de "Héroes o villanos" en el libro que escribió en 1992 el periodista Txema Ramírez de la Piscina, lo que da una idea de que, a pesar de los pasos dados, aún había un resquicio de recuperación. En las solapas del trabajo: «La sustitución de la policía española por la Ertzaintza es una conquista de los vascos no exenta de contradicciones. Denuncias de corrupción, nepotismo o torturas inquietan a una sociedad que esperaba de la Ertzaintza una policía diferente».

¿Qué sucedió en la deriva? El hecho de convertirse en una policía integral obligaba a un pago, alentado por el perfil de las nuevas generaciones. Malos tratos en las comisarías, apaleamiento masivo en concentraciones, operaciones encubiertas... Para evitar la «infiltración» de independentistas, rojos y filoetarras, los filtros se fueron haciendo más severos, lo que provocó un cambio diferencial. Los veteranos no se reconocían –hace poco lo han vuelto a recalcar públicamente– en el relevo. Policía integral al estilo rambo, época de Juan Mari Atutxa. Sucedió, asimismo, que una generación de jóvenes creció bajo los palos continuos de la Ertzaintza, desconociendo a las fuerzas represivas españolas que actuaban únicamente en momentos puntuales.

Con la llegada de Patxi López a Lehendakaritza en 2009, con el apoyo del PP, UPyD y el nombramiento para Interior de Rodolfo Ares, la transformación de la Ertzaintza continuó a una velocidad enorme. No solo en el cambio directivo, sino también en el perfil de las nuevas hornadas. Luego, Estefanía Beltrán de Heredia y Josu Erkoreka fueron incapaces de tomar el mando sobre la tropa. El caso de Iñigo Cabacas fue el paradigma. Heredado por el PSOE, el PNV continuó la calamidad. El equipo policial de Deustu marcó las líneas e impuso a todo un Gobierno Vasco su relato social y judicial.

Alguien podía alegar que la existencia de ETA distorsionó el perfil de la Ertzaintza. Es obvio, aunque con una gran matización porque la desaparición de la organización armada no ha hecho sino airear los lodos de aquellos polvos. La creación de la corriente antisindical «Ertzainas en lucha» (¿por qué llamarla «asindical»?) ya llegó precedida de otros actores políticos como Aserfavite (Asociación de Ertzainas y Familiares de Víctimas del Terrorismo) o «Mila esker» que retó a Erkoreka a frenar sus concentraciones ilegales. El ya exsecretario de Erne, sindicato mayoritario, rechazó el informe del IVAC sobre torturas para el Gobierno Vasco, al unísono con los sindicatos de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Reclamaban inmunidad también en el relato. Los sindicatos policiales defenestraron el anuncio de la derogación de la Ley Mordaza, con la excepción de ELA que, en esta deriva ha visto reducida su afiliación en casi dos tercios, así como su número de delegados, en beneficio de las opciones ultras. Un síntoma.

Hoy el fracaso es notorio. El Plan Estratégico de la Ertzaintza dice ser: «parte de este pueblo y adopta un modelo que emana de la sociedad vasca, fiel a su idiosincrasia, cultura, idioma y formas de ser y actuar en cada uno de los rincones del territorio». Bien lejos de la realidad. Casi en las antípodas. Los «Ertzaintza en lucha» están sublevados, exigiendo de aumento mensual una cantidad a la que no llegan los pensionistas, el sueldo mileurista de aquellos a quienes aporrean. Siguiendo una estela ajena a las expectativas de esa policía que nació con otros objetivos. No esperen empatía precisamente de quienes llevamos sufriendo su deriva y sus abusos.

Search