Josu Iraeta
Escritor

El poder de seducción

Resulta poco creíble que, cuatro décadas después, los mismos que «sedujeron» a muchos vascos negociando en Madrid el Estatuto de Gernika hoy ofrezcan «otro» proyecto para que el País Vasco encaje en España.

Publio Ovidio fue un señor nacido en Sulmona –en los Apeninos, el año 43 a. C.–. De familia de rancia estirpe, y que, aunque fue educado para ejercer el derecho, abandonó la práctica retórica y desarrolló su innata sensibilidad literaria. Entre sus obras es famosa “Heroínas”, cartas de enamoradas. Escribía sobre sus vivencias. Fue un gran seductor.

La seducción es una práctica que carece de caducidad. Unos más conocidos que otros, es un arte que se ejerce en diversos escenarios. He aquí uno: en una hermosa mañana, limpia y fresca, propia de Gasteiz, daba gusto pasear. La capital ofrecía sus calles engalanadas ante la proximidad de la navidad. Era el último mes del año 2013. Ya en las proximidades del Parlamento, no se observaba movimiento alguno, todo parecía dormido, inactivo, como vacío. Una vez dentro, en la cafetería, un pequeño grupo de periodistas con la mirada puesta en el monitor era la imagen propia de la rutina.

Esperando la llegada de mi compañero, leía la prensa ante un buen café, pero un murmullo de voces interrumpió mi tranquilidad. El grupo de periodistas se movió con rapidez abandonando el silencio de la cafetería.

Pronto supe el motivo de su rápido movimiento, estaban en los pasillos, escuchando a un hombre que siempre es noticia, al que nada impide ofrecer «novedades» desde su voluminoso organismo, es un verdadero seductor. Como supondrá el lector me estoy refiriendo al señor Ortuzar, presidente del PNV.

Sinceramente ignoro lo que hubiera podido decir hasta mi llegada, pero sí le escuché con claridad lo siguiente: «Ha llegado el momento de reformar el Estatuto de Gernika y de actualizar el encaje del País Vasco en España. La consulta popular podría ser en 2015-16. Lo importante es que se haga». A esto se llama seducir.

Quizá hubiera que agradecer al señor Ortuzar su empeño en ser protagonista, tratando de paliar así una realidad tan penosa como grave. Porque es evidente que hace mucho, mucho tiempo, que el accionar político no era tan cuestionado como lo está siendo ahora. No sé si la razón reside en la falta de personalidad y credibilidad que transmiten algunos de sus dirigentes, o simplemente, la razón hay que buscarla en la repugnancia que transmiten, ya que –entre ellos– los hay que además de escasa disposición para el trabajo, han demostrado nulo respeto para con el dinero ajeno. Es decir, que lo probable sea que la «clase política» se esté descalificado a sí misma.

Lo cierto es que, una mirada serena y atenta sobre el panorama político vasco-navarro actual –de hoy mismo– nos ofrece novedades, hasta no hace mucho poco previsibles. Uno siente la evidente y nueva uniformidad entre los «diferentes» grupos que componen las cámaras legislativas, lo que una vez más, permite observar la distancia entre verbo y praxis.

También entiendo que otra de las novedades sin duda reside en que el «modus operandi» –salvo entre quienes suman restando– se ha civilizado notablemente.

De todas formas, y aunque no resulte agradable lo que se percibe, estamos donde estamos y querámoslo o no, todos somos parte. Siendo conscientes de esta realidad, es como a lo largo del tiempo hemos aprendido que el esfuerzo tranquilo pero perseverante es el camino correcto, algo que, evidentemente, algunos no comparten.

Quizá sea esa la razón por la que –una vez más– estamos siendo testigos de los riesgos que algunos adoptan al «jugar a grande» sin la cautela precisa en estos casos. En mi opinión, no hay razón que justifique un error de tal calibre, aunque «entiendo» que no debe ser fácil prescindir de aquello que –aun no siendo propio– permite o permitía el confortable bienestar propio de quienes tienen acceso a todo.

Debe ser por eso que, quienes ejercían exhibiendo soberbia por doquier, y «abducidos» por la inercia del ganador, creyeron que con las «cartas marcadas» no se puede perder. Pues sí señores, se puede perder, tanto, que los hay que «mendigan» un sillón en el Senado.

En este país –el nuestro– hay muchos que han desconectado, que están hartos de observar que en la actividad política hay quienes «trabajan» para el autoabastecimiento y eso, además de inaceptable, es algo que no todos pueden negar.

Ante esta situación hasta hoy insoslayable, y partiendo de una realidad tanto sociológica, como política y cultural, evidentemente plural, no parece viable «hoy» la asunción unilateral de independencia, tal y como sería deseable.

También es asumible que un proyecto independentista requiera mayor «sedimentación» para ser metabolizado por una mayoría social. Lo que no sería asumible sería optar por una opción que previamente no hubiera sido refrendada por la sociedad ejerciendo su derecho. Que es –de hecho– la situación que a los vascos nos imponen desde Madrid.

Siendo todo ello cierto, no lo es menos que la subordinación actual al poder estatal y sus instituciones hace inevitable que sea Madrid quien regule el alcance y contenido de la autonomía. De manera que «hoy» las transferencias son utilizadas como «concesiones «a cambio de sostener el Gobierno del PSOE en La Moncloa». Es verdad no «suena» bien, nada bien, pero nadie puede negarlo.

He comenzado citando la seducción como herramienta en política y ahora quiero recordar lo arriesgado que puede llegar a ser. Sinceramente, resulta poco creíble que, cuatro décadas después, los mismos que «sedujeron» a muchos vascos negociando en Madrid en diciembre de 1978 el Estatuto de Gernika consumando así la partición del sur de Euskal Herria hoy ofrezcan «otro» proyecto para que el País Vasco encaje en España.

No es propio del buen gestor «abonar» varias veces por el mismo producto. Mucho menos pretender que en la «cuenta de resultados» sea contabilizado como éxito determinante.

Seducir puede ser arriesgado.

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