Antonio Alvarez-Solís
Periodista

El poder y la razón

El espectáculo de autodestrucción de los partidos socialistas no solo es deprimente por lo que tiene de muerte de una ideología que nació nada menos que para el cambio revolucionario de toda la sociedad sino también porque refuerza de cien maneras un fascismo creciente que se ha llevado por delante, entre otras cosas, al mismo capitalismo liberal, que era un capitalismo más soportable y domado por la lucha de las clases populares.

Este espectáculo, subrayo, no es lamentable porque una organización política desaparezca aquí y allá –esto ha sucedido muchas veces en la historia– sino porque liquida, en unas horas cruciales para la ética fundamental, nada menos que la razón, que es una herramienta esencial del pensamiento como base de la convivencia, y la sustituye por el poder, que es una categoría estática, anti dialéctica y, por tanto, frecuente y radicalmente destructiva. Insisto, el socialismo –que nació de la noble pretensión de restituir al trabajo su primacía social y devolver a las naciones la riqueza común– es ya únicamente la imagen corroída de un poder que se sustenta, con alardes progresistas y ganadores, sobre las ruinas de muchas cosas esenciales, entre ellas la moral colectiva y uno de sus necesarios presupuestos, la sinceridad absoluta respecto a las intenciones y las realizaciones. Y también es repudiable ese socialismo por la forma en que intenta sobrevivir sin pudor alguno, sin reconocer su deslealtad a la ideología que propulsó su nacimiento y que vendió además en una subasta de máscaras que tiene sus puestos de oferta en Alemania, en Inglaterra, en Francia e Italia, en la dolorida y traicionada Grecia…Venta cuyo demonio interior quizá tienta en la profundidad del deseo a la Sra. Díaz cuando dice «no seré yo quien venda mi partido a precio de saldo». Mal giro ese «a precio de saldo» ¿Es lícito preguntar a qué precio se vendería, por tanto?

Como escribió Hesiodo vivimos una época de destrucción ética en que todo parece tener precio porque «el alfarero envidia al alfarero, el obrero envidia al obrero, el mendigo envidia al mendigo y el relator envidia al relator». La política dominante, que han asumido también los socialistas, con sus loas a valores absolutamente equívocos, como el éxito personal y el menosprecio de la ética y de la acción colectiva, nos han llevado a la dramática situación actual, en la que ni siquiera cabe la lucha de clases clásica, pues las fronteras de las mismas han sido borradas decididamente por el fascismo. Protector de la única clase permitida. La doctrina de la muerte de las ideologías expone esta operación con todo detalle y argumentos.

El drama socialista ha alcanzado en España proporciones colosales. No hay día en que un dirigente de la delicuescente democracia no entre en contradicción consigo mismo o con otros compañeros de las cúpulas nacional o autonómicas. Cuando los dirigentes sublevados se alzaron contra Pedro Sánchez, que al menos parecía enfrentarse abiertamente a la derecha repelente que hoy explota al mundo de una forma verdaderamente criminal, se desveló, con un lenguaje miserable, que la lucha por la consecución del nuevo gobierno de la organización socialista no tenía serios presupuestos ideológicos sino que constituía una pura maniobra para intensificar el funcionamiento de la máquina de picar la carne ya flaca de los trabajadores a fin de servirla bien preparada en la mesa de unos reyezuelos intelectualmente desnudos. Este festival carroñero alcanzó su mayor expresión en muchas autonomías donde unos irrisorios dirigentes creen que sólo salvará sus taifas una derecha impresentable en su discurso e insaciable en sus apetencias.

Hay un retrato socialista de esta hora que resulta tan irónico como expresivo y paradojal de la delicuescencia del PSOE: representa el momento en que los socialistas, en su viaje hacia la nada, giran el mapa histórico de España y proceden a una nueva Reconquista del país, esta vez acaudillada por una señora de limitada inteligencia que se viste de don Pelayo en Sevilla e inicia la marcha combatiente hacia el norte. En esta caricatura podría enmarcarse la siguiente y desgraciada frase: «Si al PSOE no le va bien, a España no le va bien»; terminante error lógico que consiste, como es sabido, en tomar el todo por la parte y que contamina cualquier reflexión que lo contenga. Y a ese error se suma, para mayor abundamiento, el de Sr. Fernández, actual conductor-delegado del socialismo español, cuando sienta con increíble simplicidad que «no es lo mismo una abstención –que reinstauraría en la Moncloa al prestidigitador gallego– que un apoyo». Hasta esta estafa lógica han llegado los socialistas españoles.

Por su parte la manifestación del poder en el mundo, sobre todo occidental –que fue donde se generó lo que se entiende por modernidad política, social y económica– y en España en particular, nos pone en presencia de una absoluta ruina cultural en cuya fosa yacen ya en plena consunción predicados de un recto poder como la tradición, la comunicación, la libertad, el lenguaje, la capacidad ciudadana para dictar sus propias leyes en presencia de necesidades a las que hay que poner remedios… Se vive sobre un suelo movedizo donde las contradicciones no tienen importancia alguna, aunque lleguen a desbaratar el lenguaje, para generar el juicio correspondiente. Y así, en la hora que nos afecta, un dirigente del país que aguarda cínicamente a que la victoria de su ambición caiga en sus manos como fruta madura, no tiene ningún inconveniente en proferir afirmaciones como esta en que especifica que él no acepta condiciones para su investidura, pero que gobernará con consensos. A mí esta postura me parece un cepo muy primitivo y fácil de ver para dejarse la piel en él. Es decir, o habla para idiotas o dispara al viento. ¿Sr. Rajoy, cómo se puede hablar de consensos al tiempo que declara que no aceptará condiciones? ¿Y en qué consiste el consenso sino en resolver precisamente las condiciones de que hablan los adversarios? ¿Cree acaso el Sr. Rajoy que un consenso consiste en imponer la propia resolución de los problemas sin acordar nada con el «otro»? Es decir, no sólo se gobierna en el vacío moral, sin un resquicio de ética sostenible, sino con un despreciable o atrabiliario uso del lenguaje. La elementalidad intelectual de muchos de los gobernantes del momento resulta materialmente inconcebible. Los socialistas que «formó» o dejó en herencia el Sr. González hablan y proceden por el estilo, aunque en «la menor». Por ejemplo, el Sr. Fernández. Cuando tras presumir de obediencia a sus militantes en la instrumentación de las políticas del partido el Sr. Fernández anuncia que no consultará a los afiliados y simpatizantes para decidir la postura decisiva del partido en un momento en que éste se despeña dramáticamente ¿En esa reducción del poder a los dirigentes del más alto rango consiste la entraña ideológica del socialismo? Como escribía el épico Ruiz Aguilera: «Buena la hubisteis, franceses,/ en esta de Roncesvalles». Sr. Fernández, lo más escandaloso en ustedes es que no parecen haber leído el testamento de sus padres fundadores. Al menos, el Sr. González rompió despectivamente el sagrado infolio, destrozó el arca que lo contenía y declaró su poder antimarxista como la única referencia esgrimible en España. En fin, «trajeron un papel/ tomolo Bartolo,/ abriolo, leyolo, plegolo/ y dentro del protocolo/ colocolo». Y a hacer puñetas la democracia de los débiles.

Nota postrera. Los ingleses no aspiran a la democracia como fuente del poder porque están absolutamente convencidos de que son un sistema social con papeles ya asignados. Pero lo que respetan es la razón, que emplean sin temor alguno. Lean esto que acaba de decir la primera ministra del Reino Unido, al menos por ahora: «Si crees que eres un ciudadano del mundo en realidad eres un ciudadano de ningún sitio». He aquí una espectacular unidad del poder con la razón ¿Deben hablar por el estilo los políticos españoles aunque nosotros no seamos tampoco una democracia?

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