Iker Arranz Otaegui
Filosofoa

El problema catalán, según Innerarity

Se descuelga al final del artículo el profesor Innerarity con una oda a la concordia, diciendo que «la voluntad pactada es la mejor expresión de la voluntad popular en sociedades compuestas, lo más democrático». Cierto, y no cierto, a la vez.

Sin dudar de las buenas intenciones del profesor Innerarity, he de confesar que no soy jesuita y que, por lo tanto, sus intenciones no contribuyen en demasía en el tema que nos ocupa. En el artículo publicado en "El País" el 6 de agosto de 2019, el profesor Innerarity se ratifica en los principios más liberales de la democracia de consenso, que sin duda emanan de las ideas de teóricos como Habermas, entre otros, para proponer una solución pactada para «el problema catalán». Innerarity no se refiere en ningún momento a la situación de impasse que vive Catalunya en estos términos, no en este artículo al menos, pero me tomare la libertad de resumirlo de esta guisa, en parte, para hacer un símil con tantos otros problemas que se bautizan en torno justamente al segmento social que es parte de la solución, y no del problema.

Innerarity, hábilmente, enumera cuatro principios que tienen como objetivo ofrecer un confortable refugio al argumento central del artículo: proponer una solución pactada entre una minoría que está por un cambio sustancial de las relaciones entre Catalunya y España, y una mayoría que apuesta por una continuidad dentro del mismo marco constitucional, con los matices necesarios, precisamente para imponer esta continuidad sobre la minoría emergente. A esto, Innerarity, lo llama «algoritmo». Parece que despertemos de un letargo de 40 años de democracia adolescente y descubramos, atónitos, que es el día de la marmota: esta misma disyuntiva fue la que se propuso en el 78 durante la transición: continuidad o ruptura. Y de aquellos lodos, estos barros.

Se hace muy difícil ver una posible solución en la propuesta que hace Innerarity cuando la misma disyuntiva que provoca 40 años más tarde un bloqueo institucional y una represión inaudita en Catalunya (aplicación del articulo 155 y suspensión de autonomía, presos políticos y exiliados, represión brutal en las calles, etc.) se propone como fórmula a seguir para articular una soberanía propia y pactada en Catalunya. Innerarity, aún dirigiéndose a ambas partes, se esfuerza especialmente en hacer una propuesta suficientemente seductora para una de ellas, usando frases como «que la soberanía no es divisible dificulta la solución» o que «a los partidarios de la no independencia esto les abriría un espacio para idear alternativas más integradoras», en gestos a lo largo del artículo para atraer a la minoría por el cambio más que a la mayoría «constitucionalista» ¿Que supone integrar «alternativas» si no imponer la interiorización de unos valores y un orden con el que, en principio, no se está de acuerdo? Parece que, leyendo este tipo de narrativa, todo iba bien en el país de los castellers, la sardana y la butifarra, hasta que aparecieron los independentistas: un cuento que nadie ya se cree (o casi nadie).

A los independentistas del siglo XXI les pasa lo que a los musulmanes y judíos de finales del siglo XV en España: pueden ser creyentes, pero no practicantes.

Está en lo cierto en el preámbulo del artículo cuando afirma que «con soluciones inapropiadas para problemas mal diagnosticados no se llega a ninguna parte». En este sentido, la pregunta que me surge una y otra vez, y que es central y crucial para establecer un análisis crítico adecuado es la siguiente: ¿por qué a los independentistas, secesionistas o soberanistas catalanes no se les engloba a lo largo y ancho de una propuesta transversal que, en mi opinión al menos, articuló todo lo que se vivió y consiguió el 1 de octubre? Esta propuesta es, sin duda, la idea de república. Sería un error, creo yo, pensar en términos de soberanía compartida, sometida o completamente autónoma, sin percibir que en caso de formalizarse una república catalana, esta activaría una ruptura frontal con el Estado monárquico español. La propuesta de Innerarity (y entiendo que sea también por razones de espacio) deja escapar la oportunidad de girar el debate hacia estos términos, y se centra el el día previo o en el día después de articular una voluntad popular y democrática. En caso de cristalizar una república catalana ninguno de los principios que él enumera (el de la representación, revisabilidad, constitucionalidad o indeterminación) se verían afectados. Es más, la soberanía española seguiría siendo indivisible, de la misma manera de la que la soberanía de Andorra no afecta a la indivisibilidad de la soberanía española: solo la representación geográfica de la misma se vería acotada, si se quiere. La unidad española, para tranquilidad de aquellos patriotas y nacionalistas españoles, seguiría siendo inviolable, eso sí, terminaría más cerca del Ebro que del mediterráneo.

Se descuelga al final del artículo el profesor Innerarity con una oda a la concordia, diciendo que «la voluntad pactada es la mejor expresión de la voluntad popular en sociedades compuestas, lo más democrático». Cierto, y no cierto, a la vez. Una sociedad que se mueve en torno a pactos para articular su voluntad política demuestra sin duda cierta madurez, pero cierto es también que este castillo de naipes se desmorona precisamente en épocas de cambios sustanciales, sino críticos. La idea de que la voluntad pactada es sumamente útil en una situación de paz y tranquilidad, en parte, me recuerda los escenarios ad hoc que se establecen en la ética normativa: supongamos que tenemos una solución ideal, creemos entonces el problema. El verdadero problema para la ética normativa, y para la propuesta de Innerarity por extensión, reside precisamente cuando el escenario que sobreviene es imprevisible, incluso, impensable. Y fue impensable, y pertenece a lo imposible, lo que ocurrió el 1 de octubre. Luego, propuestas que enfatizan y promueven soluciones dentro de lo posible, creo que se desvían precisamente de aquella voluntad expresada en un referéndum agónico, pero sin duda histórico (incluso «evental», recurriendo al vocablo empleado por Alain Badiou). No hay ningún movimiento de cambio, en la historia de la humanidad, que se haya articulado en torno a las mayorías pactadas. Las revoluciones, los procesos transformativos, todos sin excepción, las articulan las minorías y, normalmente, un %30 o un %40 es suficiente y eficiente para transmutar por completo cualquier orden social. Es más, el sueño distópico diseñado desde los sótanos del liberalismo democrático en torno a las mayorías, donde la sociedad acuerda y pacta prácticamente todo en un tono armonioso, y así evitar fracturas, tensiones y decisiones sobre escenarios inciertos, ya se escribió en alguna novela (Orwell, "1984"). Para mi gusto político personal, prefiero sociedades fracturadas, antagónicas en muchos aspectos incluso, donde el debate dialéctico pueda implosionar una cena navideña: no veo mayor problema en eso.

Al conflicto político por una soberanía decidida por los habitantes de Euskal Herria se le ha llamado «el conflicto vasco», a la desigualdad económica y social entre Europa y África que provoca una migración masiva «el problema de la inmigración Africana», a la pesadilla de la ansiedad postimperial de la conquista de Oriente «terrorismo yihadista», y así todo. Ahora, al deseo de instaurar una república catalana se le llama «conflicto catalán», problematizando al segmento que es parte de la solución, y descargando de responsabilidad al segmento que es parte del problema.

No creo que la solución venga, como dice Innerarity, de «que en vez de decidirse una votación se vote una decisión». La decisión que se tomó el 1 de octubre no se votó contemplando un escenario cierto, predecible: simplemente se articuló una voluntad republicana a lo largo y ancho de Catalunya, incierta y ahistórica, sin vetos ni restricciones de participación por los organizadores del referéndum. Votar una decisión (ya tomada), como propone Innerarity, implica dirigirse «al lugar deseado», negociar lo negociable, que diría Derrida. El problema, profesor Innerarity, no es el árbol (los independentistas republicanos) que no nos deja ver el bosque (el constitucionalismo y el autogobierno pactado). El problema es la deforestación. Hacen falta más repúblicas.

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