Víctor Moreno
Escritor y profesor

El PSOE y «El País», vías paralelas

Desde que Podemos irrumpió en la palestra pública, parece que al papel madrileño le hubiese entrado una taquicardia agudísima. Al paso que va, tendrá que mirárselo con mucha calma, pues puede terminar en la UVI, no sé si fulminado por un ictus cerebral o por un ataque al corazón.

Iniciado el proceso de la investidura casi kafkiano, por no decir digno de una película de Charlot, «El País» no ha podido dominar la tentación de dedicarle cada día como mínimo dos artículos siempre con tintes negativos, recordando pequeñas mierdas secas del pasado y rifirrafes actuales de poca monta. Uno se pregunta qué es lo que ha hecho Podemos a Prisa para que una y otra vez se alboroten sus plumas más prestigiosas, intentando enturbiar su corta historia con intrigas que merodean las falacias más obtusas. Le da lo mismo cualquier cotufa del golfo. El fin de desjarretar al coletas y su cuadrilla justifica cualquier medio. Postura nada ética, pero que, cuando se trata de machacar al enemigo, resulta de lo más estimulante.

La penúltima explicación del azorado comportamiento de Podemos la ha suscrito el otrora comunista Antonio Elorza: a Podemos le reconcome un odio visceral contra el PSOE. Un odio compacto, unánime y uniforme. Convengamos en que los de Podemos –todos sin excepción– son unos descerebrados carcomidos por el odio y que este es el motor de su actitud política. Pero por esa regla de tres explicativa, también se podría decir que la actitud de los «prisanos» se debe a una obsesión tan enfermiza como senil. ¿Aclararíamos el panorama político actual apelando a categorías psicológicas y pasiones desnortadas? Si fuera así, sería profiláctico empezar primero por sentarse uno en el diván.

Y todo, ¡hay que ver!, por airear parte del pasado del PSOE, esa de la que nunca hablaron sus dirigentes. Todavía seguimos sin saber quién era el señor X de los GAL; ni, muchísimo menos, qué parte de responsabilidad le cupo a Felipe González en dicha organización criminal del Estado. Si, como dijera Zapatero, es formidable recuperar la memoria histórica para ser más libres, bien estaría aplicar dicho concepto a ciertos hechos de un pasado inmediato, cuyos protagonistas siguen vivos y coleando. ¿A quién puede molestarle la verdad de lo sucedido realmente? ¿No decía aquel que la verdad nos hará libres?

Muchos que ya pintamos canas hemos visto cómo al PSOE se le han ido cayendo por el camino las letras S y O. Si los dirigentes del actual partido son obreros, deberían decir en qué se les nota. Si Hernando, el de las gafas de colorines, es un obrero, sería un espectáculo formidable contemplar sus esfuerzos intelectuales para justificarse como tal. En cuanto a lo de socialistas, hace tiempo que optaron por el vocablo más refinado de socialdemócratas, el poder de lo social y del pueblo. ¡Qué risa!
El PSOE necesita, más que una autocrítica –en política suele ser un acto de pura vanidad–, psicoanalizarse. Ya no es el PSOE que conocimos antes de pillar el poder. Se olvida que en las primeras legislaturas –en la primera con mayoría absoluta– puso al frente del Gobierno a personajes tan obreros y tan socialistas como Solchaga, Corcuera, Boyer, Barrionuevo, Almunia, Solana… Todos ellos amantísimos servidores de la clase obrera.

Los dirigentes actuales del PSOE son tan cansinos y tan falsos como los del PP cuando resumen su historia mediante el eslogan «todo lo que debemos al PSOE». Al hacerlo, se comporta como el PP cuando se atribuye la salida de la crisis económica, pero se desentiende de la existencia de los millones de parados, atribuyéndola a la coyuntura económica europea y China.

Las conquistas del PSOE durante sus mandatos en primera fase fueron, en realidad, como rebajas de febrero. En todos los ámbitos. En algunos, como por ejemplo en el laicismo, no se avanzó ni un milímetro. Al contrario. El bueno de G. Puente Ojea, embajador del Gobierno en la Santa Sede y defensor del Estado Laico como pocos, fue sustituido fulminantemente por el meapilas opusdeísta Francisco Vázquez. La bajada de pantalones de los ministros socialistas de aquella época jurando sus cargos ante un crucifijo permanecerá fija en la retina de muchos. Por no hablar de su proverbial cobardía ante los acuerdos con la santa Sede, nudo gordiano de todos los despropósitos confesionales que se perpetran en este país y que ni siquiera el Gobierno de González metió en cintura. González claudicó ante la Iglesia y Zapatero, también. ¿No recuerdan a Bono y a Teresa Fernández de la Vega vestidos de monaguillos en el Vaticano y rindiendo pleitesía al papa de Roma?

Es patético que el PSOE cuando presume de sus conquistas solo se acuerde de atribuírselas al aparato del partido y no mencione al llamado pueblo, sus luchas y respuestas sociales en la calle contra la injusticia. Al parecer, lo que se consiguió fue gracias al partido del futuro consejero del Consejo de Administración de Gas Natural y a sus compromisos giratorios con la clase obrera y proletaria.

El Gobierno socialista, presionado por la Comunidad Económica Europea, aceptó y aplicó en España una bárbara reconversión industrial. Es bien sabido que por ello el campo, la minería, la pesca y la ganadería se lo agradecerían eternamente. Después, nos «meterían» en la OTAN, utilizando aquel eslogan –¿populista?– «de entrada no», y que Javier Krahe inmortalizaría cantándole a González las cuarenta: «Tú decir que si te votan, tú sacarnos de la OTAN. Hombre blanco hablar con lengua de serpiente». ¡Y que sigan todavía haciendo caso a esta lengua viperina! ¿Hay que recordar la ley Corcuera, que limitaba los derechos individuales como la ley Mordaza del PP? El PSOE actual se rasga sus trajes de Gucci porque alguien llama a González con el alias de míster Cal Viva. No debería. Merece tal exabrupto. Y contento se tendría que ver que Podemos se refiriera solo a ese agujero negro de la historia del socialismo reciente. En Navarra, podríamos recordar a Urralburu, a Antonio Aragón y al director de la guardia Civil, Roldán, quienes llegaron a la corrupción más alta utilizando, según ellos, la ruta más ruin: ETA.

En la actualidad, los socialistas han perdido el oremus, el norte y el resto de los puntos cardinales. Para colmo, lo quieren todo. Aglutinar la derecha, la izquierda y el centro en torno al cariacontecido Sánchez. Convendría aclararse. Cuando se pierde el sentido de la realidad, que está en situarse en la perspectiva del ciudadano necesitado de verdad y a quien habría que servir como partido obrero que se dice ser, las meteduras de pata en todos los ámbitos son escandalosas.

El PSOE y «El País» parecen gemelos univitelinos. Su deriva ideológica ha ido por vías paralelas. Su renuncia a principios políticos regulativos de un comportamiento plural y democrático se ha ido plasmando a lo largo de estos años con cinismo y caradura. El difunto Haro Tecglen ya lo advirtió: el fenómeno clave de la transición es la bajada de pantalones ideológica de los intelectuales, adscritos a la nómina de Polanco y a los abrevaderos políticos del PSOE. Haz y envés de una realidad que solo ha favorecido al IBEX 35, pero no a los ciudadanos de a pie y autobús diario.

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