Iñigo Jaca Arrizabalaga

El silencio euskaldun

Las alarmas de los euskotártaros son evidentes pues una sanidad tan colapsada no pasa desapercibida a los ciudadanos, y sus aparatos del chismorreo o propaganda no pueden sostener esa leyenda de que «somos los mejores».

Muchos conocimos a un sabio vasco, Federico Krutwig, quien cuando bromeaba solía decir que en Euskal Herria convivían los euskaldunes y los euskotártaros. Los primeros descendían del homo sapiens y los segundos del Neanderthal.

Recordando aquello que decía, se me ocurre que los euskaldunes son los que aman la naturaleza, a la humanidad, son cultos, cultivan las artes y practican las virtudes y la tolerancia. Tienen como principios la búsqueda de la verdad, la práctica de la solidaridad y defienden la libertad de conciencia.

Los euskotártaros temen y adoran a un dios punitivo, destrozan el hábitat natural con obras, vertidos y escombreras ilegales, no cultivan la inteligencia ni la cultura excesivamente, aman el hormigón y no se preocupan demasiado por el futuro, pues muchos de ellos están destinados a ocupar los cargos de gobierno por designio del partido de Dios y de los sordos. Los demás, engañados, creen gozar de sus favores.

Nietzsche antes de sentarse a escribir tenía que caminar siempre en silencio, solía andar kilómetros él solo, y decía que era para escuchar el sonido mudo con el tercer oído, el que permitía al poeta crear poesía. Y así ser conscientes de nuestros pensamientos y las emociones que estos ocasionan en nuestro ser.

Hoy, mientras subía solo a Santa Barbara, disfrutando de las vistas de los montes de los cuatro territorios de Hego Euskal Herria, una llamada telefónica rompe el silencio, mi hijo que trabaja en la hostelería me comenta que en junio podría volver a trabajar, siempre que los jueces no paralicen el decreto de Urkullu y Jonan. Vuelve la esperanza para unos, si bien la amenaza del poder puede truncarla.

Estas palabras de mi hijo me llevan a la reflexión, a escuchar esas voces que me envía el homúnculo que, según Freud, llevamos todos dentro y me asaltan dos ideas, la de las listas de espera de nuestra sanidad vasca y la de la cuarta ola y las vacunaciones.

Las listas de espera a las que estábamos acostumbrados eran ya la evidencia de la insuficiencia permanente de recursos. A pesar de ello, los adictos a las verdades reveladas, las hacían compatibles con esa bilbainada de que teníamos la mejor sanidad de Europa. Con ellos, coincidían algunos gurús euskaldunes, que tanto valor conceden a esa sanidad funcionarial, si bien, lo que debiera interesar al ciudadano es la financiación pública de la sanidad y que los profesionales cobren directamente del paciente por cada acto presencial. Paciente al que luego revierte la seguridad social lo abonado, como en Iparralde.

Las alarmas de los euskotártaros son evidentes pues una sanidad tan colapsada no pasa desapercibida a los ciudadanos, y sus aparatos del chismorreo o propaganda no pueden sostener esa leyenda de que «somos los mejores». Schopenhauer decía que los chismosos son personas que no soportan estar consigo mismas, personas atormentadas, que hoy se dedican a manipular la opinión pública.

El problema de las listas de espera en el sistema funcionarial público atenta a la equidad en la accesibilidad a los servicios. Un jubilado de mi pueblo se jactaba de que por tener dos familiares que trabajaban en la sanidad, el acceso a consultas y tratamientos le era fácil a través de ellos. Hay listas de espera de más de seis meses pero no eran para él.

La prevaricación es un delito contemplado en el Código Penal, pero en la cultura euskotártara está muy expandido, forma parte de los favores del poder y de las adhesiones al mismo. El adelantar a una persona en esas listas de espera de la medicina funcionarial es una prebenda del poder y de sus próximos, causando perjuicio a quien espera sin prevaricar. Este es un síntoma de que la corrupción está muy extendida entre nosotros.

Para que un sistema sanitario público sea justo y equitativo no deben existir listas de espera tan prolongadas y ello obliga a disponer de recursos suficientes para el funcionamiento normal, sin olvidar un margen adicional en previsión de las posibles epidemias y las incidencias que surjan.

Lo sucedido con los trabajadores de la hostelería me lleva a recordar las imágenes de la obra pictórica de Boticelli: “La Calumnia de Apeles”, en la que aparece sobre un estrado un juez, el Rey Midas, a cuyas orejas de asno susurran dos mujeres de rostros crispados: la Ignorancia y la Sospecha. Frente al juez se encuentran un monje (el Rencor) y una mujer, la Calumnia, que con una mano sostiene la antorcha que simboliza el Rumor que se expande como el fuego, y con la otra arrastra a la víctima, un hombre desnudo.

Muchos trabajadores de la hostelería están en el ERTE pendientes de lo decidido por el Rey Midas, que en el oasis todo lo que toca lo convierte en oro, y que en esta pandemia les ha convertido en el chivo expiatorio. La Verdad Desnuda aparece sola en el otro extremo de la obra pictórica, y la verdad es que los valores de nuestra sociedad están en crisis, visto el comportamiento asocial de muchos conciudadanos.

El psicoanalista Jacques Lacan decía que si entendemos la salud como el silencio de los órganos, un síntoma es como un ruido, como un palo que impide que la rueda gire según lo esperado. Y visto el comportamiento irresponsable de amplios sectores de la población vasca en esta pandemia, que tanto daño ha causado en Euskal Herria, creo que hemos agotado todos los palos.

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