Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

El valor de la herencia política (II)

Hemos sido lo que hemos sido y esto implica asumirnos, seguir siendo lo que fuimos, lo que somos y lo que queramos ser. Sin complejos.

La tentación de hacer tabla rasa del pasado, tanto a título individual como colectivo siempre ha sido una idea con la que los humanos han tenido que bregar desde que el hombre, la humanidad entera, se tropezó con la ética, y, también, con la estética, con esa que dicta normas temporales con las que se blanquean a unos que ennegrecieron sus vidas con actuaciones hoy inadmitidas, y, se carbonizan a quienes siguen manteniendo sus postulados desde la asunción de la responsabilidad histórica de su actuar. Se trata de que todos olviden «lo de todos», para de ese modo poder generar, en alegre biribilketa, un nuevo ambiente y unas nuevas relaciones políticas a las que desde siempre invitan a la izquierda abertzale a participar, por parte de aquellos que perdieron su partida de nacimiento (no se sabe cómo), su identidad y, sobre todo, su dignidad. Que invitan y exigen pedir perdón mientras que nadie a ellos se lo pida.

Vaya por delante que aún guardo el recorte de un artículo por mi firmado y publicado un 25 de mayo de 2016, en el que baso hoy, a modo de reflexión, este otro que hoy se publica. Decía entonces, como sostengo ahora, que es del todo imposible construir nuestro futuro desde la renuncia a nuestras señas de identidad, esas señas que son raíz de nuestra razón y que por serlo y no renegar de ellas enrabieta a tantos. Señas que configuran el mundo de la izquierda abertzale pero que no pueden ni deben tapar, como impone la hipocresía hoy tan en boga (la estética), el reconocimiento de errores ciegos y de todo calibre que, indudablemente se han cometido, como de acciones que subjetiva y maliciosamente califican de errores no siéndolo. En este sentido, cierto es que establecer que «en todos estos años hayamos tenido actitudes que pudieran calificarse de impropias o injustas «no es una afirmación absurda», según ya afirmaba el año 2016.

Hemos sido lo que hemos sido y esto implica asumirnos, seguir siendo lo que fuimos, lo que somos y lo que queramos ser. Sin complejos. Es desde esta perspectiva de la aceptación de nosotros mismos, desde donde debemos aceptar nuestras virtudes y nuestros defectos, pues, de lo contrario, también enterraríamos de modo absurdo ambas cuestiones.

Tenemos un recorrido histórico, un valioso patrimonio del que no podemos sentir vergüenza si echamos la mirada atrás sin ese revisionismo propio de los confundidos. Debemos mirar atrás desde la dignidad, la honradez de la aceptación de todo lo que se ha hecho y desde el orgullo de quienes entienden el pasado como el patrimonio biográfico de un gran movimiento que, de no haber existido hubiera sido necesario inventarlo, para poner patas arriba una Euskal Herria que hoy, sin el empuje de la izquierda abertzale, sería difícilmente identificada como un pueblo que mantiene en pie todas sus reivindicaciones.

No es momento de renegar de nuestras ideas ni de la acción política que por ellas se puso en práctica y que, desde siempre, ha estado presente en un amplio sector popular. No son momentos de olvidar la idea de la «entrega total al servicio de Euskal Herria. Una disposición a darlo todo por el pueblo vasco, sin contraprestaciones», tal y como señalaba en mi artículo del año 2016. Una entrega, añado, que nos pasa una dura factura y que aún estamos en periodo de pago sin descuento: tortura, muerte, cárcel, deportación, exilio... Es esa gente que lo dio todo mucho más que un simple logotipo y que da sentido a preservar y gestionar adecuadamente «los valores que caracterizan nuestro patrimonio político –repito hoy lo dicho hace cinco años– para hacer una debida lectura de nuestro pasado y no perder en el proceso rasgos de identidad que desde siempre han distinguido a la izquierda abertzale».

Como un «corpus» vivo y doliente somos pasado que sostiene lo que somos, base hoy de lo que seremos. Son «ellos» (definición que engloba a todos los que imagináis) los que no quieren recordar sus tiempos pretéritos, en su mayoría vergonzosos y no tan diferentes de su presente de militantes encorbatados y profesionalizados. Algo que les lleva a enfrentarse a un futuro oscuro, cambiante e incierto y que les obliga de forma obstinada a enaltecer un limpio pasado inexistente (demócratas de toda la vida dixit) y blanquearse mediante el simplón método de ensuciar la actividad política de la izquierda abertzale y cumplir así con el viejo dicho de «mirar al dedo que señala la luna».

Que en la luna se escondan. Es cuestión de tiempo que allí se les descubra en pleno reparto de sus corruptos dividendos. Su presente es cuestión imposible que puedan blanquear en el futuro, aunque nadie les pedirá por ello ni arrepentimiento ni genuflexión de perdón.

Mientras, independientemente del profundo y sincero reconocimiento de lo que hicimos, desde el reconocimiento de nuestra historia, sin olvidar los contextos y los tiempos en el desarrollo de una lucha, debemos reafirmarnos en lo que fuimos y somos, para seguir siendo. Sin estigmas, ni falsos sentimientos de culpa.

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