Joan Llopis Torres

En África también hay bares

Hay muchas áfricas y cada una de ellas contiene otras muchas, diferentes y complejas. El continente africano tiene cincuenta y cuatro Estados soberanos, con diecisiete territorios pertenecientes a países no africanos, Francia, Italia, España y Portugal –las Islas Canarias o Ceuta y Melilla son un ejemplo–, cúmulos de tradiciones, etnias y culturas impregnadas desde los largos años coloniales de creencias religiosas incuestionadas y diferenciadoras, hasta dos mil lenguas tribales, y varios amplios territorios no reconocidos. La Unión Africana curiosamente está formada por cincuenta y cinco Estados, no cincuenta y cuatro, porque incluye a la República Árabe Saharaui Democrática, a pesar de la vergonzosa falta de reconocimiento por la mayoría de Estados (hay divergencia en el número de Estados que reconocen a la República Saharaui según la fuente sea la Unión Europea, Marruecos o el Frente Polisario) El idioma más hablado en África es el árabe –en Nigeria, el número de musulmanes es ligeramente superior al número de cristianos– mezcladas de otras antiguas creencias espiritistas, fanáticas en muchos casos con multitudes obedientes a sus credos, con ignorancias y miserias aterradoras mixtificadas de las últimas tecnologías, con la corrupción institucionalizada y sin solución posible. No se puede hablar de África como si fuera una sola cosa, como persistir en que se ha logrado una Europa unificada, esa que tenemos cosida de trámite con costuras de autopsia, ni mucho menos creer que un europeo puede entender África con lógica europea. En el centro de Lagos –veintidós millones de habitantes– hay áreas urbanas con no más de cinco horas de electricidad al día. Jamás he escuchado una queja a un nigeriano, pero sí miles de veces, cuando les comentas algo que no funciona, «Esto es Nigeria», siempre dicho con una sonrisa cómplice que nunca he entendido. «Esto es Nigeria» resulta una razón para explicarlo todo sin explicar nada, una muestra exasperante de conformismo.

Tuve una amiga con pelo en las piernas, cosa rara en las africanas. Como a mí me daba igual, iba la cosa tan ricamente con esa particularidad, pues las africanas –las pocas que tienen ese problema, si es que es un problema– no ven, como se ve desde el punto de vista europeo, ningún problema en no depilarse. La CNN ni tampoco el National Geographic se han interesado nunca por explicar esta curiosidad. Hasta que un día, por no hablar de nada importante, que es lo que se debe hacer –debería estar prohibido hablar seriamente de las cosas que la gente cree cosas serias y no lo son–, le pregunté: «Oye, ¿por qué no te depilas?» –«¿Por qué?», se extrañó. Y entonces, sí, con el letargo del calor asfixiante y un ventilador solitario para un piso con vistas al sol, me dispuse a hablarle –ese tipo de conversaciones son extraordinarias–, de los motivos para depilarse. Estaba contento y con antelación satisfecho de la conferencia que se avecinaba, lo mismo que si fuera a llover. Como europeo creía equivocadamente que podía darle mil respuestas lógicas del mismo modo que se puede explicar el motivo por el que los botijos dan agua fresca, pero me quedé mudo. No hay ni una sola respuesta. Las mil razones no existen. Por si no ha quedado claro, los europeos, además de otras cosas, somos los idiotas (sin duda ninguna) ¿Qué razón hay para depilarse? Si no se entiende este ejemplo, hay que desistir de pretender entender desde Europa la mentalidad africana. Sería como no entender el número E y pretender ser matemático. Número que a pesar de serlo, por mucho que te esfuerces sólo verás una letra. Los europeos tenemos para todo mil razones que no lo son. Puro convencionalismo. Siento un asco profundo por las razones que rechazan las migraciones africanas, y por quienes las exponen «razonadamente».

Un nigeriano resulta una especie divertida de conquistador descendiendo del buque insignia cuando se baja del coche, siente una satisfacción enorme en darle al mando a distancia y hacer parpadear las luces del navío. Es su mejor momento del día. Echa una ojeada al reloj chino y se cambia el móvil máxima potencia de mano. Al fondo debe estar la flota anclada. Como si llegara de colonizar Inglaterra y les hubiera robando lo que antes les robaron los ingleses. No he visto en la vida nada que resulte más absurdo, salvo, claro, a los ingleses. La explicación es obvia: ha salido de la miseria o lo aparenta. En la publicidad y en los musicales de la televisión nigeriana sólo aparecen lujos y jóvenes bailando alrededor de una piscina, coches y colorines refulgentes. No es raro ver filmaciones en yates como si eso fuera lo normal. Las chicas suelen salir en manadas, y ellos haciendo directamente el burro. Si compras una determinada marca de jabón, al mediodía del día siguiente ya podrás darte un baño en la piscina de tu casa. Los que hacen los anuncios saben qué es lo que quiere la gente. Al verlos, podemos sentir pena por los sueños de la gente que nunca se harán realidad, si queremos sentir más pena podemos pensar que en el precio del jabón va incluido el precio del anuncio. Las multitudes pobres que no ven la televisión son más inteligentes porque no piensan en tonterías, es la única suerte que tienen. La necesidad de comer es más importante. El derecho a atención médica, los derechos laborales ni cualquier otro derecho social no se tienen en cuenta. Las chicas jóvenes tienen un problema añadido a esta situación.

En las antiguas colonias españolas se observa fácilmente en las construcciones la huella colonial. En Nigeria no hay rastro del paso de los ingleses, sólo en la organización administrativa del Estado. A ella se yuxtaponen organizaciones sociales y culturales, tradiciones y costumbres que conviven paralelas a la administración pública formando las dos unas sola entidad de gobierno. Las instituciones públicas y las comunidades sociales que universalmente respetan sus tradiciones con voluntad de perpetuarlas no están enfrentadas en ningún sentido, son una misma cosa. A ello se acumula un tercer gobierno: el religioso, también integrado en esa trinidad resultante llamado poder y una sola y verdadera persona que lo gobierna todo (cristianos y musulmanes conviven de una manera admirable). Las leyes son el gobierno de las gentes y las costumbres impregnan las leyes y la toma de decisiones en cualquier situación que deba dirimir un conflicto o simplemente dar o quitar la razón a alguien. La policía hace cumplir las leyes y nadie lo discute, incluida la ley no escrita de soltar alguna pequeña cantidad para que haga la vista gorda en las pequeñas faltas, una ley de hierro. Por encima de los once mil pies de altura ya es cosa de abogados y tribunales, ahí las habas se cuecen como en todas partes. Pero puede suceder que en un accidente un camión atropelle a alguien que cruzaba la carretera. Surgirán docenas de indignados que acabarán asesinando al camionero e incendiarán el camión. Cuando llega la policía el problema ya está resuelto. Sólo queda el rastro del camión calcinado y dos cadáveres sin que haya culpable, sólo las víctimas de un suceso. En ocasiones he tenido que soportar a un europeo, a uno de esos cretinos, alardear de que en mi país las carreteras son mucho mejores, de que existen trenes, de su puntualidad, de la superior gastronomía y de todas las tonterías del mundo. Algunos inocentes lo llaman causalidad, explicando las razones. Pero, porque el futuro no existe, al final todo depende de la casualidad, todo puede suceder inesperadamente. Tenemos tanto miedo al porvenir que preferimos el aburrimiento al progreso. Nos quedamos con la seguridad, con esa vulgaridad de llegar a fin de mes, eso es Europa, sólo su Historia y su desfachatez, puro pánico. ¿Qué podemos reprochar a los africanos?, ¿Que se mean en la calle y luego cruzan a la otra acera subiéndose la bragueta? ¿Es eso un pecado? ¿Qué podíamos esperar? ¿Qué se vayan al Sheraton y luego se tomen unas copas en la barra? ¡Por Dios!

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