Alberto Letona

¿En nombre de la legítima defensa?

¿Cuántos inocentes más tienen que morir asesinados en nombre de la legítima defensa? ¿No hay límite para la barbarie? Las frías cifras no recogen la atrocidad de la venganza. Solo constatan la brutalidad de los que se sienten más fuertes. ¿Desde cuándo el ocupante por la fuerza tiene legitimidad?

Hoy, Gaza es más un estado de ánimo que un lugar en el mapa. Los sudarios blancos de diferentes tamaños que envuelven a los miles de asesinados –daños colaterales, según algunos– se alinean frente a los grises escombros de los edificios destrozados por los bombardeos. Una letanía de terror constante.

En Gaza hoy, horror y terror son sinónimos que no alcanzan a definir la tragedia de un pueblo desposeído que vive en la tierra que todavía no le ha sido arrebatada como animales acorralados en espera de un fatal destino.

Los gobiernos de los países más ricos del globo, aliados de Israel, permanecen sordos y ciegos al sufrimiento. Algunos se niegan a pedir un alto el fuego, porque dicen que esto fortalecerá a Hamás. Mientras tanto, la limpieza étnica sigue avanzando marcada por los tanques del ejército israelí que se abren paso entre cientos de hogares arrasados.

Hace años, como otros tantos desheredados de la Tierra, los palestinos, sin otros asideros, firmaron en el débil amparo que les ofrecía la comunidad internacional. En 1995, suscribieron los Acuerdos de Oslo entre aplausos de medio mundo. En el Acuerdo se decía que los palestinos de la franja de Gaza y Cisjordania se gobernarán a sí mismos de acuerdo a principios democráticos. Papel mojado.

En Cisjordania quedaron bajo la tutela de la Autoridad Nacional Palestina. En la franja de Gaza, estrangulada geográfica y económicamente, los palestinos votaron en 2006 por Hamás. La victoria fue indiscutible. Contó con todas las garantías legales. Fue una victoria de la democracia; o eso parecía.

Sabemos que las democracias de los pobres tienen que ser bendecidas por las democracias «fuertes» para asegurarse de que votaron bien. Pasó en Guatemala en 1950. Los guatemaltecos votaron masivamente por Jacobo Arbenz, un político progresista que quería reformar las enormes diferencias sociales en su país. Los Estados Unidos y la CIA junto con la mayor compañía del país, United Fruit Company, lo acusaron de comunista. Pobre Arbenz y pobres guatemaltecos. Lo cambiaron por una Junta Militar. Desde entonces el país se sumergió en un baño de sangre. Las comunidades indígenas fueron arrancadas de sus tierras.

Desde 1948, cientos de miles de palestinos han sido expulsados de las tierras en las que crecieron por generaciones. Se les ha negado el presente y se les sigue negando el futuro. Ahora se les priva de agua, de alimentos y de electricidad para atender a los heridos, enfermos, y madres a punto de dar a luz. La deshumanización y la venganza no conocen límites. Israel bombardea hospitales, ambulancias y campos de refugiados con y sin excusas.

¿Puede un Estado ocupante presentarse como víctima? Resulta obsceno que el embajador de Israel en la ONU, Gilad Erdan, se prendiese hace unos días una estrella de David de color amarillo en una reunión del Consejo de Seguridad. Los nazis obligaron a los judíos a llevar estrellas amarillas en la ropa para identificarse como tales. La estrella representa la indefensión de estar a merced de los demás como sucedió en el Holocausto. Gilad Erdan puede travestirse en víctima de manera indecente pero escupe sobre sus antepasados.

Esa violencia desmesurada e injustificable que aplica hoy el Estado de Israel es la misma que los nazis emplearon contra una gran parte de la población judía del centro de Europa. Gilard Erdan en su odio y sectarismo nos retrotrae a todos aquellos que piensan en el Holocausto como una cheque de eterna impunidad para sus propios intereses. Bien lo sabe el actual gobierno israelí de Netanyahu.

Vemos con impotencia las imágenes de los niños y de los adultos reventados por las bombas y nos preguntamos por qué la comunidad internacional no pone freno a tanta crueldad. Será porque los palestinos importan poco; no existe otra respuesta. La hipocresía, la falta de compromiso, los intereses geoestratégicos, la mala conciencia de algunos países, como en el caso de Alemania, están permitiendo esta barbarie.

¿Cuántos inocentes tienen que ser asesinados en nombre de la legítima defensa? Las bombas que hoy caen sobre las tierras palestinas caen también sobre nuestras conciencias y sobre un futuro que hoy parece tan precario como las vidas de sus habitantes. Más importante aún: no traerán seguridad a Israel ni paz a Oriente Medio. De eso, si estoy seguro. Tan seguro como de que Benjamin Netanyahu no comparecerá nunca ante un tribunal por sus crímenes de guerra.

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