Jose Ramón López de Abetxuko
Preso en Villabona (Asturies)

Enfermedad en prisión: abandono y angustia

A lo largo del tránsito vital de cada individuo se está expuesto evidentemente a contraer cualquier tipo de enfermedad y, de igual manera, a que alguna de ellas revista un determinado grado en cuanto a su gravedad. La cuestión estriba en el tratamiento a llevar a cabo para la curación.

Obviamente existe una gran diferencia entre contraer una enfermedad en situación de libertad y estar privado de ella cumpliendo una condena en prisión. Es en esta situación donde confluyen una serie de connotaciones que implican que las enfermedades adquieran un sentido diferente, no en vano dentro del tratamiento antes aludido es importante su detección, realizar un diagnóstico acertado, y finalizar con el tratamiento propiamente dicho de la enfermedad, con la medicación más apropiada, en unos casos, o intervenciones de otra entidad, en otros, a lo que hay que añadir ineludiblemente el vivir en espacios no demasiados saludables. Factores todos ellos deseablemente corregibles.

¿Cómo se vive todo ello desde dentro?

Solo existe una palabra adecuada para definirlo: angustia.

Una angustia provocada por una serie de circunstancias que se circunscriben generalmente:

–Por el principio que en la mayoría de los Centros Penitenciarios apunta a priorizar lo regimental frente a lo sanitario, lo que conlleva, en muchas ocasiones, que transcurra un periodo de tiempo demasiado largo hasta la detección de la enfermedad.

–El estrés que posteriormente provoca una simple salida al hospital para acudir a la consulta del especialista que corresponda, por las condiciones en que se realiza, con custodia policial que llega incluso a mantenernos esposados durante la consulta, y en su presencia durante la misma, con la consiguiente falta de intimidad entre médico y paciente. Sin obviar que, en muchas ocasiones, el trato en las conducciones por parte de la propia custodia policial dista mucho del que la condición de enfermo debería merecer.

–La sensación de soledad al no poder mantener un contacto directo con las personas queridas (familiares) con quien compartir no solo la enfermedad, sino también los miedos lógicos a su desarrollo, que una y otra vez necesitan una palabra de ánimo y apoyo. La impotencia que se sufre en las noches que aparece cualquier síntoma, en un espacio completamente cerrado, sin la posibilidad de ver una puerta abierta, a expensas de la buena voluntad del funcionario de guardia que permita, o no, la presencia del médico, acudir a la enfermería o simplemente nos administre un remedio para paliar el problema momentáneamente. De ahí que normalmente dejemos transcurrir la noche esperando angustiosamente que llegue la amanecida, y con el nuevo día probar suerte de nuevo.

A todo lo anteriormente expuesto se une lógicamente la duración de la condena. Una larga estancia en prisión aumenta no solo la posibilidad de adquirir una enfermedad, sino también la de agudizar su gravedad.

De cualquier modo, esta viene a ser la visión negativa de cómo se vive dentro la enfermedad. En contraposición, y para ser completamente sinceros, también desde dentro se aprecian, e influye positivamente en nuestro ánimo, las múltiples movilizaciones que se realizan a favor de los derechos de los presos en general, y en especial de los que aun con enfermedades graves continúan en prisión. Pero no únicamente por lo que a nosotros respecta, sino también por lo que supone para nuestros familiares, que manteniéndose incondicional y continuamente a nuestro lado, son los sufridores silenciosos de nuestra situación.

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