Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

¡Ertzaintza!

Cuando se escucha a Andoni Ortuzar hablar de la Ertzaintza como si su partido no tuviera nada que ver en el asunto, al lehendakari Urkullu expresar desapego o incluso a Josu Erkoreka referirse a su policía como si fuera de otro planeta, uno no sabe si detenerse a recordar cómo empezó todo o, por simple precaución, echar a correr sin perder más tiempo.

Y es que se está confirmando algo sobre lo que la izquierda abertzale llevaba tiempo alertando: Frankenstein se les ha escapado de Sabin Etxea.

Este monstruo, a diferencia del de ficción, no se enternece ante niñas que le ofrecen flores ni frente a ancianas desahuciadas; ni tan siquiera con trabajadores y trabajadoras arrojadas al paro por la depredación del sistema capitalista. El engendro está sin control, es autoridad y va armado.

Ahora no vale, como están haciendo los y las dirigentes jeltzales, mostrarse refractarios ante su responsabilidad y escurrir el bulto.

Si bien reconvertir la Ertzaintza en «la cuidadora del pueblo», tal y como acuñó Lauaxeta en el otoño de 1936, es tarea de todos y todas, no podemos pasar por alto cómo se ha llegado a esta situación y quiénes son los responsables.

Porque aunque ahora pretenda hacer ver que no es cosa suya, el primer responsable es el PNV, que restableció la Ertzaintza hace poco más de cuarenta años sobre la base de los servicios de información y seguridad del partido, con fines que iban más allá de las tareas policiales de cuidar de la sociedad y que se proyectaban hacia el objetivo político y partidista de asentar el régimen surgido de la Constitución española de 1978 y hacer de muro de contención frente al independentismo; es decir, contra la izquierda abertzale.

Bajo la cobertura de la «lucha contra el terrorismo», los jelkides crearon un modelo policial antinsurrecional y metieron de lleno a la Ertzaintza en la lucha contra ETA, algo que podía haber sido evitado de no haber colocado los intereses de partido por encima de los de Euskal Herria.

El PNV no puede hablar ahora de la Ertzaintza como si fuera una penosa herencia recibida, un caramelo envenenado del pasado. Si hay algún caramelo envenenado es el de quienes desde los estertores del franquismo pensaron que lo mejor para los vascos y las vascas era vivir cómodos en España, echaron el ancla de nuestro futuro al otro lado del Ebro y desde su control político hicieron todo lo posible para que nada frustrara la buena marcha de su negocio.

Antes de pedir a los demás una revisión ética de su pasado, el PNV debería hacer lo propio con el suyo. Y de aquellos polvos, estos lodos, que se convirtieron en fango pútrido cuando el PSOE alcanzó en 2009 la Lehendakaritza gracias al PP.

Si Rubalcaba era el Rasputín de Zapatero, Rodolfo Ares lo fue de Patxi López y cuando tomó Interior sabía del cambio estratégico que se estaba fraguando en el conjunto de la izquierda abertzale. Así, frente al tacticismo del PNV, Ares apostó por un punto de vista más estratégico.

En lo referente a lucha contra el independentismo, sustituyó la División Antiterrorista por la Oficina Central de Inteligencia y en cuanto a concepto policial perpetró un modelo más policíaco que buscaba desnacionalizar y españolizar la Ertzaintza. Quitarles la txapela fue algo más que la sustitución de un complemento.

Menos visceralidad paranoide anti izquierda abertzale y mayor profundización españolista.

Con una exigencia residual del euskara y el único requisito de «ser español», la Ley de Policía de Ares facilita que pueda ser ertzaina o policía municipal incluso quien sienta repulsión por Euskal Herria y la nación vasca.

El PNV podía haber corregido esta deriva antivasca cuando recuperó el Gobierno. No lo hizo.

Semejante lodazal ha sido ecosistema ideal para fenómenos como el de los «asindicados», algo que ha aflorado recientemente, pero que no es nuevo porque la izquierda abertzale llevaba tiempo alertando sobre la infiltración de la Guardia Civil o los servicios de inteligencia; sobre las actitudes provocadoras o las poses de gorila de gimnasio; la proliferación de policías autonómicos con tatuajes y simbología española y fascista o con parafernalia de la «delgada línea azul».

En la Ertzaintza ha anidado el peligroso espíritu corporativo que hace que un policía se sienta una clase social diferenciada, se considere hermanado con cualquier uniformado de cualquier parte del mundo, democrática o no, y piense que hay una delgada línea azul que les une como un cordón umbilical por encima de la sociedad. La globalización policíaca.

Cuando quedó atrás la estrategia del enfrentamiento armado por parte de ETA y se comenzaron a dar pasos para un nuevo tiempo político había que haber depurado la Ertzaintza. Era el momento de llegar a un acuerdo sobre el modelo policial y reconducir los pasos de la Ertzaintza, devolviéndola su espíritu originario, poniéndola al servicio de la sociedad vasca.

Los problemas que no se afrontan en el momento tienden a empeorar. Es precisamente lo que ha ocurrido. Urge que entremos de lleno en este tema porque es mucho lo que se juega esta sociedad. Como pueblo, tenemos un problema con la Ertzaintza.

Sé perfectamente que estos temas de la Ertzaintza y la seguridad provocan reacciones de rechazo en la izquierda abertzale. Pero también estoy convencido de que no podemos ser cautivos de los prejuicios y mirar a otro lado como si esa cuestión no fuera con nosotros.

Si miramos al futuro con la responsabilidad de quienes quieren transformar la realidad y construir un nuevo porvenir, debemos definir también qué Ertzaintza queremos y cómo refundarla para que cumpla con su cometido al servicio exclusivo de la sociedad vasca, su seguridad y bienestar.

No podemos eludir el asunto. Necesitamos una Ertzaintza del pueblo vasco y para el pueblo vasco. Necesitamos recuperar el espíritu de la Ertzaintza de Lauaxeta y Telesforo Monzón.

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