Jesús María Etxarri Sotés y Fermín Vigor González

Escrito de Alejandro Angostus y Pluvio Cesáreo a la plebe de Pompaelum

Aún siendo conscientes de que este escrito puede ser susceptible de desconfianzas y resquemores, las circunstancias nos obligan a poner luz en un suceso extraordinario recientemente acontecido, vinculado a un glorioso e imperial pasado. La razón para nuestro apremio es anunciar los acontecimientos que, derivados de lo anterior, tendrán lugar en un futuro próximo en la noble ciudad de Ponpaelo.

Quienes se dirigen a ustedes son los espíritus de Alejandro Angosto y Pluvio Cesáreo, antiguos legionarios del emperador y moradores temporales del «castellum» romano, cuyas ruinas han aparecido en La Gariposa, Tafalla, en el transcurso de las obras de lo que llaman el Tren de Alta Velocidad.

La mañana del 14 de junio del annus dominus 2022 voces y exclamaciones en lengua poco familiar nos despertaron de nuestro sueño milenario. Pensamos en un principio que serían otros legionarios custodiando un cargamento de metal, aceite, harina, sal y vino transportado por esclavos hacia Cesárea Augusta. Les saludamos, pero nadie respondió. Cuál fue nuestro asombro, al darnos cuenta de que no habíamos estado dormidos una noche, sino muertos durante dos mil años. Y ahora, aunque nuestro ocaso fuera irremediable, nuestros espíritus se había avivado al salir a la luz las ruinas de nuestra antigua morada.

Desde aquel instante, decidimos ver sin ser vistos y escuchar sin ser oídos. Los gritos los habían proferido unos hombres que laboraban cerca de allá en una obra similar a la de una calzada romana, pero bastante más extensa. El número de esclavos era menor, pero junto con ellos había un gran ingenio metálico cromado, de formas geométricas, con cuello tan alto como el de una jirafa, flexible como la trompa de un elefante, y rematado por una pala del tamaño de la boca de un hipopótamo. Le llaman excavadora, y en un segundo arranca de cuajo tantos árboles como en nuestros tiempos habrían hecho 30 esclavos.

Las conversaciones que con tanto disimulo pudimos escuchar fueron muy reveladoras. Percibimos que el centurión (ellos le llamaban encargado o capataz) era más blanco que los esclavos. Y era él quien hablaba un idioma más parecido al latín que los demás. Un día del mes de julius, y bajo un sol abrasador de 40 grados, dos esclavos se desmayaron y no se levantaron más. Luego se llevaron sus cuerpos en un gran artefacto, parecido a una choza que se movía sola, sin caballos, con lumbres en el techo y que profería grandes pitidos. Los esclavos no volvieron a la zanja.  Nos recordó a nuestros tiempos, cuando los esclavos se morían por todas partes y los recogían sin más.

También nos vino al recuerdo cuando custodiábamos el tributo que el emperador hacía pagar a los pobladores del imperio para costear la construcción de las calzadas, minas y demás obras grandiosas que, como decían los centuriones, sacaban a los pueblos de su atraso. Por lo que escuchábamos en la zanja, hoy en día, son también los esclavos los que destinan gran parte de su salario a la construcción de esa enorme calzada, mientras a algunos de ello no les llega para encender el fuego en invierno.  

Un día nos acercamos más al grupo y acertamos a ver una imagen de lo que iba a circular por ahí, (parecía un dibujo), que el centurión sostenía en la mano: era como un largo supositorio blanco para un elefante gigante. Ellos lo llaman tren de alta velocidad. Como no sabemos muy bien lo que eso significa, nosotros le denominamos Magnun Supositorium Celeris.

Tanto Pluvio como yo, a pesar de ser sólo espíritus, comenzamos a sentir gran emoción por todo lo que estábamos descubriendo. Intuíamos que el César habría sentido sumo agrado al ver que dos mil años más tarde, sus sueños expansionistas no solo no habían muerto, sino que habían tenido una continuidad. Su legado imperial estaba en la Tierra Navarrorum más vivo que nunca.

Decidimos comunicárselo y nos desplazamos etéreamente a las ruinas del Coliseum en Roma donde, en efecto, lo encontramos. Fue tal la euforia con la que el César recibió nuestras buenas nuevas, que nos mandó anunciar su visita y la de Cleopatra, precedidos por el Elefante Blanco,  a la ciudad de Pompaelo para efectuar por sus calles un desfile de gran pompa y boato para el día 10 decembres annus domini. En él felicitará a los centuriones Navarrorum por dedicar una partida de 71.000.0000 de monedas de oro al supositorio de los 120.000.000 destinados a la Tierra Navarorum.

Es por ellos que Alejandro Angosto y Pluvio Cesáreo firmantes de este escrito llamamos a la plebe Navarrorum  a acudir a la diputación de Pompaelo a las XII del mediodía de la citada fecha.

(A quién ponga en duda este relato le recordamos que cosas más raras cuentan en el programa cuarto milenio, y muchísima gente se las cree al juzgar por su gran audiencia)

La Gariposa, Tafalla, 7 de diciembre  de 2022 annus domini.

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